Luces, cámara, acción (y 3)

Allí, en Santa Bárbara, se inició un típico proceso de remodelación al estilo balaguerista. Remodelación es sinónimo de desalojo en el diccionario del poder: comienza por la expulsión de la gente y termina por privar de vida el contexto. Sin&#8230

Allí, en Santa Bárbara, se inició un típico proceso de remodelación al estilo balaguerista. Remodelación es sinónimo de desalojo en el diccionario del poder: comienza por la expulsión de la gente y termina por privar de vida el contexto. Sin embargo, la remodelación no se produjo y el sector fue abandonado a su suerte, pero siguió viviendo, malviviendo. Actualmente Santa Bárbara es un promontorio en ruinas sin más adorno que la buena calidad de sus habitantes.
Carece de todo, pero le sobra espíritu. La riqueza espiritual de esas familias es el elemento más valioso a preservar. Esa riqueza espiritual fue la que salió a flote  con más fuerza, durante la IV Bienal Marginal. Espectáculos de música, baile, canto y poesía, pintura, frituras, instalaciones, luces, sonidos, fanfarria de calderos vacíos. Fue una fiesta de todos, con participación de hombres, mujeres y niños. Y fue también un mentís, una sacada de lengua, una rechifla al gobierno que los privó, recientemente, de un edificio que había sido construido para ese proyecto alternativo.

El grupo de activistas nucleados en torno a la figura ecuestre de Silvano Lora es el mejor ejemplo de lo que puede hacerse con voluntad, con garra, sin mayores recursos que la imaginación y sobre todo con amor y respeto por la marginalidad y la pobreza: respetabilísimas formas de cultura.

Ahora bien, lo que vale para Santa Bárbara es válido para el resto de la ciudad intramuros, como modelo de gestión cultural autónoma, a mayor escala. De hecho, es el modelo perfecto para una zona que, a diferencia de Santa Bárbara, tiene dolientes pudientes. Ellos podrían patrocinar el renacimiento comercial, humano y urbano de esos predios, si no lo esperaran todo del gobierno. Pero como todo lo esperan, sin necesidad, del gobierno, industriales, comerciantes y banqueros del lugar no se han sentido en el deber de dotar a la ciudad intramuros, su gallina de los huevos de oro, de un servicio propio de recogida de basura y limpieza. Tampoco han pensado en declarar una independencia, siquiera efímera, en materia de energía eléctrica, cuando hace tiempo que debieron buscar a este problema una solución de conjunto, solución social y no individual, como acontece. De la política gubernamental sólo pueden esperarse ideas remendonas. Remiendo sobre remiendo y remodelación sobre remodelación ya se han tragado centenares de millones y no se avanza. La improvisación, la falta de planificación, la falta de ideas de conjunto impiden el desarrollo del enorme potencial de la zona. Con el concurso de todos los dolientes, un modelo alternativo de desarrollo y de gestión cultural autónoma no debería esperar del gobierno: se adelantaría al gobierno, trazaría pautas y exigiría del gobierno, a partir de realizaciones concretas, no a partir de intenciones.

Al malvado Cuchi le agradezco por  haberme presentado a Silvia Zimmermann durante su breve estadía en el país (algo hay que agradecerle a Cuchi Elías). En esa grata ocasión, la distinguida escritora argentina me obsequió un ejemplar de su libro “La dimensión de lo imposible”  (¡qué a propósito!), con una dedicatoria en que aludía “a la mágica ciudad de Santo Domingo”. Magia, sí, tenía magia la ciudad en esos días festivos, y ella como extranjera se apercibía mejor que nosotros. Pero la magia existía y existe a retazos, desde la Avenida del Puerto, por ejemplo, en los alrededores del Alcázar y La Catedral, en la recoleta calle Luperón. Magia dispersa, no la magia de conjunto que emana del viejo San Juan. Tenemos, sin embargo un patrimonio cultural mayor, mucho mayor que el del Viejo San Juan, pero escondido, en tinieblas, disimulado entre lotes de basura, esparcido, clausurado, muerto, deshabitado, sin vida.

Para restaurar armoniosamente el conjunto hay que pensar en ideas de conjunto, partiendo de premisas claras, muy claras. Se puede contribuir a desarrollar y a reactivar culturalmente un espacio acondicionándolo físicamente con inversiones que pueden ser millonarias, pero si no se logra preservar, insertar e integrar el elemento humano en el tejido urbano, no se producirá cultura ni desarrollo. Desarrollo a secas, quizás, producción de un vacío, como el que existe en el cementerio eclesiástico de los alrededores de la catedral.

Para la ingente tarea de restauración, no remodelación pura y simple, hay que contar con todos, llamar a todos los que sienten y padecen por la Ciudad Colonial la misma fascinación desesperada. Es decir: comerciantes, banqueros, empresarios, propietarios, residentes, visitantes, periodistas, escritores y críticos, artistas plásticos y sintéticos, músicos y bailarines, teatrantes, cineastas, cinéfilos y cineteros, bandas militares, bandas civiles, bandas armadas de imaginación, diseñadores, modistos, modistas y modelos, artesanos, limpiabotas, maniceros, paleteros y peleteros, “chiriperos borrachos” y “alaridos de Miriam”, fotógrafos, ilusionistas, floristas, contorsionistas, gimnastas, carnavaleros y chichigüeros, comunistas, agitadores, clarividentes, soñadores y despistados, gobiernistas y oposicionistas, miembros del clero y comparsa, fuerza pública y privada…En fin, si a alguien se omite o se olvida, culpa es de la memoria, no del deseo.

Nota: Como se dijo en la primera entrega, este artículo fue publicado en 1998 en el suplemento “Ventana” (dirigido por Marianne de Tolentino) del “Listín Diario cuando era “Listín Diario” y está dedicado a la grata memoria de Humberto Frías.

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