Malas rachas

En la economía, como en la vida, a unos períodos muy buenos, le siguen otros malos. El sentido común invita entonces a la prudencia: ahorrar cuando las cosas van bien, para enfrentar las malas rachas.

En la economía, como en la vida, a unos períodos muy buenos, le siguen otros malos. El sentido común invita entonces a la prudencia: ahorrar cuando las cosas van bien, para enfrentar las malas rachas.Esta invitación es hasta bíblica. En el libro del Éxodo, José interpreta el sueño del faraón en el que siete vacas flacas devoraban siete vacas gordas. Y le advierte que era un presagio de que después de siete años de abundancia vendrían siete años de escasez. Para sobrevivir en los años malos, el faraón decidió guardar la quinta parte de la cosecha en cada año de abundancia.

En aquella época eminentemente agrícola, la abundancia se medía por la cosecha. Hoy en día se mide por el comportamiento del PIB o actividad económica general. Cuando el PIB no crece, o decrece, se dice que estamos en crisis.

En vez de almacenes para guardar alimentos (como hacía el faraón), los gobiernos usan políticas de intervención económica (le quitan parte de lo que gana la gente a través de impuestos, y gastan a su discreción). Deberían hacer lo mismo que el faraón: en épocas buenas guardar lo recaudado, y gastar lo guardado para compensar la escasez subsiguiente.

¡Pero no lo hacen! Los gobiernos de ahora simplemente gastan siempre: en las buenas y en las malas. Y para gastar cuando no se puede, se endeudan sin prudencia o imprimen dinero (como si muchos billetes de papel fueran capaces por sí solos de dinamizar la economía). El déficit público se hace crónico, y los períodos de vacas gordas no logran compensar los de vacas flacas.

Para justificar la imprudencia, pronuncian discursos con terminología rebuscada (“apalancamientos”, “consolidaciones financieras”, “títulos de deuda”). Jamás se les oye hablar de gastar menos, o de cerrar instituciones inservibles. Tampoco invitan a la “poco seductora” responsabilidad (“si no se puede, no se hace”), ni se indignan ante el desperdicio (total, son otros los que producen el dinero malgastado).

Tarde o temprano la sabiduría elemental termina imponiéndose, y pasando factura: con quiebras y despidos masivos, inflación, desaparición de pensiones… A lo mejor algún día decidan los gobernantes volver a lo simple. ¡Y hacerle caso a la biblia!

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