Manifestaciones, protestas, marchas…

Nos oprime una incertidumbre política porque entre las ideas que hoy aparecen como las dominantes, casi como bienes mostrencos, no sabemos cuál es la que nos conviene; no sabemos a cuál carta jugárnosla. El no participar en manifestaciones públicas&#

Nos oprime una incertidumbre política porque entre las ideas que hoy aparecen como las dominantes, casi como bienes mostrencos, no sabemos cuál es la que nos conviene; no sabemos a cuál carta jugárnosla. El no participar en manifestaciones públicas en rechazo o a favor de algo se considera indolencia o conformismo barato de pequeños-burgueses. Y la participación política directa se ha reservado casi en exclusiva a inescrupulosos o a delincuentes metidos a políticos. En situaciones como estas se pierde el ser humano en sus propios saberes, en sus discernimientos sobre qué está bien y qué está mal.

Las llamadas a protestas, marchas o manifestaciones no cuajan porque los elementos que convocan y, sobre todo los que asisten, las desvirtúan. Se convoca con tres o hasta cuatro motivos diferentes: Contra la corrupción; contra los apagones; y contra la OEA. Y entre los asistentes aparecen camisetas del Che Guevara, las pro-abortos, las faldonas evangélicas o hasta puede aparecer Amable Aristy y algún que otro pro-Haití. Todos juntos, todos revueltos y todos manoseados.

Muchos echan en falta las grandes movilizaciones de los años setenta. Entonces las convocatorias izquierdistas eran claras: todos contra Balaguer o todos “Go home yankees”. Pero Balaguer siguió y siguió, y los yankees siguen y siguen. ¿Vale de algo tirarse a las calles a protestar? Quizás los del PLD dirán que no, pues eran de los que no salían a exponerse al fuego a discreción de los policías; ellos, los peledeístas, preferían la placidez adoctrinadora de los “Círculos de Estudios” en donde la “Democracia con apoyo popular” era dogma, y ahora es realidad.

En las décadas de oro sabe el hombre medio muy bien lo que tiene que pensar, lo que tiene que decir y lo que tiene que hacer; no es que sus ideas sean agudas, es que son las que sirven para bregar consigo mismo y con su circunstancia. No es que no tenga problemas, es que los sabe identificar y los hace transitorios, no los eterniza en un regodeo del sufrir y quejarse. Y es que parece ser que el problema primordial consiste en no ponerse claro sobre esta o aquella cuestión social, económica o cultural; en no averiguar cuales ideas de las heredadas sirven, y en no encontrar el camino que conduce hacia las soluciones para no perderse en lo que convierte al hombre en marionetas, en masa de políticos populistas.

Los años cuarenta fueron años de gran lucidez intelectual dominicana, una grande e importante producción de ideas y escritos no superados hasta ahora; pero las épocas clásicas viven de sí mismas y no pueden servir de modelo a las otras. Cada generación debe hacer “su época”.

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