Mis reflexiones sobre Manabao

El artículo “Reflexiones desde Manabao” de Pedro Domínguez Brito me llevó a recuerdos y amores.

El artículo “Reflexiones desde Manabao” de Pedro Domínguez Brito me llevó a recuerdos y amores. A otro tiempo, para recordar al amigo imperfecto a quien valúo como el mejor ingeniero que he conocido, aunque nunca de aula universitaria, que perdió la vida persiguiendo a tiros a su consorte, que consideró adúltera. Enamorarme del Manabao de ambos, y recordar las recomendaciones del amigo para que adquiriera tierra allí como escondite que los hombres honestos no necesitan, me hizo preferir quedarme en Sabana Piedras, mi paraíso, que tampoco pude conservar. Así solo queda la evaluación de un supuesto suicida con proyección de asesino.

No hay espacio para mostrar la semiótica o semántica de la palabra ingeniero.  Así prefiero entregar la consideración contraria a la tradición dominicana, del argumento de que ingeniero es quien usa su ingenio o intelecto para producir solución o soluciones a problemas. En singular como aficionado y en plural profesionalmente; es decir, como ejercicio que sustenta la vida económica suya o de su familia.

Este señor, talvez mejor recordado como loco, es persona que dejó historia industrial que parece olvidada. Pero él, en Baní, mientras laboraba en la principal productora de bebidas agroindustriales, inventó el nombre y la composición físico-química del bien conocido como jugo pera-piña que además de popular produjo pingües ganancias; condujo el ensamblaje de todos los artefactos mecánicos de la planta de producción de concentrados de jugos de Villa Altagracia, donde actuó con alta credibilidad para los dueños y para quienes compartimos su no ortodoxo estilo gerencial, a pesar de las reticencias sobre su personalidad, que contrarrestaba con su extraordinaria capacidad.

Prefiero recordarlo con cariño. Prefiero percibirlo como víctima de su falta de formación, de su incapacidad de ver al prójimo como alguien sobre quien tenemos deber solidario, inclusive hijos propios, pues una vez, en ejemplo de absurdidez paternal, mostró ante mí orgullo de su falta como actor del rol de guía paternal. Me dijo que le había dicho a su hijo mayor quien procuraba que le pagara sus estudios universitarios, que se buscara lo suyo como lo había hecho él. Creo que nadie puede cuestionar esta justa proclama, ni denostar sus méritos, ni negar el trauma vivido por él admirado en sus dominios internos, ni tampoco su alienación absoluta cuando menos durante la persecución que culminó con su muerte.

Pero como sus méritos industriales son incuestionables, creo que sus beneficiarios deberían hacer público reconocimiento en sus organismos al hombre que tan pingües beneficios les produjo, quien también posee méritos históricos de beneficios ciudadanos.

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