Cuando se decide estudiar la Historia, hay que hacerlo desde tres ópticas, porque de lo contrario, se estaría recurriendo a la exclusión. Estas ópticas van desde la historia como maestra de la vida, hasta el análisis de textos y la polifonía e intertextualidad. Los conceptos tradicionales la ven como una relación ordenada de hechos que han ocurrido, cronológicamente y aislados, y aquí es que está el error.
Hay cuatro excluidos del análisis histórico y que aspiramos poner de relieve en este artículo buscando redimir este gazapo.
El primero de esos grupos es el de las mujeres, ellas han sido las grandes ausentes de los momentos de gloria del relato y/o análisis de la historia de la humanidad que, en conjunto con los marginados, los vencidos y los campesinos necesitan quien les escriba. Y aquí estoy yo.
Para no husmear en los anales de la historia y buscar una muestra realmente representativa, tomo de la política como componente esencial de las Ciencias Sociales, a Martha Nussbaum en vida y a Hanna Arendt post morten.
Hannan Arendt, aquella ascendiente de judíos, es quizá, y sin el mismo, la más laureada tratadista femenina de la política, y no de la política femenina. En su pensamiento dejó bien claros unos planteamientos que hoy es mandatorio retomar.
A decir: tomar el espacio público para realizar la política, proporciona que no haya secretos en el ejercicio del Estado, ya que el poder lo tienen los ciudadanos, es decir, éste emana desde abajo. Por consiguiente, el espacio público como el lugar en el que se circunscribe la idea de política ofrece comunicabilidad ante los postulados mismos del discurso y la acción, razones estas para ponderar lo público como un espacio que ha de ser absolutamente inteligible y comunicable.
