Navidad, más que una época del año

Los temas que de algún modo tocan la cotidianidad y el interés de la gente son múltiples y variados. Política, economía, geopolítica, cultura. Es decir, un sinfín de situaciones que merecen espacio para profundizar y avivar el debate. Pero…

Los temas que de algún modo tocan la cotidianidad y el interés de la gente son múltiples y variados. Política, economía, geopolítica, cultura. Es decir, un sinfín de situaciones que merecen espacio para profundizar y avivar el debate. Pero hoy quise hablar de la fecha quizás más significativa del año: Navidad. Y pienso que más propicio no puede ser el momento para reflexionar en torno a las bondades de esta época.

En el plano eminentemente teórico, la Navidad es un concepto que nos convoca a una ocasión propicia para ocupar un tiempo precioso con la familia y amigos. Tiene que ver con acariciar y celebrar el amor con gente a quien profesamos sentimientos de estima y respeto.

Y digo que esto se inscribe en el marco teórico respecto al significado de la Navidad, porque, tristemente, el amor y significado real que ha de irradiar la celebración del nacimiento de Jesús, suele perderse entre el movimiento y el bullicio característicos de estos tiempos.

Los regalos, decoraciones, compras compulsivas y el consumismo desenfrenado, irracional y el afán de gastos excesivos para realizar una copiosa cena, reducen la Navidad a un significado apegado a una costumbre que en nada se asemeja a la esencia y contenido real de este gran acontecimiento.

Es cierto, la Navidad es época de fiesta, de compartir experiencias y pasar balance de lo que somos, queremos y hacia dónde vamos o queremos ir. Pero tiene que ver con mucho más que eso.

La Navidad es la época de celebrar de manera consciente y sin bullas el más grande regalo dado a la humanidad, la llegada del hijo de Dios vivo, Jesucristo. Entonces, es el mejor momento para preguntarnos si en medio del jolgorio típico de esta fecha somos capaces de hacer un alto en el camino para agradecer por el amor que Jesús nos profesa, y reflexionar en cómo podemos diseminar ese amor por el mundo, entre nuestros iguales.

Es pensar en que el amor que Jesús me da sin pedir nada a cambio es la fuerza que me guía y da ímpetu para caminar por el mundo, y ser uno de los suyos para vivir y morir por Él.

Solo así seremos capaces de pensar que el amor es el centro de nuestra existencia, porque nos viene dado por la fe de creer en que proviene de una fuente divina, perfecta y pura, que se llama Jesús.

Entonces, la invitación de este tiempo de Adviento es a prepararnos para recibir y dar amor, y para sacrificarnos para hacer posible el milagro de la solidaridad con los más necesitados; con el ser humano rendido y atribulado por diferentes motivos. Movernos hacia mayores niveles de justicia social y de ayuda a los demás es urgente. Encendamos la llama del amor.

Así como nos ocupamos de arreglar nuestros hogares, debemos hacer lo propio con el corazón. “Arreglar” y “decorar” nuestro interior para recibir a Jesús como se merece, con el corazón debidamente ordenado.

Hacer que su luz se refleje en cada uno de nosotros, y que todos sintamos su presencia divina. Sí, Navidad es tiempo de creer que es posible la paz, la solidaridad y la alegría compartida.

Es tiempo de servir a los que más necesitan y luchar por una sociedad más justa, solidaria y sin egoísmos. Es posible, si partimos del criterio de que la Navidad es el pretexto más idóneo para hacer germinar el amor sincero hacia nuestro prójimo.

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