Nuevas desventuras de la Ciudad Colonial y sus habitantes

El 2 de marzo de 2014 escribí unas notas sobre las desventuras de la ex señorial barriada de Gazcue, amén de la Ciudad Colonial y sus habitantes, la misma que “un 8 de diciembre de 1990 fue declarada por la Organización de las Naciones Unidas…

El 2 de marzo de 2014 escribí unas notas sobre las desventuras de la ex señorial barriada de Gazcue, amén de la Ciudad Colonial y sus habitantes, la misma que “un 8 de diciembre de 1990 fue declarada por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación y la Cultura (UNESCO) como Patrimonio de la Humanidad, bajo el nombre de Ciudad Colonial de Santo Domingo”.

El hecho es que, según decía en esas notas, venía bajando, todavía estoy bajando por la calle Dr. Delgado y sigo bajando y a la izquierda, una cuadra antes de llegar a la Bolívar, veo una casita como de muñecas en vía de extinción. Es blanca, dos niveles y medio, un techo de tejas rojas a dos aguas en el nivel más bajo y uno de cuatro en el nivel más alto y una cerca infame con un letrero que anuncia su demolición.

Pertenecía al patrimonio de Gazcue y sus alrededores y ya no hay quien la salve. Era parte de ese invaluable patrimonio, otra víctima de los intereses que atentan contra la memoria histórica de Gazcue y sus alrededores, reconvertido paulatinamente en torres y edificios de apartamientos.

Aquí, todo lo que puede salir mal sale mal y a Gazcue y sus alrededores todo le ha salido mal y cada día es menos lo que queda de aquel conjunto construido con tan exquisita armonía.

La Ciudad Colonial y sus habitantes no escapan al maleficio. Anunciaron la remodelación de la zona y la están remodelando a paso de tortuga. Primero levantaron a ambos lados de unas calles grandes cercas de playwood que se detenían en las aceras y dejaron como ruta de acceso para los pobladores unos peligrosos callejones durante semanas y meses, excavaron sin piedad, con máquinas, para soterrar los servicios de electricidad, teléfono, telecable, eliminaron las aceras, ampliaron el espacio peatonal y redujeron el espacio para circulación de vehículos a un minimalismo que causa tapones a granel. El desagüe de las aguas pluviales se reduce a unos agujeritos que sustituyen las cunetas y más tarde que temprano se taponarán con basura que provocará posiblemente inundaciones en las casas aledañas.

Para peor, como feliz ocurrencia de una mente perversa, se colocaron multitud de macetas y sembraron pequeños postes de piedra coralina (los llamados bolardos “en piedra o en metal, para impedir el paso o el aparcamiento a los vehículos”), y ya estamos viendo los resultados en materia de derechos humanos, de derechos adquiridos por habitantes de casas en las que muchos han vivido toda su vida. Han perdido el derecho de estacionar un vehículo frente a sus casas y cuando salgan en noches de tantos frecuentes apagones tendrán el privilegio de tropezar y romperse la crisma. Sobre todo ahora que los bolardos de piedra han sido sustituidos por bolardos de metal. (Si los vecinos pensaran como yo, saldrían de noche con mandarrias para demoler los bolardos junto con las macetas y recuperar su espacio vital)…

Lo alarmante es que las prioridades aquí están invertidas. En vez de resolver en primer lugar uno de los problemas más acuciantes (como se hizo en Las Damas y otras calles), en vez de resolver el problema que representa el antiestético y peligroso cableado colgante que amenaza a todos los pasantes desde los decrépitos postes de luz, lo dejaron para un final que no parece tener fin.

No hay que forzar la imaginación para hacerse una idea de lo que sería la Ciudad Colonial (o mejor dicho la zona intramuros) con sus calles y aceras en buen estado, casas pintadas y sin el adefesio que representan alambres y postes de luz que literalmente están “cayéndose sin ruido”…para decirlo como diría Norberto James. (Un proyecto tan simple, económico, no despertaría desde luego el apetito de los buitres que se reparten el pastel de los grandes presupuestos).

Malaguer (dije Malaguer) le cantó con su vocecita aflautada y desafinada a la “Ciudad romántica”, pero nunca puso empeño en convertirla en algo parecido a esa joya que se llama Viejo San Juan donde se han conservado las aceras y los bolardos desempeñan una función más útil, no agresiva.

No imaginaba, en resumen, cuando escribía estas notas que las desventuras a las cuales me refería apenas estaban empezando y que lo que parecía un mal sueño se iba a convertir en pesadilla. El proceso de remodelación parece consistir en hacer la vida imposible a los habitantes de la zona y ha llevado a la ruina a incontables establecimientos comerciales. Se está llevando a cabo con desesperante lentitud sin haber hecho un estudio de suelo con máquinas que producen vibraciones infinitas y puede apostarse que los cimientos de viviendas que en muchos casos tienen cuatro o casi cinco siglos, han sido gravemente afectados. El derrumbe providencial del llamado Hotel Francés, que tanto ha llamado la atención, quizás no será el único que lamentaremos. El proyecto de remodelación se ha convertido en un proyecto de demolición. 

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