Los dominicanos recibimos nuestro bebé que completa la presencia en la tierra de siete mil millones de habitantes. Lo trajo al mundo una menor de 16 años. El bebé, Charlene, llega a esta tierra con un futuro incierto. Es hija de una adolescente, que obviamente no está entrenada para atender sus requerimientos, porque a sus 16 años no tiene edad para alcanzar una preparación. Ella se agrega una carga y se la transferirá a su pequeña. Ella ha nacido en medio de la pobreza. La vivienda de su bisabuela, donde ha sido alojada, así lo refleja. La madre quedó en el hospital, pues por su edad pasó por un embarazo de alto riesgo.
Diversos estudios sugieren que, en este país, es alta la tasa de embarazos en adolescentes sin educación escolar o con apenas educación preescolar. El acontecimiento refleja el panorama de muchas naciones pobres del mundo.
Pero el bebé dominicano siete mil millones y los demás bebés del mundo llegan en un momento en que la humanidad está inquieta por amenazas medioambientales.
La Tierra pierde miles y miles de hectáreas de bosques, las áreas dedicadas a los cultivos se degradan. Las emisiones de dióxido de carbono generadas por el consumo de combustibles fósiles y otras fuentes de contaminación, como los desechos plásticos, también es creciente.
La Tierra no se repone de la caída de la producción de alimentos desde 2008 y su mercado global se comporta de manera volátil. Los precios de los granos crecieron en 2010 un 30%. El maíz, un 43%, el arroz un 26% y el trigo un 16%, lo mismo que el aceite de soya, cuyo precio aumentó un 26 por ciento.
El panorama de la alimentación para los nuevos pobladores es lúgubre y obviamente atrae ya la atención de los estadistas, incluso en el primer mundo.
Es necesario reducir la especulación con los alimentos y que los gobiernos y organismos internacionales adopten resoluciones en esa dirección.
