El jefe de la Policía Nacional, mayor general José Armando Polanco Gómez, dice que la criminalidad se ha reducido en un 13 por ciento y que la población no lo percibe, porque todavía vive en “un estado de victimización”.
A ese servidor público podría concedérsele alguna razón. Pero la inseguridad campea. Y no se trata sólo de despojos de celulares, robos de carteras, vehículos y escalamientos en casas deshabitadas. No es cuestión de que a veces la percepción es más importante que la realidad.
Nada más tendría que caminar por la urbanización El Cacique, en el Distrito Nacional, donde reside, y dialogar con los vecinos, quienes se quejan de la ola de asaltos a plena luz del día, en una zona de alta vigilancia.
Al jefe de la Policía se le puede reconocer que en las últimas semanas y meses no hemos sufrido los estremecimientos por grandes asaltos con violencia.
Pero en cualquier sitio y circunstancia matan a la gente. La madre del deportista Miguel Diloné, sólo para citar un caso reciente.
El empleado privado Bronni Vargas, capturado por criminales al término de su jornada laboral, en el aeropuerto Las Américas, tiroteado y lanzado en las cercanías del hospital Darío Contreras, sin que se tenga noticias de los autores. Un número más que sólo importa a sus parientes.
Y la otra cara de la violencia, la que provoca la misma policía. Este miércoles asesinaron a cinco personas, criminales o no, en operativos de alegada persecución o prevención de delitos.
Casos que engrosan la lista interminable que nos hace aparecer en los reportes del Departamento de Estado de los Estados Unidos, cada año, por “fusilamientos extrajudiciales”.
Imaginamos que no se trata de la “cruzada contra la violencia, una verdadera cruzada en pro de la seguridad ciudadana”, como la anunció el presidente Danilo Medina al aceptar la candidatura presidencial en Santiago.
Polanco Gómez y todo el gobierno tienen que volver al discurso de campaña del Presidente. Y pensar en un serio plan para detener la orgía de sangre que nos aflige y asusta, pero que no cesamos de repudiar. l
