Por una cultura de paz

La sociedad dominicana refleja un rumbo preocupante. Tiene incubado un germen de violencia que no debe seguir expandiéndose. Es un germen destructivo, alimentado por el odio, por pasiones mal dirigidas, desenfrenadas.Hay mucha…

La sociedad dominicana refleja un rumbo preocupante. Tiene incubado un germen de violencia que no debe seguir expandiéndose.

Es un germen destructivo, alimentado por el odio, por pasiones mal dirigidas, desenfrenadas.

Hay mucha violencia en el ambiente. En las calles se nota ausencia del pacifismo. En las avenidas y vías taponadas por el cúmulo de vehículos, nadie quiere respetar las normas y una parte de los conductores se consideran dueños de las calles o que su deseo por llegar a su destino está por encima del de los demás.

Reclamar un derecho puede ser un acto que genere una agresión, una represalia.

Se percibe un ambiente de violencia, en las calles y en los hogares. En ambas fases es preocupante. La de las calles, porque parece ser nacida en los hogares y este porque es el lugar donde nace la conducta primaria, original del ser humano.

La muerte a balazos el pasado viernes de cuatro mujeres en el sector La Toronja, en Santo Domingo Este, es un claro ejemplo de que la sociedad dominicana es víctima de una epidemia de violencia, doméstica o de género en muchos casos. Común o agravada, la violencia es violencia y como tal es un mal social que perturba y amenaza la convivencia pacífica.

Que un hombre agote todas las balas de un arma que poseía probablemente en forma ilegal y masacre a su pareja, a la hija de ambos, a su suegra y a una vecina, es un hecho que además de horror debe provocar una profunda reflexión de qué tan profundas están las raíces de la violencia en la gente, en la comunidad. Definitivamente, por el rumbo que lleva la sociedad, el despeñadero parece el destino final. Y es ahí hasta donde no podemos llegar.

Es urgente, obligatorio cambiar de rumbo. El país necesita un cambio radical en la cultura de convivencia. Hay que cambiar la conducta de violencia por la de paz.

Todos los segmentos organizados deben contribuir a procurar ese objetivo. Las iglesias, los clubes, las escuelas, las organizaciones representativas de los distintos componentes de la sociedad civil y los partidos políticos deben desde sus particulares tribunas, arengar por el imperio de un clima de paz.

Que la paz sea una cultura que se inculque desde los hogares, para que estos no sean el origen de la violencia. Sólo así se podrá respetar el principal derecho de una persona: la vida. l

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