La prosperidad no compartida

El Banco Mundial acaba de publicar un oportuno y contundente informe. Sus conclusiones reiteran los hallazgos de conocidas investigaciones que le precedieron, en especial el pobre impacto que ha tenido el crecimiento económico de los últimos años&#8230

El Banco Mundial acaba de publicar un oportuno y contundente informe. Sus conclusiones reiteran los hallazgos de conocidas investigaciones que le precedieron, en especial el pobre impacto que ha tenido el crecimiento económico de los últimos años en el país en la pobreza y en el bie-nestar de la mayoría.

A más de uno, este tipo de conclusiones nos valió la ira desde el poder intolerante, el cual, aunado a la genuflexión y a la complicidad, dieron al traste con rigurosos esfuerzos analíticos por desenmascarar esa realidad y por entender las fuerzas que la explican. Pero no tardó mucho en que alguien más alzara de nuevo la voz, esta vez con novedosas evidencias, y con atrevidas sugerencias de problemas que urgen abordar para revertir esta situación, así como de soluciones concretas de política.

El informe propone cuatro ideas principales. Primero, como lo indica su título, en la República Dominicana la prosperidad no ha sido compartida. A pesar de que a lo largo de la década pasada el ingreso per cápita de la República Dominicana creció casi dos veces más de lo que lo hizo en el resto de América Latina y el Caribe, la incidencia de la pobreza hoy es mayor que a inicios de la década pasada mientras en el resto de la región cayó en más de 35%. Aunque la crisis de 2003-2004 es en par te responsable, dice el informe, ella es insuficiente para explicar el fenómeno porque a partir de la recuperación que inició en 2005, el ingreso per cápita creció en 42% y la pobreza apenas se redujo en 10 puntos porcentuales.

Segundo, que la desigualdad se muestra muy rígida en el país y es notablemente superior a la del resto de la región. Entre 2000 y 2011, el coeficiente de Gini, el indicador más popular para medir la de-sigualdad de la distribución del ingreso, se redujo un 46% más en América Latina que en la República Dominicana. La evidencia apunta, además, a que la desigualdad es particularmente elevada y rígida en las zonas urbanas, donde prácticamente no cambió en una década.

Tercero, que el país tiene una muy baja movilidad social. Eso significa que la clase media ha permanecido estancada, que muy pocos pobres dejan de serlo, y que la mayoría de los que lo logran pueden fácilmente caer en pobreza nuevamente porque los factores que explican la mejoría son frágiles. A lo largo de la década pasada, menos de un 2% mejoró su situación socio-económica, un 19% la empeoró y casi el 79% de la población no percibió cambios. En contraste, en América Latina y el Caribe, un 41% la mejoró (23 veces más que en el país), sólo un 1.5% la empeoró, y un 57% no cambió. De hecho, el informe llama la atención que mientras por primera vez en la región el número de personas en la clase media supera al número de personas pobres, la República Dominicana todavía está lejos de lograrlo.

Cuarto, que a pesar de lo anterior, el porcentaje de pobres crónicos, es decir, de personas pobres de ingresos que a la vez no tienen acceso a servicios sociales básicos, disminuyó desde 17.6% en 2000 hasta 13.2% en 2011. Además, la proporción de personas que viven con privaciones básicas, aunque tengan ingresos por encima del nivel de pobreza, disminuyó desde casi 12% hasta menos de 7%. Estas dos cosas sucedieron porque a lo largo de la década, la calidad de la vivienda mejoró, y porque aumentó la cobertura de servicios básicos como agua, electricidad, sanidad y educación. Sin embargo, el ritmo de mejoría fue lento.

El informe concluye destacando tres problemas críticos que la política pública está obligada a abordar: una fiscalidad (ingresos y gastos) que no funciona para proveer suficientes bienes públicos de calidad; unos servicios públicos de muy baja calidad y un limitado acceso de los pobres a ellos, lo que reduce sus oportunidades y perpetúa la pobreza; y la escasez de empleos de calidad y las bajas remuneraciones laborales.

En síntesis, con sagacidad e ingenio, el Banco Mundial reitera la agenda urgente que todos conocemos para una prosperidad compartida: el fisco, el Estado y la calidad de la gestión pública, y la producción, el empleo y los salarios.

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