Un rebelde llamado Pinocho (y 3)

De acuerdo con Araceli Scherezada Martínez, las aventuras de Pinocho son el símbolo de “un viaje hacia lo humano” a través de una serie de cambios que implican “una pequeña muerte”, varias muertes y renacimientos: “…la…

De acuerdo con Araceli Scherezada Martínez, las aventuras de Pinocho son el símbolo de “un viaje hacia lo humano” a través de una serie de cambios que implican “una pequeña muerte”, varias muertes y renacimientos:

“…la mariposa guarda en su transformación la pérdida de una oruga, así que en el viaje hacia la metamorfosis se tendrá que dejar algo de uno mismo o del entorno, como es el caso del títere de Collodi, quien transmuta varias veces: de leño en títere, de muñeco en asno, y finalmente, de marioneta en niño de carne y hueso.

“Pinocho se nos presenta desde el inicio de la historia como un leño con voz de niño, nada más y nada menos que el impulso de lo que tenderá a brotar desde lo informe para encontrar su propia forma, por ello sólo podrá aspirar al descubrimiento del mundo y de sí mismo”.

Por lo que puede verse, Pinocho es algo más que una fábula para niños o, mejor dicho, las llamadas fábulas y cuentos infantiles son siempre más que fábulas o cuentos. De hecho son poderosos mecanismos de regulación social que, como toda la cultura y el arte, incluyendo las tiras cómicas, juegan un papel esencial en la formación de la conciencia de una comunidad o pueblo, reproducen valores y antivalores del sistema, cualquier sistema, y generan conformismo o rebeldía, seres apocalípticos, o integrados. Pinocho no forma parte de los conformistas e integrados:

“Pinocho es un muñeco que esconde una piel humana, y para llegar a ella no hay otra opción que ir aprendiendo con cada aventura, la tensión de la muerte y la resolución de la prueba, la continuación del viaje. No cabe duda de que Pinocho siempre se debate entre dos fuerzas: o se vuelve un niño bueno o transgrede las normas”.

“El viaje de Pinocho es el viaje (…) de ese que se construye a cada instante, el que pone en juego todas sus habilidades y debilidades para, a fin de cuentas, descubrirse a sí mismo, son sus elecciones las que lo transforman en algo extraordinario, otorgándole la libertad que da todo descubrimiento de uno mismo. Pinocho experimenta la realidad y es perseguido por los asesinos, arrestado, convertido en asno, tragado por una ballena… para finalmente ser transformado en niño de verdad. Así, el personaje se desprende del rígido cuerpo de madera para apropiarse de la piel y de la conciencia, pues ya ha vivido lo suficiente como para dejar atrás la infancia, ese sueño que muere una vez que llega la conciencia, la asunción de decisiones y la elección que trae consigo la verdadera madurez.

“En conclusión, Pinocho no puede ser un niño de verdad sin haber cometido errores, sin haber probado todas y cada una de las aventuras y obstáculos que las circunstancias le presentaron. Solo así era posible la metamorfosis física y psíquica del personaje. Para Pinocho, como para cualquiera en el mundo, la vida es un recorrido hacia la propia transformación en la búsqueda de la verdadera identidad”. (Araceli Scherezada Martínez, “El viaje de Pinocho hacia lo humano”).

Guillermo Piro, en su ensayo “Pinocho y Collodi” (que recomiendo a los lectores) expresa y cita ideas poco románticas, o más bien exóticas, sobre el género literario “infantil”, al que instala en el sillón del siquiatra y considera de alguna manera, anormal, verdaderamente inquietante y paradójico:

“La literatura infantil es ‘rara’, adolece de una ‘rareza’ tan ‘rara’ como la ‘rareza infantil”. Al decir de Leopoldo María Panero, toda la literatura infantil tiene carácter esquizofrénico. Pero no toda la literatura infantil está tocada por ese ‘tufo benéfico’. Su ‘rareza’ consiste en que, según Todorov, en ella el terror se encuentra en todo el relato, y no sólo en una parte de él.

Cuando maese Cereza se desmaya, está atravesando el grado más tenue del terror. Luego pasará al miedo, total y extremo, que a su vez se volverá susto, ese escalofrío de lo ininteligible.

“En ‘Las aventuras de Pinocho’, las cárceles sólo sirven para acoger inocentes. Las prisiones no tienen nada que ver con la justicia, abstracta y enfática, sino con la ley. Hay pocos signos de que ésta sea una historia verdaderamente italiana, pero la paradoja judicial vuelve superfluo cualquier comentario. (Personaje kafkiano, Pinocho recurre a la justicia porque ha sido robado, y acaba en la cárcel. El joven Emperador, que acaba de obtener ‘una victoria sobre sus enemigos’, ordena que se abran las cárceles para que salgan de ellas todos los ‘malandrines’. Pinocho ‘no es de ésos’, por lo tanto no puede salir. Pero entonces el muñeco ‘miente’, dice que él también es un malandrín, y entonces es puesto en libertad. Ni el mismo Pinocho advierte que no está diciendo una mentira, dado que la nariz conserva su tamaño. Él es un malandrín que se ignora a sí mismo como tal.) Los animales entran en esta historia paulatinamente, primero como insultos -la pelea entre Geppetto y maese Cereza-, como similitudes en la descripción del modo de correr del muñeco, y luego como seres parlantes, a quienes Pinocho entiende y con quienes puede mantener diálogos extremadamente educativos. El gran sueño infantil es la rebelión y la fuga. Pinocho habla en nuestra lengua cuando le dice al Grillo parlante aquellas palabras que al menos una vez en la vida nos oímos decir a nosotros mismos: ‘mañana, al amanecer, me iré de aquí’”. (Guillermo Piro “Pinocho y Collodi”).

En esta recopilación de juicios de antología no puede faltar la interpretación del texto en clave religiosa o antirreligiosa que propone Sergio Martella:
“El descubrimiento del sustrato moral que inspira Pinocho, su exorcismo del precepto cristiano, tiene ya de por sí un valor literario. Para Sergio Martella, autor de ‘Pinocchio, eroe anticristiano’, las desventuras de Pinocho reflejan en sentido inverso el calvario del hijo. Las analogías son innumerables, Pinocho nace del amor de su padre, es plasmado en un pedazo de madera (la historia de Pinocho nace donde termina la de Cristo: en la madera) y después de una serie de tribulaciones llega a convertirse en un ser humano. Sólo después de la muerte Cristo accede a la identificación paterna; Pinocho en cambio es la directa creación del padre. Uno se llama José -Giusseppe- el otro, G(ius)eppetto. Ambos son carpinteros. El Espíritu Santo estaría presente en la voz de la conciencia representada por el Grillo parlante. Pero en este caso es él quien termina ‘crucificado’, aplastado contra una pared por un martillo que, por una especie de Némesis de la materia, es de madera. La parodia del mito cristiano sigue con la analogía de las monedas de oro, que se refiere a la traición de Judas y al engaño; el Huerto de los Olivos tiene su correspondencia en el Campo de los Milagros”.

Sin embargo “no se hace una referencia, ni por error, a la idea de Dios o a algún precepto religioso. Pinocho es incapaz de desarrollar un sentido religioso a su existencia: sabe cómo y por quién ha sido generado, tiene recuerdos de ello”.
(Pinocho y Collodi / Guillermo Piro).

Para los que crean o tengan fe en la religión de la literatura o la poesía (como decía Domingo Moreno Jimenes) el párrafo final del texto de Guillermo Piro es lo que se llama un cierre con broche de oro:

“Pinocho no es un libro más, sino un libro sobre el dolor y la derrota y la perseverancia. Los personajes de las fábulas no existen, pero son necesarios. Necesitamos tanto de aquellos que intervienen diariamente en nuestra vida como de aquellos que no tienen nada que ver con nosotros. Aunque no hicieran absolutamente nada, las hadas servirían para reprimir nuestra implacable desnaturalización de la naturaleza. Pero en realidad hacen mucho más que eso. Las fábulas nos cuentan mucho sobre los seres humanos, sobre la sorpresa elemental del hombre ante el mundo, sobre sus temores, sus misterios, sus pérdidas, sus cambios”. (Pinocho y Collodi / Guillermo Piro). 

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