Después de consultar el Diccionario de la Real Academia Española, y a amigas lingüistas, comenzamos este artículo señalando que, aunque en muchos casos los términos revolución y reforma se usan de manera indistinta (pues se refieren a movimientos que buscan transformar los sistemas sociales), existen diferencias entre ambos por la forma que se utilizan para alcanzar sus fines. La revolución implica un cambio radical, que conlleva a la ruptura brusca del orden institucional en un momento determinado para llegar a la transformación total de la sociedad; la reforma, por el contrario, plantea la posibilidad de producir los cambios de manera progresiva con base al respeto de la institucionalidad y las normas legales vigentes.
La revolución genera un cambio absoluto que puede darse en todos los ámbitos de la sociedad (político, social, económico, religioso, cultural) o de manera específica, en uno de ellos; con la reforma también ocurren cambios en dichos espacios; pero, con la intención de mejorar los aspectos que no funcionan, manteniendo aquellos que sí marchan bien.
Cuando nos referimos a reforma educativa, obviamente apuntamos a la “modificación del sistema educativo con la intención de mejorarlo”. A lo largo de la historia, nuestros países latinoamericanos han experimentado importantes reformas educativas, algunas de las cuales han tenido una intencionalidad política, sólo con el fin de marcar un perfil de ciudadano de cara a los intereses del gobierno de turno; otras, han tenido el propósito de adecuar el currículo, los métodos y estrategias de enseñanzas a la acelerada actualización de la ciencia y la tecnología.
En República Dominicana, antes del actual proceso de cambios educativos, -que analizaremos más adelante-, algunos autores calificaron como reforma los cambios generados a partir de la formulación del Plan Decenal de Educación 1992-2002, que comenzó a concretizarse en el año 1995: elaboración del nuevo currículo nacional con apoyo técnico del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), reorganización de los niveles y ciclos del sistema, elaboración de nuevos libros de textos, instauración de las pruebas nacionales, reconocimiento de las escuelas normales como instituciones de educación superior, entre otros.
Amén del análisis crítico que podamos hacerle a este proceso, hay que reconocer que después de décadas de abandono en las que estuvo sumido el sistema de educación público, en ese momento comienza a generarse preocupación, y algunas luces y logros pueden exhibirse.
En la próxima entrega continuamos el tema.
