Saber esperar

Cuando alguien dice que “el cielo es el límite”, al referirse a las metas o deseos de alcanzar algo en la vida, está en lo cierto. Esto, claro está en metas realizables, pues no hay que olvidar que a muchos, sus sueños e ilusiones les hacen…

Saber esperar

Hace ya varios años, al acudir a uno de los seminarios de Comunicación Política de The George Washington University, en Washington, DC, participé –junto a otros becarios de diferentes países- en una visita guiada al Capitolio de la que…

Cuando alguien dice que “el cielo es el límite”, al referirse a las metas o deseos de alcanzar algo en la vida, está en lo cierto. Esto, claro está en metas realizables, pues no hay que olvidar que a muchos, sus sueños e ilusiones les hacen perder el sentido de la realidad.

Nada o pocas cosas en la vida resultan fáciles de conseguir, aún estemos capacitados, aún sepamos que nos hemos preparado para eso, que es nuestro tiempo, que es nuestro momento, por alguna razón, las cosas no se dan como entendíamos que debían darse y permitimos que esa situación nos derrumbe.

Los cristianos suelen decir que “el tiempo de Dios es perfecto” y por lo tanto las cosas suceden como y cuando él lo decide. Otros le atribuyen al destino la hora, el día y el lugar en el que va colocando a cada cual, pero siempre, el ser humano buscará una “autoridad superior” de la cual espera que en algún momento le tome en cuenta para concederle esas peticiones que cada noche formula en sus oraciones antes de irse a la cama.

Cuando se piensa así, uno se desespera menos. Suele aguardar con esperanza y hasta con fe.

Pero, para aquellos que se creen dueños del tiempo y que no aceptan que las cosas no se realizan por el simple hecho de desearlas, la vida se torna un poco más complicada. Si lo que quieren no lo consiguen “ahora”, sienten que ya no vale la pena seguir intentándolo.

Asumirán ese revés como una derrota. Abandonarán ese sueño y pasará mucho tiempo para que vuelvan a intentar alcanzar otra meta que de seguro abandonarán ante el más mínimo tropiezo.

Es difícil de admitirlo, pero las peores derrotas que sufrimos nos las causamos nosotros. A veces, nuestro más fuerte adversario somos nosotros mismos. Nuestro peor y más peligroso enemigo, pues es quien mejor nos conoce, sabe cómo y con qué lastimarnos.

Si uno mismo sabotea su propia felicidad, no necesita de terceros para hacernos sufrir.

Lo mismo ocurre cuando dejamos de creer en nuestros sueños y metas, cuando perdemos la fe en lo que creemos, porque nadie, por más que nos ame, podrá devolvernos las fuerzas para seguir intentándolo, no podrá convencernos de que vale la pena seguir adelante, si primero no nos convencemos nosotros mismos.

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Hace ya varios años, al acudir a uno de los seminarios de Comunicación Política de The George Washington University, en Washington, DC, participé –junto a otros becarios de diferentes países- en una visita guiada al Capitolio de la que no he olvidado jamás, como frase lapidaria, la expresión del experto Charles Cushman, autor del libro Introducción al Congreso de los Estados Unidos, en el sentido de que “Es muy difícil llegar a ser congresista, aquí en Estados Unidos; pero mucho más difícil es dejar de serlo”, tras lo cual ofreció una amplia y detallada explicación de los instrumentos y facilidades de que disponen los miembros del Congreso en la gran nación del norte como herramientas para hacer más efectivo y eficaz su trabajo. La frase de Cushman se la he comunicado muchas veces a políticos, amigos y relacionados desde aquel día, pero retumba en mis oídos mucho más en estos días tras los resultados de las primarias demócratas del distrito 13 de Nueva York en que, por segunda vez consecutiva, el dominicano Adriano Espaillat mordió el polvo de la derrota al medirse ante el veteranísimo Charles Rangel, a quien se conoce como El León de Harlem. Y no es para menos: Más de 4 décadas como congresista apuntalan ese mote. Después de todo, para Adriano ha de haber sido aleccionadora esta puja y siendo él, como lo es, un hombre joven, de apenas 59 años, aún puede esperar. Esa es la política, aquí, allá y acullá: El arte de saber esperar…
Otra dominicana
Mientras tanto, en Florida, otra dominicana, Daisy J. Báez, ganó la nominación demócrata como candidata a representante estatal por el distrito 114 de aquel Estado, convirtiéndose en la primera dominicana que compite allí, con posibilidades, por una posición así, aunque tiene el gran reto de enfrentar al actual representante por esa demarcación, que es un republicano. De todas formas, lo importante es que está en evidencia ya que la diáspora dominicana se está dejando sentir. Mucha suerte, compatriota…

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