Sobre pastoral castrense

Me pareció que era bueno y útil dar a conocer “in extenso” el documento final del XVII Encuentro Latinoamericano y del Caribe de Pastoral Castrense, acontecido en estas tierras quisqueyanas y que nos fue enviado a todos los obispos. Helo aquí:

Me pareció que era bueno y útil dar a conocer “in extenso” el documento final del XVII Encuentro Latinoamericano y del Caribe de Pastoral Castrense, acontecido en estas tierras quisqueyanas y que nos fue enviado a todos los obispos. Helo aquí:

“En la ciudad y diócesis de Puerto Plata (República Dominicana) nos hemos reunido obispos, sacerdotes y fieles laicos en representación de quince (15) jurisdicciones eclesiásticas de la pastoral castrense de Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, México, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana y Uruguay, además, de la grata presencia de la representación de España, para reflexionar acerca de “la conversión pastoral para formar cristianos maduros en el mundo de las Fuerzas Armadas y Estamentos de Seguridad”

Este XVII Encuentro lo hemos realizado con la presencia de siete obispos castrenses, veinticuatro sacerdotes, y diez laicos, durante los días siete al once de octubre del año dos mil trece.

Convocados por el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), en particular por la sección de comunión eclesial y diálogo, nos hemos dado a la tarea de escuchar, reflexionar, compartir y asumir las distintas inquietudes que la temática tratada nos ha presentado.

Desde aquí, saludamos a todas las Iglesias de América Latina y el Caribe que viven la fe católica en las distintas fuerzas militares y policiales de nuestro continente de la esperanza.

Lo que escuchamos y reflexionamos

Hemos escuchado el llamado que nos hace la Iglesia Universal en este Año de la Fe y de la Iglesia Latinoamericana y del Caribe, a la luz de Aparecida, invitándonos a vivir un proceso de conversión, personal, estructural y pastoral.

Debemos transmitir el Evangelio para que la gente crea y tenga vida. Por lo tanto, estamos llamados a salir de nosotros mismos, a evitar encerrarnos, pues, es “preferible una Iglesia accidentada que enferma, anquilosada y auto-referenciada”. (Papa Francisco).

Aparecida marca la pauta, invitándonos a una Nueva Evangelización que no sea un slogan publicitario, ni un nuevo nombre a la pastoral, mientras todo siga igual, ni tampoco una forma rápida de hacer cristianos,  sino vivir los que nos dice el Vaticano II  que la Iglesia peregrinante es por su naturaleza misionera (A.G. 2).

Hoy con mayor urgencia y desde las Iglesias Particulares Castrenses, se nos “impone a todos los cristianos la gloriosa tarea de trabajar para que el mensaje divino de la salvación sea conocido y aceptado en todas partes” (A.A. 3).

La Iglesia, como señalaba en la Evangelii Nuntiandi, el Papa Pablo VI, “existe para evangelizar, esa es su razón de ser” (n. 14).

El Episcopado Latinoamericano a la luz de esta carta magna de la evangelización y retomando las palabras del Beato Juan Pablo II, nos recuerda que ésta debe ser: “nueva en su ardor, nueva en sus métodos y nueva en su expresión” para anunciar a Cristo, el Señor.

Esta urgencia ha sido plasmada en el documento de Aparecida que nos invita a formar discípulos de Cristo, para que todos tengan vida en Él, “Camino, Verdad y Vida” (Jn 14, 6).

La Nueva Evangelización por lo tanto, engendra un nuevo despertar, un nuevo avivamiento (proposición sinodal, 5), debe conducir a los hombres y mujeres de nuestras Fuerzas Militares y de Policía “hacia Jesús, al encuentro con Él”. Debe inspirar un plan decididamente misionero, colocar a nuestras iglesias castrenses en estado permanente de misión (proposición sinodal, 7), que lleve a obispos, sacerdotes y laicos (militares y policiales) a una conversión personal y comunitaria (proposición sinodal, 22), convirtiéndose en auténticos evangelizadores: discípulos-misioneros.

La Nueva Evangelización en la Iglesia Castrense no se sustenta en eventos, sino en procesos de formación: “encuentro con Cristo, conversión, discipulado, comunión y misión” (DA 278). Este proceso debe iniciarse y vivirse en nuestras comunidades parroquiales. La vida de la parroquia personal castrense, debe constituirse en comunidad de comunidades en medio de las “especiales condiciones de vida” (S.M.C).

Esto que hemos escuchado y reflexionado acerca de la Nueva Evangelización, y de la conversión pastoral, personal y estructural, en el ámbito de las parroquias personales debe hacer de ellas auténticas comunidades de fe y misioneras.
Para ello hemos reflexionado sobre el sentido de la palabra “PARROQUIA”, que hace  referencia a los que habitan la vecindad.(…)

Cuando hablamos de parroquia en el ámbito castrense, queremos señalar el carácter personal de nuestra jurisdicción las condiciones peculiares de vida de nuestros fieles, y que hacen necesaria una debida adaptación.

Lo que compartimos y asumimos

Ante todo, debemos mencionar y tener muy en cuenta la especial solicitud que nuestra Madre Iglesia ha tenido –y continúa ejercitando hoy en día- hacia el mundo castrense, esta porción del Pueblo de Dios que conforman los militares y policías católicos. Recordamos y agradecemos una vez más, la Constitución Apostólica Spirituali Militum Curae que nos regaló el Beato Juan Pablo II.

Sabemos que nuestras Iglesias particulares están integradas por hombres y mujeres necesitados de Dios, con una larga historia enraizada en la cultura cristiana; con santos que han dado su vida convencidos del proyecto de Cristo, auténticos testigos de la fe, la mayoría anónimos. Sabemos de las diversas incertidumbres que nos abren a la vivencia de la virtud de la esperanza que busca caminos nuevos para seguir anunciando el Evangelio en el mundo de los policías y militares.

Muchos son los logros alcanzados y los frutos pastorales que con la asistencia divina han obtenido los capellanes que nos han precedido. En la actualidad, a lo largo y ancho de nuestro amado continente, más de mil sacerdotes dedican su ministerio al servicio de militares y policías, labor pastoral que extienden a sus respectivas familias.

También nos hemos nutrido de los altos valores que adornan a nuestros fieles: su piedad, el espíritu de sacrificio y su trabajo por la paz.  Ello ha permitido que encontremos una gran generosidad en el servicio. Mención y reconocimiento especial merecen las familias que los acompañan. Sin su apoyo y dedicación, la vocación  que han abrazado nuestros militares y policías sería aún más difícil de concretar. Vaya nuestro agradecimiento y exhortación a continuar por el mismo sendero.

Un mundo secularizado y cada día más alejado de Dios, nos interpela a ser más valientes, a asumir liderazgos desde la caridad, a buscar la fuerza en la oración y a vivir desprendidos de nosotros mismos y de los bienes materiales. Sabemos que el espacio de nuestro trabajo está muchas veces condicionado por los avatares sociales y políticos, pero queremos trabajar con todos los hombres y mujeres de buena voluntad en la construcción de un mundo mejor, y en esa construcción, el militar y el policía católicos jugarán un papel fundamental.

Nuestras Conferencias Episcopales, en su gran mayoría, aceptan con agrado y apoyan esta peculiar pastoral. Incluso en los países que, por circunstancias políticas o culturales, carecen de Ordinariato Militar se prevé un servicio pastoral castrense a fin de poder cumplir con esta noble misión. La peculiar labor en la Pastoral Castrense, nos obliga a identificar las amenazas del mundo moderno.
Ante todo constatamos en la actualidad la necesidad de un renovado ardor misionero y evangelizador en el campo de la Pastoral Militar y Policial.

Queremos señalar de una manera especial los problemas que sufre la familia, célula básica y fundamental de la sociedad, en nuestro mundo castrense. Las condiciones de vida de nuestros militares y policías les hacen más vulnerable en un punto tan fundamental. Esto exige una respuesta urgente y decidida de los agentes de pastoral.

La corrupción presente en tantos ámbitos, invade también nuestro mundo castrense y policial, donde de manera especial el abuso de autoridad ha llevado a vulnerar el respeto a la vida, a la dignidad de la persona humana y de sus derechos. A ello sumamos la tarea pendiente de una verdadera formación de laicos, militares y policías que sean verdaderos apóstoles entre sus superiores, compañeros y subalternos.

Llegados a este punto, reconociendo nuestras limitaciones y carencias personales, señalando en nuestras vidas la tentación de la mundanidad, con humildad queremos confesarnos misioneros. El Capellán no va a las periferias existenciales, se encuentra en ellas.

“Las difíciles condiciones de vida de los militares” (CD 43), también con su pobreza espiritual y material, marcan nuestro estilo de pastoral.

El Capellán Castrense acompaña a hombres y mujeres que tocan diariamente el dolor, la violencia, la delincuencia, la droga, la guerra. Hombres y mujeres que con su fe pueden iluminar y transformar aquellas realidades donde la miseria humana se hace más patente.

Nuestras “mochilas” pertrechadas no sólo de la vida y el sacrificio de los Capellanes llevan la fuerza de Cristo para sanar las heridas de nuestros militares y policías, convirtiendo nuestras parroquias en auténticos “hospitales de campaña”.

Todo ello exige una urgente y auténtica conversión pastoral, personal y estructural que lleve a acrecentar una fe firme que permita celebrar y actuar en consecuencia.  Una conversión basada en la Palabra Divina, leída e interpretada con la Iglesia.

Nosotros somos los siervos, de los servidores de la nación, y nos comprometemos con ánimo perenne a ser comunicadores del Dios de la Esperanza, y desde la oración, la lectura perspicaz de los signos de los tiempos y el desempeño de nuestro ministerio, ser hermanos que caminan, acompañan y evangelizan desde la propia conversión.

Creemos que, abordando adecuadamente dichos desafíos, nuestros laicos cumplirán mejor su deber de servicio a la Patria, reconociendo el primado de Dios en sus vidas, siguiendo a Jesús como verdaderos discípulos misioneros.

Finalmente lo que escuchamos y reflexionamos, lo que compartimos y asumimos lo colocamos confiadamente bajo la intercesión de la Santísima Virgen María de la Altagracia, quien siendo hija del Padre, esposa del Espíritu Santo y madre del Hijo,  nos invitó a seguirlo diciendo: “hagan lo que él les diga” (Jn 2,5b), para que como Ella, seamos fieles al llamado de Cristo”.

Dado en Puerto Plata-República Dominicana a los 11 días del mes de Octubre de 2013”.

DOY FE.

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