Sueños de Navidad

De niño solía tener agradables sueños de Navidad: luces de colores, golosinas, trineos, villancicos, flores y explosiones de torpedos y metrallas.

De niño solía tener agradables sueños de Navidad: luces de colores, golosinas, trineos, villancicos, flores y explosiones de torpedos y metrallas. Al día siguiente despertaba con el frescor en mi humilde entorno, casi campestre, regado por el rocío de las mañanas invernales y perfumado con el seductor olor del azahar.  El amarillo reluciente de las naranjas maduras, contrastando con el verde de sus hojas, y el trinar del ruiseñor, completaban la sinfonía sensorial de aquel feliz despertar.

Creo que los sueños varían con la edad, dependiendo del desarrollo del cerebro con su natural plasticidad, que alcanza su máximo de los 19 a 25 años.  Luego, los circuitos cerebrales se multiplican, los pensamientos son más complejos y las experiencias de la vida se van acumulando en el inconsciente para liberarse cada noche en que vivimos un mundo irreal de sueños cargados de hechos distorsionados.

En el mundo egoísta de hoy, dominado por una desconfianza que raya en lo paranoide, se arremolinan en nuestro inconsciente ideas aberrantes y absurdas que tienden a salir desordenadamente, como un alud, a través de los sueños.  El caos que prevalece en esa hiperactividad surrealista del neocortex hace imposible concederle algún sentido de realidad a las divagaciones incontrolables de nuestro cerebro durante el sueño.

¡Linda sorpresa! En estas vísperas de Navidad he tenido un sueño lúcido, pletórico de luces, libre de imágenes alucinógenas, un regalo de Dios: todos los dominicanos, en armonía, sonrientes, tomados de la mano, cantando un himno de paz, reconciliación y solidaridad.  Ojalá que este sueño se haga realidad, que todos los hijos de esta tierra renunciemos a la violencia y juremos compartir el mejor regalo de Navidad: el amor, pues la vida no tiene sentido si no la compartimos con amor.

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