El no de Charlie Villanueva a la selección nacional de baloncesto se venía venir. No era un secreto para nadie que Villanueva se mantenía molesto con lo que sucedió hace casi un año cuando John Calipari decidió no convocarlo para los entrenamientos con miras al Centrobasket de 2012 y el repechaje olímpico de ese mismo año.
El rechazo de Charlie, ganado o no, nos debe poner a reflexionar ahora más que nunca. Lo que prevalece, para una y otra parte, es parar la guerra de orgullo y dejar de buscar culpables. Hay que encontrar una solución a esto por el bien del baloncesto, probablemente no en estos momentos, pero hay que buscarla. Si bien Villanueva juega para República Dominicana en calidad de nacionalizado, no es cierto que nos podemos jactar de perder a un jugador de sus condiciones para siempre. Guste o no, el delantero es un NBA y eso, creo, tiene un peso aquí y en Japón.
En momentos como este aquellos que verdaderamente aman el baloncesto, sea cual sea la instancia que ocupe, deben interponerse a las miserias humanas y deponer cualquier actitud hostil para tratar de encontrar una avenencia que lime asperezas entre las partes.
Parece mentira, pero, durante casi un año, al parecer nadie tuvo la visión de acercase a Villanueva para conocer su sentir y no fue hasta ahora cuando su nombre cobró importancia nuevamente.
Hay un trabajo que hacer, aunque no nos interese jamás Charlie para la selección nacional.
