El tránsito, Amet y los ciudadanos

Los medios de comunicación dan cuenta del lugar que ocupamos en el “ranking” mundial de la forma de conducir y el tránsito en general. Basado en una  teoría de carácter personal, creo que el tránsito vehicular es expresión de la  propia…

Los medios de comunicación dan cuenta del lugar que ocupamos en el “ranking” mundial de la forma de conducir y el tránsito en general. Basado en una  teoría de carácter personal, creo que el tránsito vehicular es expresión de la  propia sociedad, y si aquello resulta acertado, la nuestra se expresa de manera caótica, desordenada, al margen de toda regla como afirmación primitiva de lo colectivo.

Al momento de la decisión de aventurarse en calles y avenidas, es darse un baño de salvajismo y adaptarse a la agresividad ajena, al irrespeto mayúsculo y a la permisividad extrema. Es tiempo de olvidarse de “preferencias” y simplemente colocarse un casco defensivo y rogar que no aparezca un desaprensivo conductor de cualquier artefacto rodante, le embista y de inmediato inicie un proceso provocador de “¿por qué te metite, animal?” salpicado de un vocabulario en el que se estrenan insultos, sazonados con “sanantonios” diversos.

Amet, institución devaluada, de carácter militaroide y esquemas trujillistas, de mística y norte extraviados, apoyada en una desactualizada ley, salpicada con agentes femeninos de actuación arbitraria y carente de cortesía, institución que se distancia cada vez mas del creciente caos vehicular, exhibe una absoluta incapacidad para controlar el tránsito.

Lo que fue una institución de avanzada, cuando fue creada en manos de Hamlet Herman, es hoy una simple caricatura de sí misma que no provoca respeto en un conductor que no teme al brazo “tullido” de la ley.

Se mencionan cuotas de multas, que los agentes de uniforme verde y sombrerito de Smokey, el oso símbolo del sistema contra incendios forestales americano, cuotas que suponemos se llenan con las contravenciones de poca trascendencia mientras las violaciones mayores continúan impunes y a la vista de todos.

Los llamados “operativos” son desperdicios de energías y recursos y son puntuales, sin influir en lo más mínimo en la cultura del conductor. Si le sumamos un creciente “pariguayismo” conductual, falta de pericia y los desaprensivos motoristas, cada vez más agresivos con ánimos de “Kamikaze” de dos ruedas, creamos un  explosivo “cocktail” que dinamiza el movimiento en las calles. Súmele el “hubierismo” de los seudo-sindicalistas empresarios del transporte, dueños de rutas y avenidas, dispuestos a quemar cualquier vehículo aunque lleve pasajeras… y quedar impunes.

La solución dilatada de este creciente problema, atenta contra la tranquilidad ciudadana y que solo con el concurso de toda la sociedad, puede iniciarse un proceso de reversión de actitudes y cultura y ello solo con la facultad del Estado para aplicar la ley….pero aplicada para todos por igual, sin la pregunta de hoy:  “¿Uté’e, militar?”

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