Todo parece indicar que Iker Casillas está pasando su último verano como jugador del Real Madrid. El heredero de la cinta de Raúl lo tiene todo hecho con el Oporto y por la capital ya se preparan para despedirle. Desde el punto de vista deportivo, es un movimiento que tiene perfecto sentido.
La verdad del caso es que, en estos últimos años, el otrora mejor cancerbero del mundo ha ido dejando rastros bastante claros de decadencia, y si entendemos los rumores sobre la llegada de De Gea al Madrid como verdaderos, la salida de Iker se antojaba lógica. A esta ecuación habría que sumarle las secuelas de una era mourinhista que vio a la fanaticada madridista dividirse en dos bandos, uno de los cuales tenía como mandamiento crucificarlo.
Este conjunto de coyunturas han terminado desembocando en un contexto crispado e incómodo para ambos, el portero madrileño y la institución. Una unión erosionada por el tiempo y las circunstancias que ya ninguno de los dos puede justificar.
Quizás el error más grande de Casillas ha sido no saber gestionar su propia carrera dentro del club. Muchos dicen, a mi parecer con razón, que tras las desazones de su tiempo con Mourinho y el decaimiento de su forma, Iker debió aprovechar para salir tras la consecución de la décima.
Así hubiera podido irse por todo lo alto, surfeando la ola de un éxito ansiado por años, algo como lo que Xavi hizo esta temporada. En el blockbuster del 2008, El Caballero Oscuro, Harvey Dent lanzó la siguiente frase: ‘O mueres como un héroe, o vives lo suficiente para verte convertido en el villano’. Esas palabras me resuenan con lo de Iker. Hay que saber cuando soltar las cosas.
En cualquier caso, lo decente sería no reprocharle demasiado este amargo último capítulo a Casillas. Ha marcado historia en este club, al que ha servido por 25 años ya. Con su marcha los merengues pierden el último bastión del ‘viejo madridismo’. El de Sanchís, Hierro, Raúl. Se nos va una leyenda.
