El tan querido poder

No para servir, ni mucho menos para transformar los problemas estructurales que afectan a la sociedad dominicana; el poder es para disfrutar de los privilegios que da ejercerlo, dirían muchos. Tampoco importa que la Constitución diga que todos los&#8230

No para servir, ni mucho menos para transformar los problemas estructurales que afectan a la sociedad dominicana; el poder es para disfrutar de los privilegios que da ejercerlo, dirían muchos. Tampoco importa que la Constitución diga que todos los poderes emanan del pueblo, de esto la gente ni se entera. El poder es de quien lo tiene, ya sea el funcionario o el dirigente del partido, incluyendo a sus relacionados. Esta visión está muy generalizada no solo en la política, sino en cualquier esfera de la vida social. Esto evidencia los pocos avances que en materia de institucionalidad democrática se han tenido en este querido país.

El incidente entre la Autoridad Metropolitana del Transporte y un dirigente del PLD en Puerto Plata, refleja la concepción autoritaria del poder que predomina en esta sociedad. Como en ocasiones anteriores, las redes sociales permitieron sacar a la luz pública un hecho en el que un político, basado en su capacidad para obtener votos y en su condición de jefe provincial del partido oficial, intenta imponer su autoridad sobre una institución del Estado. Como si el hecho en sí no bastara, la AMET trasladó a todo su personal, parece que por la osadía de enfrentar al querido cacique.

A lo anterior se suman las explicaciones, caricaturescas pero no por ello menos graves, dadas por el político de marras. En ellas, en un acto de absoluta arrogancia, defiende como muestra de bondad sus dádivas a favor de los agentes de tránsito, denigra a la mujer dominicana, justifica las violaciones a las leyes y la superioridad de un dirigente frente a cualquier autoridad. Lo peor del caso es que este discurso no hace sino más que desnudar el alma de la política dominicana. Este personaje se atrevió a decir lo que otros, desde el silencio, creen y practican a diario. Lejos estamos de una sociedad en la que no sea el atropello a los demás, la ambición y la vanidad, el propósito fundamental de tener aunque sea un poco del tan querido poder.

Años de transición democrática no han hecho posible que la institucionalidad se imponga a la cultura del ¿usted sabe quién soy yo? Esto se entiende como una mayor garantía que apelar al supuesto Estado de derecho. Superar esta realidad se presenta hoy como uno de los desafíos fundamentales de nuestra democracia. Para ello se requerirá de instituciones fuertes dispuestas a hacer cumplir las leyes y de una ciudadanía imbuida de valores democráticos. A esto se debe apostar, a pesar de que a muchos no les resulte muy querido.

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