¿Por qué unos quiebran y otros no?

El miércoles pasado, en el almuerzo de la Cámara Americana de Comercio, el orador invitado lo fue el amigo y director General de Aduanas, Enrique Ramírez. Al terminar, se me acercó un periodista y me preguntó mi opinión sobre la ponencia, a…

El miércoles pasado, en el almuerzo de la Cámara Americana de Comercio, el orador invitado lo fue el amigo y director General de Aduanas, Enrique Ramírez. Al terminar, se me acercó un periodista y me preguntó mi opinión sobre la ponencia, a lo que respondí: una visión de una aduana moderna, donde no se nos considera como contribuyentes sino como clientes; y clara, de que el servicio es fundamental, ya que no sólo reducirá nuestros costos sino que permitirá que la aduana recaude más, ya que muchos negocios no desaparecerán por los costos que hace muchos años implicaba desaduanar las mercancías.

Me preguntaba el periodista si había algo que a mi entender no había tratado el director, respondí le faltó el problema de la competencia de los que abusan de las facilidades que representan las compras por internet, de las que se ha sacado provecho inapropiado para lo que pretendía ser un vehículo de reducción de precios para la clase media, no una forma de competir contra los sectores formales del comercio.

El comercio es un negocio difícil, de pocos márgenes y de mucha competencia. El peligro ya no es sólo para los comercios sino para la enorme inversión inmobiliaria que representan las plazas comerciales en nuestro país.

Este desarrollo ha tenido varias etapas. Las primeras grandes plazas fueron Plaza Naco y Plaza Central, hacia finales de los años 70. Luego se amplió la oferta con Unicentro Plaza, Megacentro, Acrópolis y Plaza Internacional en Santiago, a principios de los 90; un poco más tarde Blue Mall, si mi memoria no falla. Junto a estas plazas hubo un desarrollo de plazas medianas como Bella Vista, Diamond Mall y múltiples plazas pequeñas en cada esquina.

Para inicios del 2012, otro nuevo impulso con un desarrollo de grandes plazas como Agora, 360 y Sambil.

Esto ha venido acompañado con una enorme oferta de tiendas, donde exhibimos todas las franquicias que pueden encontrarse en Puerto Rico, Miami o Nueva York. La única diferencia es que nuestras tiendas pagan un 20% de arancel en aduanas, un 18% de impuesto a las transferencias de bienes industrializados y servicios (ITBIS), un 1% sobre los activos como avance y un pago de impuestos sobre la renta del 27%. Si podemos repartir utilidades pagaremos otros 27%.

Sin embargo, todo aquel que compra por internet está exento de pagar todo este reguero de impuestos y una facilidad para la clase media se ha convertido en un enorme problema que no sólo amenaza la enorme inversión inmobiliaria que tiene el país en las plazas, sino que atenta contra la permanencia de los comercios, los miles de empleos que estos generan y el aprendizaje que representa para los jóvenes que son en su mayoría los que laboran en los comercios, que les permite pagar sus estudios y ser útiles ciudadanos con posibilidades de progresar, gracias al entrenamiento que reciben en muchas de las franquicias.

El empresario no tiene forma de controlar este riesgo o tendrá que dar muchos nombres a las empresas de courier y empezar también a importar en partidas menores de doscientos dólares y valerse de facilidades que otros usan y que sin duda no fue el objeto de dicha facilidad.

A este riesgo, que no controlamos los empresarios, se suma el de la escasez de divisas, preocupante. Me contaba un amigo que requería una suma importante de dólares, su banco se los vendía si no le retiraba los pesos y lo hacía con sus depósitos en otro banco. Hace unos meses sufrimos costos importantes con las ventas a futuro que hacían los bancos y que resultó en importantes pérdidas cambiarias para muchas empresas.

No acabamos de entender, con el nivel de reservas históricas que tiene el país, un déficit de cuenta corriente muy bajo fruto a los bajos precios del petróleo y que nuestras autoridades monetarias no intervengan el mercado y además tengamos que pagar altas tasas de intereses que crea una ventaja sobre los productos importados contra los manufacturados en el país.

A todo esto se suma el peligro diario que tiene una empresa de desaparecer. Empezando, porque muchos piensan que la clave del éxito es ser el más importante, el mejor, y no es así. El mejor lo puede cambiar otro producto, fruto de nuevas tecnologías; sin embargo, el más importante es el que encuentra un espacio en el consumidor, posiciona su producto gracias a las preferencias.

Todo ese esfuerzo que puede hacer un empresario para posicionarse en la preferencia del consumidor y las inversiones importantes en plazas, que ya no son sólo un lugar de compras sino también de esparcimiento, puede desaparecer si no se toman las medidas económicas adecuadas.

Ojalá las próximas cifras económicas que se presenten encuentren que las pérdidas en impuestos, fruto del uso desmedido de las compras por internet, la escasez de dólares y las altas tasas de interés, no sean la razón para que unos quiebren y otros no.

Mantenernos como una de las economías que más crece debe ser una meta sostenida, fruto del esfuerzo del Gobierno y el sector privado. No se justifica que con una inflación del 1.7% estemos pagando tasas de interés preferencial que se acerca al 13%. El Gobierno requiere más recursos y una forma de hacerlo es lograr que crezca la inversión sin tropiezos y las presiones que significan, por un lado; que importaciones no paguen impuestos, tasas de interés que no incentivan la inversión y que adquirir divisas sea un reto diario.

Evitemos que unas desaparezcan y otras permanezcan en contra de los impuestos y de los empleos.

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