La artista española de ascendencia africana comenzó su Buika World Tour en el Teatro La Fiesta, la noche del pasado sábado.

En 2009, Joaquín Sabina escribió unas coplas a Buika, que la describen mejor que todo lo que nadie haya pensado.

“Mi niña Lola es negra y se llama Buika / Gitana de Guinea sin bata de cola /Amapola con rizos de Tanganica. // Soledad que la escucha no está tan sola /Los vellos con sus polvos de pica pica/ Saben a sello añejo y radiogramola. // Sus dientes separados filtran el viento / Que nace en los pulmones desencajados / Y abreva en lo más jondo del sentimiento. // Tocan palmas los duendes resucitados, /Los hados, los luzbeles del sacramento /Del compás de los ángeles desterrados…”, y por ahí sigue.
Buika, esa Buika de las admiraciones sabineras, es también chavelista. Porque Chavela Vargas la quiso en un segundo tiempo y ambas se cuidaron todo el tiempo.

Buika acaba de ofrecer un concierto en el Teatro La Fiesta, donde prácticamente ha sido sola ella.
De la mano de Billy Hasbún ha arrancado la gira mundial que seguramente llevará a muchos otros sitios de este mundo, donde su voz mueve montañas.

Buika, que es decir su voz rotunda y rota, rasgada por cristales de amatista y por el hielo nerval de los volcanes, ha estado más africana que nunca antes en un escenario. La referencia más reciente fue en noviembre pasado en el DR Jazz Festival en Cabarete.

Así que arrancó con un Canto a Eleggua (Legba, Leggua, entre otros nombres), que en el panteón yoruba abre los caminos, para que bendijera su performance.

Con Santiago, el director musical, tiene una probada complicidad, que transmitió sobre todo en el segundo tema. Cajón y trombón al unísono, una combinación poco frecuente. Luego, tambora, bajo y teclado. “Él era un pez que nadaba solo…”, decía una de sus canciones, probablemente suya.

Después más declaraciones de principio, que es decir canciones con las que plantea maneras de pensar y estados de ánimo. Entre ellas Dolor de rumba, en otra versión muy diferente a la que logró con Santana en el 2019. Y que aquí fue ovacionada, con el público ya en su puño. De hecho esta canción, se debe a la propia Buika, a Carlos Santana y al guitarrista ghanés Evo Taylor.

“El escenario es el único lugar donde le dices a un hombre que se pare y se para”, expresó en otra ocasión en que mandó a parar una canción, no más arrancando. Que sí, que es epigramática, como una Elías Canetti de los escenarios.

Buika hace una creación con el trombón de Santiago, de No me vayas a engañar, composición de Osvaldo Farrés, canción que en llevó a España Antonio Machín, quien llegó a ese país en 1939 con el saxofonista dominicano Napoleón Zayas.

Después pídió a Hernán Molina, el percusionista, “Tócame por bulerías” y se cantó “Dicen que eres raro… “. Luego una ranchera para recordar a Chavela Vargas. Le dedicó a Billy Hasbún: Las pequeñas cosas. Y también No habrá nadie en el mundo, de Javier Limón, con ovación de pie.

Soberanamente triste y sin dinero. Ritmo africano, con fusión de ranchera y flamenco. “Te eché de menos amor… Pasa, pasa…”. Y luego reconoció: “Ahora que ya hemos calentao motores. Jodida pero contenta”, que incluyó un cambio de ritmo a un son lento “Tonta, todo en la vida se paga!”. Remató con Amor eterno del inmenso Juan Gabriel tema del que junto a Alondra de la Parra ella ha hecho una versión irrepetible.

Improvisado: El último trago. Siguió con Mi niña Lola. La dedicó a su hijo. La gente pedía canciones y las cantaba a capella. “Y en silencio dirás una plegaria…”. Solo con el cajón. Cerró la puerta…. “Insensata y loca dime porqué te has ido”… Presentó la banda. Una banda que no se merece.
Continuó con Gitana, Dime bandoneón, Nostalgia.

Y Para terminar: Yo me lo merezco.

Entonces se despidió y salió huyendo del escenario, directo a la jipetta que la esperaba. Que si no, todavía estuviese cantando.

Fue un concierto tan hirsuto que no tenía rundown (lista de canciones oficial). Había mucho de improvisación. Mandaba a parar. ‘Volvamos arriba’ y arrancaban de nuevo. Los músicos trataban de caerle atrás. Buika es un espíritu tan rebelde que inspira ternura, y tan espiritual que inspira rebeldía.
Su banda estaba compuesta por músicos muy flojos, el guitarra sobre todo, el bajo mal ecualizado.
Solo el percusionista y el tecladista y trombonista (que lleva tiempo trabajando con ella) eran los únicos que empastaban a veces con el caudal de voz irredento de Buika.

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