Recientemente concurrí a las bodas de un queridísimo “parientico” cuya fiesta fue amenizada por nada menos que un talentoso merenguero y su cadencioso conjunto musical. El propio artista explicó al público, las causas y motivaciones de ese compromiso musical, por razones de agradecimiento, solidaridad y simpatías, con alguien muy relacionado con la novia, que iba mucho más allá que obligaciones contractuales. Fueron tan sentidas, y de tal sincero contenido sus palabras, que me hace concluir que el reconocido cantante es un personaje fuera de serie, de notable contenido humano. Las expresiones vertidas por el peculiar integrante de la “fauna” artística criolla, me motivan a expresar mis repetidos criterios de que los conjuntos musicales, abusan de la electrónica, recurriendo a amplificar el sonido de todos los instrumentos, (incluyendo güira, timbales, congas y tambora) logrando un “amasijo sónico” que imposibilita diferenciar sonidos y deforman la voz del cantante, hasta hacerla indefinible.

Descansan en amplificadores y bocinas “Peavey”y abusan de ellas. No hay dudas de que los niveles del sonido, son apropiados para espacios abiertos y no para locales cerrados. Solo hay que ver las “torres” de bocinas que forman parte del conjunto musical, para suponer la “descarga”. El manejo profesional del sonido “expresado” por los instrumentos musicales, es un arte profesional de un “ingeniero de sonido”. Las grabaciones son una expresión excelsa de un manejo equilibrado de niveles para que el más “bulloso” no se trague al más “tímido” musicalmente; que la orquesta permita que se destaque la voz. Esto es pura armonía.

El abuso de los bajos es pernicioso y dañino dado que son las notas graves, las que alcanzan más distancia y penetración. En una fiesta reciente de la regional del Banco Central en Santiago, me motivó pedirle al sujeto que manejaba la “consola”, que adaptara el nivel al tamaño del salón y que redujera bajos, de manera que no le “aflojaran lo diente” a los que estábamos allí. Había logrado, deslizando teclas, opacar la voz de los cantantes haciendo ininteligible lo que expresaban. Haciéndome el “caso e’logato”, pareció hacer lo contrario y logrando hacer más difícil el soportar las molestias auditivas que me producía.

Un “set” después hablé con el que parecía el director y el asunto se puso “pior”; opté por abandonar el recinto ante la confusa perturbación que me producía la poderosa agresión auditiva. Cierto es que tengo marcada sensibilidad en el sentido del oído, frente a niveles que sobrepasan los decibeles del rango aceptable y que no caigo dentro de los que con la bebida, se le “embotan” los sentidos, por mi escaso consumo. Una sugerencia a los contratantes, es que se reserven y expresen, entre los términos pactados, el derecho del dueño de la fiesta, de definir el nivel del sonido. Mientras, me protegeré ”escapando”, cuando la “música” me resulte insoportable…

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