Luis Abinader
Luis Abinader

Ningún Presidente quiere que le toque gobernar en una crisis.

Pero iniciar una gestión en esas circunstancias tiene ciertas ventajas, aunque parezca paradójico.

El mandatario que asume en una situación de ese tipo cuenta con dos factores a su favor.

Primero, obtiene una lógica, obligada y merecida tregua, más larga de lo normal, de parte de la población, incluyendo la oposición política. Nadie le puede exigir soluciones de problemas viejos, ni nuevos, a un presidente que se estrena con una crisis, no causada por él, sino heredada, y más si se trata de un fenómeno global, no local. Y el que lo haga lucirá mezquino e irracional.

El otro punto relativamente ventajoso para el gobernante que asume en un contexto de crisis es que, como se ha tocado fondo, solo hay espacio para avanzar.

Y cada paso de avance es una buena noticia. En esa situación, lidiando con una crisis, con todo lo malo que ello implica y sus ventajas relativas, se ha manejado Luis Abinader durante estos dos años.

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Los retos

Lo peor de la pandemia pasó, si bien el gobierno del presidente Abinader enfrenta otras dificultades, tanto locales como globales.

En sentido general, el Presidente manejó bien la crisis, porque la recuperación se ha logrado en todos los sentidos.

Ahora sí toca atender asuntos que obligatoriamente tuvieron que ser aplazados, y son muchos. Para muestra, solo hay que mencionar dos botones: La educación y la salud.

Ambos renglones estuvieron impactados directamente por la pandemia, por lo que no se podía esperar cambios significativos en ninguno de ellos.

Pero también tiene otros temas que manejar, algunos coyunturales, como la inflación, y otros sistémicos, como el de la seguridad ciudadana.

Con diálogo o sin diálogo, tendrá que impulsar algunas reformas importantes, que le sirvan de legado para este periodo, que puede ser el primero de dos.

Todo dependerá de las circunstancias. A partir de ahora, Abinader entra en una fase decisiva. La promesa de cambio tiene que hacerse realidad.

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