Orestes Amador ofrece un contundente repertorio gestual, de estados de ánimo y de acciones que reivindican la obra

Lo conocí de la mano del también fallecido Amadito del Pino durante un Festival de Teatro de Camagüey quizás en 1984 (¿o fue antes?). Estábamos sentados en el bar del Restaurante La Tinaja y apareció aquel mulato chino, con sonrisa abierta y afabilidad del que va al encuentro de un nuevo amigo. Tomo de Amadito su definición de “Socio (pana en cubano) de sonrisa traviesa, de verbo exacto, dialogador de las maravillas”.

Alberto Pedro fue el más poeta de los dramaturgos cubanos de mi generación. Quizás fue el que tuvo más coraje para auscultar con ojos de poeta las historias que armaba en su cabeza a partir de la realidad cubana, aquella que conocía oteando en los solares de La Habana, en las calles de Jesús María o San Isidro, en los bares del puerto o en las bodegas de Regla, en los patios de Pogolotti o en los balcones de Alturas de Belén. Definió la dramaturgia cubana de los 80 y 90 del pasado siglo con una valentía ardiente y dejó en sus obras, para otros tiempos, elementos definitorios de lo que fue el cubano de entonces.

Alberto Pedro era un mulato chino con swing de actor, detector de m… y corazón de ángel. Suyas fueron obras imprescindibles para tratar de entender la evolución de la debacle, la caída en picada de una sociedad que ha tocado fondo quizás como nunca antes, sn un Alberto Pedro que se ocupe de desentrañar el momento actual.

Manteca, Weekend en Bahía, El banquete infinito, Desamparados, Delirio habanero, entre otras que Wikipedia no menciona como Tema para Verónica, Lo que sube, Pasión Malinche, Mar nuestro, Caballo negro o Cruce de aros, etc. forman parte de esa gran crónica escenografíca de la realidad cubana, como lo es para esa nación asiática, El Libro Secreto de los Mongoles.

Alberto Pedro murió en el 2005 con el hígado cocinado. Hoy andaría por los 68 años. Suya es la obra Esperando a Odiseo que acaba de hacer dos noches seguidas el gran actor cubano dominicano Orestes Amador en Casa de Teatro, bajo la dirección de Raúl Martín, también amigo del dramaturgo, cuyas obras se caracterizaban casi siempre por escenografías más bien minimalistas. Esta no fue la excepción.

Dos sábanas, unos hilos de pescar a modo de tendedera, un pantalón negro, un vestido rojo y una sudadera blanca con capucha, cuatro cajas y una pequeña jaulita son todos los elementos escenográficos con los cuales simular una azotea de un edificio de cuatro plantas de La Habana. Luces y una linterna.
El personaje va vestido con unas bermudas y una camiseta sin mangas, descalzo.

Iluminación y música son apoyos insoslayables. Excelentes las participaciones en la banda sonora de Diomary La Mala, Celestino Esquerré y Pavel Núñez.

En Esperando a Odiseo, Alberto Pedro hace una exploración a fondo del fenómeno de la emigración, pero sobre todo del emigrante en sí mismo.

Su visión fue a contracorriente, porque diseñó un emigrante cubano que regresa a su patria. Los motivos para volver eran tan fuertes que con eso quería evitar que su hijo tomase la decisión de aventurarse a huir en una balsa. Odiseo, un palomo que su hijo El Cabezón se habría llevado, es más que un punto de apoyo para hacer avanzar la obra, un símbolo.

Pero quiero llegar al grano, y es a la actuación de Orestes Amador, de la cual Alberto Pedro y su esposa Miriam Lezcano (también fallecida) estarían orgullosos.

Impresiona el virtuosismo escénico de Orestes Amador, sus incontables registros en tonos narrativos, denunciantes, bravucones, declarativos o descriptivos, donde no faltan las emociones que va experimentando incluidos el miedo, el delirio, el dolor, la pena, el amor, la cobardía, la soledad, en fin, la soledad. Porque un maestro sin alumnos, un colombófilo sin palomas y un espíritu libre sin libertad, está más solo que un center field.

Amador experimenta un torbellino de estados de ánimo producidos por los pensamientos que desnuda ante los espectadores. En el centro de ese torbellino están los palomos Odiseo y Penélope, como una columna de viento soplado en vertical. Referencias indiscutibles de la Odisea, el gran poema épico de Homero.

Orestes Amador consigue una de las actuaciones mejor logradas de lo que va de la pospandemia en el panorama dominicano. Su maestría, el repertorio gestual que es capaz de brindar, el virtuosismo al poder fusionar lo que sabe de danza con lo netamente actoral es una de sus mayores fuerzas.

La obra viajará la semana próxima o la otra de arriba a un festival de monólogos de Miami, donde seguramente será ovacionada por un público mayoritariamente cubano y por tanto más comprometidos con la inmediatez del contenido, su entorno y su tono. Sin embrago este monólogo es tan universal como local. Su capacidad de entender las dificultades humanas del emigrante, sus sufrimientos, angustias, desesperaciones están directamente emparentadas con la gente que deja atrás.

¿Regresa Odiseo? La respuesta queda abierta, para provocar a los que no han visto la obra, que la vayan a ver.

Inmenso Orestes de la mano de Raúl Martín, una dupla memorable.

Presentaciones
La obra se presentará 21 y 22 de abril a las 8:30 p.m. y el 23 a las 5:00 p.m. en el Solo Theater Fest de Miami.

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