“La perfección no existe, pero uno siempre la espera y anhela”

Pericles Mejía comenzó su vida en los palcos como cantante de rock, allá por el 1960; luego entró al teatro y finalmente al cine.

Pericles Mejía comenzó su vida en los palcos como cantante de rock, allá por el 1960; luego entró al teatro y finalmente al cine. En este último universo artístico, sus roles han sido distintos; primero en los cortometrajes La Santería y Sandino, Nicaragua; editor del filme Un pasaje de ida (1984), de Agliberto Meléndez, y en la película 4 Hombres y un ataúd (1996).

Pero es como actor que registra buenos números: The White Crab, de Luis Llosa (1976); La Fiesta del Chivo, de Luis Llosa (2004); Lilís, Jimmy Sierra (2006); Las luciérnagas, de Roberto Minervini (2006); Roomate, de Elías Acosta (2005); Enigma, de Robert Cornelio (2008); Ladrones a Domicilio, de Ángel Muñiz (2008); The Passage (2011), Los Súper (2013), Noche de circo, de Alan Nadal Piantini (2013); 339 Amín Abel Hasbun. Memoria de un crimen, de Etzel Báez (2014), Ovni, de Raúl Marchand Sánchez (2016); Tubérculo Presidente (2016) y Voces de la Calle, de Hans García (2017). Mientras que en el teatro, como actor, ha interpretado interesantes papeles en La Celestina, La Boda, La Opera de Tres Centavos y Las Sillas.

Le conocimos en el 1974 siendo profesor en la Escuela Nacional de Bellas Artes. Luego fuimos compañeros de trabajo en el filme Sorcerer, del director estadounidense William Friedkin, y le seguimos cuando fundó la Cinemateca Kircher, sobre clásicos del cine.

Sin duda, una conversación con este pilar del cine dominicano es difícil de resumir, pero necesaria para contar.

¿De la parafernalia usada, qué dominas en la música, en el teatro y en el cine?
En la música terminé convirtiéndome en guitarrista, después de haber comenzado como cantante de Rock and Roll.

¿Y qué más dominas en el teatro, además de dirigir y actuar, y en el cine, además de director y actor…?
Empecé con Agliberto Meléndez, que necesitaba editar un corto que había rodado, y como yo tenía un equipo de edición en 16mm. en celuloide empezamos ahí. Yo había editado algunos spots, pero esta era una historia dramática y me interesó, así que edité El hijo, basada en un cuento de Fernando Quiroga y la química arrancó para luego editar un documental sobre Gilberto Hernández Ortega. Finalmente, edité para él el laureado filme Un pasaje de ida, y posteriormente, Del color de la noche (un biopic de José Francisco Peña Gómez).

Hasta la fecha, tienes una infinidad de personajes en el teatro y en el cine. ¿Tienes algún personaje muy especial?
Me parece que el Procurador Dr. Marino Ariza Hernández, en el filme 339 Amín Abel Hasbun. Memoria de un crimen.

¿Qué lo hace ser tu preferido…?
Este personaje lo adopté como cualquier otro. Pero no sospechaba que era tan rico hasta que tuvimos tiempo de investigar, ensayar y conocerlo a fondo, con ayuda del director, que produjo un guión basado en diálogos existentes (del interrogatorio realizado por la Procuraduría General de la República Dominicana, 1970) lo cual le imprimió el carácter verosímil e histórico. Supero al que hice de Balaguer, pues este fue creado en base a una ficción de una novela importante.

¿Qué tipo de personaje anhelas hacer en el cine?
Anhelo hacer algún día “el sacerdote” que comencé a hacer en Noche De Circo.

¿Cómo sería esa historia de “el sacerdote”?
Tuve la oportunidad de conocer muy bien los personajes religiosos durante mi infancia, en 4 Hombres y un ataúd tuve asesoría de José Luis Sáez SJ y hasta tenemos hoy un papa Jesuita. Quiere decir que estuve rodeado casi toda mi vida por curas, lo que me ha permitido entender un poco los pormenores de esta profesión.

Eres bastante crítico con los filmes que has hecho. ¿Por qué esa interpelación?
Quizás porque la perfección no existe, pero uno siempre la espera y anhela.

¿Entre esos filmes en que has participado cuál te trae mayor satisfacción como actor, y cuál como director o del equipo detrás de la cámara?
Hasta ahora (en base a memoria), repito, “El cura”, de Noche de Circo; como director: 4 Hombres y un ataúd, por ser mi único largometraje. Detrás de cámara: L’Home Sur Le Quais, de Raoul Peck 1987, filme francés rodado en el país. Ahí fui productor local.

Eres guionista también, además de actor; entonces, a tu juicio, ¿cuál es la importancia de la palabra para el cine?
Los diálogos son las palabras de los personajes y la información para la audiencia. En el guion de Cine esto lo hace una sola persona que asume o especula, como todos los personajes hablan.

En el cine nacional la comedia es lo único que da dinero, ¿cómo ves ese panorama de si eso será así para siempre o has visto fenómenos parecidos en los que otros géneros también suelen ser tanto o más lucrativos?
Es cierto. Pero no es menos cierto que este género es necesario por la seguridad económica que ofrece a través de la venta de taquillas. Eso ayuda a la industria. Para los otros géneros necesitamos educar a la audiencia. Cocote fue un fenómeno del género trágico que obtuvo un relativo éxito.

En el discurso que ofreciste al recibir el título “Profesor Honoris Causa” de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (el 5 de junio de 2018), mencionaste que 4 hombres y un ataúd es la película que pudiste hacer y no la que querías hacer, ¿qué significa esa consideración tuya como guionista y director?
Pude concluirla porque en esa época el reto era completar y entregar el trabajo encomendado sin que te importaran las condiciones y los recursos económicos.

Todos, de alguna manera, principalmente quienes hacemos cine, guardamos un especial cariño por un filme determinado por encima de cualquier otro. ¿Cuál es el filme de tu vida?
Mi película amada es Fanny y Alexander, de Bergman.

¿Qué te hace amar un filme, en especial a ese?
La belleza de las imágenes al servicio de la historia positiva, sensible, a veces espontáneas, tan auténticas que bordean la poesía de la vida con alegría optimista.

Observación
Para los otros géneros (fuera de la comedia) necesitamos educar a la audiencia…”

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