Se comenzó a representar en el planeta cuando el proyecto humano que existió antes del pitecantropus erectus descubre en la planicie algo que trae con un rito a la caverna: el rito de la vida y la muerte; perennes tema y debate de la escena.

La escena efímera de un arte que el esteta francés Jean Doat define como “Síntesis de artes que exige un arte de la síntesis”. Y, en conclusión, eso resultamos ser: una conjunción de las verdades de todas las artes convocadas.

Mientras, Edgar Alan Poe lo conceptualiza como “Organización del caos”, tratando de explicar su cercanía con las divinidades.
Divinidades que tomaron prestado nuestro principio de acción para desde allí construir el verbo. Este arte que se organiza cuando se hace cómplice del mito, cuando crece en la noche hacia lo apolíneo y lo dionisíaco; es decir… hacia el sueño y embriaguez de que nos habla Nitsche.

¡Si… de ahí venimos! Del precepto figurativo de uno y la transformación obligada del otro. Dionisio y Apolo equilibrando el nacimiento, el porvenir y la nuestra permanencia eterna. Porque si de algo está el terrenal Universo convencido es que el teatro jamás perecerá… persecula seculorum. Esto acepta el severo Jehová que lo rescata del lugar donde habitaba: justo en el centro de su energía sin principio ni fin. Lo supo el Yucahú Bagua Maórocoti de los taínos cuando creó los areítos, esos comprometidos cantos teatrales entre la tierra y el cielo. Lo supo el nórdico Odín cuando un día se auto asignó como características la vida, la muerte, la magia y la poesía.

Todo Dios, estoy seguro, es fundamentalmente un hombre de teatro. Y viceversa. Por eso rituales y creación nos son afines.
¡Si… esos somos esencialmente! Transformaciones del rito, continente para el grito, mito que se agiganta en la poesía, la palabra lúdica hecha carne, el movimiento que nos legó la metafísica del Cosmos, la luz conformada por las llamas, el primer asombro del hombre en la caverna, la reflexión inicial ante la muerte; una idea articulada y que, mediante juegos, palabras, gestos y maquillaje; trataba de encontrar la magia que aseguraba la vida primitiva y daba oportunidad de trascender a las aspiraciones que llegaron con lo Humano.

La gente de teatro nacemos de esa soñada redención que bautizamos como Katarsis. Nacemos en las fiestas de la carne y del espíritu; con su música, flores, frutas, vino, caracoles y guirnaldas.

La transformación lograda entonces resultó tan proteica que requerimos de mascaras, túnicas y coturnos para que esta fuera aún más absoluta.

Cuando el ser comenzó a hacer la historia, no encontró otra mejor manera de narrarla que con el teatro. Pero cuando la Historia se tornó un gran campo de batalla, su revolución se convirtió en el drama. Eso lo entendió perfectamente Juan Pablo Duarte cuando empezó la fundamental revolución dominicana desde escenarios y libretos.

Desde entonces, nunca nuestros artistas de la escena han rehuido de los compromisos demandados por la historia, dentro y fuera de nuestros escenarios. En las protestas anticoloniales, con Llerena sacando la cabeza, dijimos… ¡Presente! En las luchas contra de la tiranía dijimos… ¡Presente! Cuando se defendió el honor mancillado en Ciudad Nueva dijimos… ¡Presente! Cuando en unos nefastos doce se quiso retroceder en las conquistas, también dijimos… ¡Presente! Y lo seguiremos diciendo cuántas veces la Patria lo reclame.

Hoy estamos comprometidos a construir el nuevo lenguaje, una expresión fundamental que nos caracterice, ser parte del proceso cultural de estos tiempos. Únicas formas de asegurar la pervivencia, a la cual nos comprometieron los ancestros desde el génesis particular; no obstante Platón nos expulsara después de su República.

Sin embargo, aún no contesto la pregunta. La respuesta entraña dolor y sacrificio peligrosos. Aunque dolor y sacrificio son parte de la materia que nos formó, desde la cual partimos. ¿No es Sísifo, acaso, quien mejor nos ha explicado? Su condena a transportar constantemente la pesada piedra ha signado de por vida a todos los hacedores universales de teatro.

¡Pero la pregunta! ¡No puedo seguir evadiendo su respuesta! ¿Por qué hacemos teatro? Para expresarnos, para transformarnos. ¡Si no lo hacemos… morimos!

Algo nuestro nunca es un final, sino una promesa de regresar al día siguiente: ¡el telón!

Celebración
Los artistas dominicanos se unen hoy a la celebración del Día Mundial del Teatro, instituido en 1961.

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