En esta exposición, el bronce revela los cuerpos de una manera discreta y sutil

Después de su remodelación, el Museo de Arte Moderno (MAM) tiene una agenda completa de presentación de la producción plástica dominicana. Durante tres meses, todos podremos disfrutar de la obra escultórica de la artista Amaya Salazar.

Si conocemos la pintura de Amaya de manera firme, no es lo mismo para su producción escultórica. Hemos visto algunos de sus bronces o de sus obras en resina, pero siempre de manera muy puntual. Es por eso que es muy difícil cernir esta parte de su producción. Uno de los grandes méritos de esta exposición es presentar únicamente el aspecto escultórico de Amaya y sobre todo revelar todo su dominio de una técnica artística mejor dicho, unas técnicas muy exigentes.

El montaje y su aspecto didáctico ante todo, hay que decir que es un esfuerzo grande y los responsables del mismo merecen una felicitación. De la presentación de las obras en diversos espacios, hasta las reseñas de dichas obras incluyendo un video, todo está hecho para dar ganas de conocer más la obra de Amaya Salazar.

En primer lugar, el espectador se deja llevar por el camino que aparece de manera bastante discreta pero que, por lo tanto, define la coherencia de toda la exposición con un enfoque claro para mostrar la diversidad escultórica del trabajo de la artista. Es como si fuera un paseo a través de la producción plástica, y resalta de éste un bien-estar, sentimos una cierta cercanía ante las obras gracias al montaje que acoge al espectador para mostrarle de manera clara y evidente el oficio de Amaya.

El segundo punto es que, frecuentemente, las obras están acompañadas de los bocetos que permiten ver todo el proceso creativo: desde la idea hasta la realización, pasando por las diferentes etapas de la creación que revelan cómo la artista puede llevar un simple “sketch” a una escultura. Para mí, perderse en estos bocetos es un momento especial, porque revelan y explican la fase más íntima y casi mágica del trabajo, sin tampoco revelar completamente todo.

Los bocetos revelan una faceta: el camino que tomó el artista para llegar a la obra hecha, pero es una ínfima parte. Si es verdad que aparecen las correcciones al igual que el camino definitivo tomado, un boceto nunca nos va a permitir ver las hesitaciones, los esfuerzos y los sentimientos, al menos que tengamos una multitud de bocetos que arman el rompecabezas. Detrás de las líneas se esconde el artista.

Esta exposición tiene mérito didáctico no solamente por presentar el trabajo realizado en el taller, sino también por educar nuestra vista a ver las obras con una mirada más afinada que nos permite contemplar y sobre todo apreciar todo el valor artístico de sus obras.

La escultura y su espacio

La primera sala, donde el elemento vegetal es predominante a través de hierbas y plantas, nos invita a deleitarnos con varias obras de pequeño formato en diferentes materias (bronce, resina, mármol), donde la silueta humana es el hilo conductor. Es una voluntad de los organizadores de la muestra de poner la figura humana en su medio ambiente original, una especie de edén.

Los volúmenes de esas obras se desarrollan a través del elemento vegetal, dándoles una fuerza expresiva intensa como el director pone en valor la expresividad de los actores. La confrontación vegetal/bronce hace que la tridimensionalidad adquiera más fuerza revelando la poesía de las posiciones de las siluetas y resalta la volumetría de los cuerpos. Ese primer espacio que podemos calificar de ambiental, es un lugar externo a la obra que interactúa con ella a su alrededor.

No es el caso del espacio siguiente, una obra en bajorrelieve en resina que está sola en una alcoba iluminada por un spot que proyecta la sombra de ella en la pared del fondo, o mejor dicho que recrea el aspecto general de la obra, a través de la luz que pasa por los huecos de la misma. La luz, el contraste vacío/lleno hace que un espacio interno participe no tanto a la creación de la escultura, sino a la revelación de esa misma. Se podría decir que este espacio es dinámico como lo es la luz, una especie de dinámica óptica, elemento esencial para leer literalmente la obra.
El grupo de obras en bajorrelieve con huecos son para mí como un extracto de texto, un pedazo de vida, y como la escritura (las letras) se compone de formas cerradas o abiertas. Las esculturas de Amaya se forman con un esquema similar de formas que a veces son más figurativas, pero estilizadas como lo puede ser la caligrafía.

Las formas en sus esculturas

Sería una equivocación afirmar que existe una transposición de la pintura en escultura en la producción artística de Amaya. No existe una correlación directa entre estos dos tipos de expresión artística como lo es con Botero, donde sus pinturas y sus esculturas se llevan de la mano. Pero con Rodin los dibujos no tienen la vocación de expresar la tridimensionalidad, sino de mostrar de manera depurada la anatomía de los cuerpos sobre las dos dimensiones del papel.

Si nos apoyamos sobre las teorías del formalismo, existen dos categorías de formas en sus esculturas. Una primera que viene de las obras en tres dimensiones en particular los bronces y las otras en bajorrelieve sobre todo obras en resina.

En primer lugar, la escultura de bronce necesita un oficio de escultor en el sentido de modelar la materia para llegar a la pieza hecha, por lo tanto las obras en resina, y si nota cuanto al resultado final, necesitan un dominio no solamente de un tipo de dibujo que corta las formas de la hoja de papel, un poco como lo hizo Matisse con sus recortables de gouaches, para llevarlas al bajorrelieve, sino también una visión terminada de la obra sin tener un contacto directo con la materia. Al contrario, existe un vínculo táctil con el bronce que hace brotar las formas en la materia.

El bronce revela los cuerpos de manera discreta y sutil, el espectador debiendo ir al encuentro de ellos para entrar en fusión, una especie de deleite de las líneas sobresale de la contemplación de este tipo de esculturas. Por eso, no es sorprendente ver que las formas de estos dos medios de expresión no tienen las mismas características. Las obras de tres dimensiones se componen de líneas suaves y formas abiertas, mientras que las de bajorrelieve tienen unas líneas más contenidas y formas cerradas.

Dinámica de la exposición

Para crear la dinámica interna de sus bajorrelieves, Amaya multiplica o duplica una especie de módulo o patrón, que no solamente da al ojo la opción de viajar en el laberinto formado por las líneas y los hoyos, sino también permite crear una coherencia estructural. Es un poco paradoxal constatar que las obras en bajorrelieve resultan tener una casi rigidez de la composición y que las obras 3D tienen una especie de fragilidad debido a unas líneas que no paran de correr.

La artista nos sorprende, cuestionando nuestra visión “educada”. Como lo expresó Pierre Bourdieu, la gente ve solamente lo que sabe, lo que puede ver. Existe un arte de ver que esta exposición nos permite desarrollar. La fragilidad puede salir del bronce, la firmeza de una silueta de una palma dentro de una resina, lo importante es que Amaya lleva la materia en unos campos desconocidos del público para que él pueda contemplar su vocabulario estético formal. Esta exposición es un placer estético en la aceptación kantiana de la palabra.

Posted in CulturaEtiquetas

Más de gente

Más leídas de gente

Las Más leídas