(Una distante parrafada con Manolo Vázquez Montalbán)

La charla desleída, arrinconada, bate en la memoria con astucias de moscardón. Faltará, tal vez, la borrosa hilaridad, la excitación opaca del aturdimiento. Así pudo ser, pienso, así debió ser aquella plática lejana.
PDM. Tu país, España, es hoy una de las quince naciones más ricas del planeta. De ahí que exista una nueva moral, una nueva ética para consumo del español económicamente próspero. El de hoy, sin duda, no es aquel individuo aplastado que aparece en “La Colmena” de Camilo José Cela. ¿De qué manera ese nuevo ser, ese español venturoso, hace presencia en la literatura contemporánea del país?
MVM. Creo que muy escasamente. Porque la literatura española actual aún está en un cierto rechazo de dar testimonio de lo que pasa, quizás como reacción a una época en la que había predominado una literatura social que se dedicaba a tratar de denunciar y plasmar las contradicciones sociales; en parte para ofrecer también una alternativa de estética y política a la literatura del franquismo. Pero luego se impuso el concepto más bien de la literatura por la literatura, dentro de la filosofía del arte por el arte, muy basada en la investigación formal, en la investigación sobre el lenguaje vinculada a las escuelas del estructuralismo francés. Y ha costado mucho que volviera otra vez a tener un cierto predicamento una literatura que se presentase como una oferta de conocimiento social. Lo cierto es que aún la sociedad española está un poco distante de la literatura contemporánea. Quizás también porque es una sociedad no literaria, o poco literaria, o que se expresa en claves diferentes. Tú has dicho antes que la sociedad de los años 40 dio lugar a un Cela. Hoy día, yo creo que en España un novelista que vendría bien es Scott Fitzgerald.
¿Podría pensarse que la literatura española no ha encontrado, por ejemplo, un Almodóvar? Almodóvar habla de la España de hoy, consumidora conspicua, con “yuppies”, carros nuevos, mujeres bien vestidas, edificios modernos. Sus películas expresan los valores de esa nueva cultura, de esa nueva organización social. A través del cine de Almodóvar se percibe una España regenerada, postmoderna. 
A través del cine él utiliza todo lo que el cine ha utilizado, todos los códigos lingüísticos del cine, todas las claves de lo que ha sido el cine español a lo largo de la historia de Buñuel, de Bardem, de Berlanga. Todo eso está mezclado y aparece Almodóvar. Almodóvar es ecléctico y en él hay una cantidad de juicios, que para mí es lo más válido de la postmodernidad. Claro, es una lectura descuadrada, desde “Mujeres al Borde de un Ataque de Nervios”, que no acepta discusión desde el punto de vista de la escenografía y el empleo de las cámaras, aunque el cliché de la historia es otra cosa.
En otras palabras: Almodóvar no es España, radical y absolutamente.
Es una lectura imperfecta y, por tanto, tan pálida como otras. No se puede totalizar y decir que Almodóvar es la España actual. Es un hombre con gran talento y que ha sabido utilizar todo eso para dar una mirada a través de sus filmes. No hay que olvidar su visión esperpéntica de la realidad, lo que ofrece gran peculiaridad a los personajes.
Bueno, pero esa fue la lectura que dio Valle Inclán en su época, a través de lo imperfecto, de lo hiperbólico. Es decir, no es una visión histórica, fotográfica, pero sí una lectura artística.
Una lectura imperfecta puede ser una lectura histórica…
Histórica, aunque desdibujada, expresionista, con superposiciones y perspectivas.
En un momento determinado, a veces son más fieles que las fotografías.
Lo que quiero decir es que el cine, aparentemente, ha ido un poco más adelante que la literatura en cuanto a tratar de describir, de interpretar, de situarse en la España de hoy.
Yo creo que hay una novela, que la novela tiene sentido, queriéndolo o no queriéndolo el novelista; porque, aunque el novelista no lo quiera, reproduce un tiempo, reproduce el tiempo histórico; queriéndolo o no queriéndolo, el novelista y la novela española, en ese sentido, también reflejan su coyuntura.
¿Cómo se caracterizaría esa novela?
Cada escritor es distinto. Se ha roto ya la hegemonía. No hay un modelo de novela. No hay una escuela dominante. Eso se ha acabado y en la novela están surgiendo muchachos de veintitantos años. No hay ningún código dominante, ni político ni estético; cada cual crea su política.
No hay autoridades.
No hay nada.
¿En qué medida influyó en ustedes la literatura latinoamericana de los años sesenta: lo real-maravilloso, el realismo fantástico, Carpentier, García Márquez, Asturias? 
Creo que hubo influencias muy importantes, pero no directas. Es decir, se recibió la influencia de que, por ejemplo, uno podía ser de izquierda y escribir bien, cuando en España había predominado el criterio de que lo importante era una literatura de urgencia, de denuncia, de movimiento político. Entonces llegaba un García Márquez o un Vargas Llosa, comprometido con el lenguaje, con la elaboración literaria, con el texto, y refutaba las ideas que la vanguardia literaria española había defendido, sobre todo la literatura como combate de la dictadura.
¿Has dicho que España redescubre el texto, el valor del texto, en América?
España redescubre en América el valor de lo textual. Influye ese descubrimiento, aunque quizá no los textos en sí. No se detecta, por ejemplo, la influencia de García Márquez o Vargas Llosa. Se manifiesta, más bien, una influencia del Cortázar de “Rayuela” en una tendencia de la escuela madrileña que iba a dar lugar a una novela muy formalista, como fue el caso de los escritores más jóvenes. Pero esos escritores han actuado como una cordillera andina y han ocultado lo que hay detrás, o sea, han actuado como un parapeto. El caso mexicano, por ejemplo; sabemos quién es Paz, quién es Monsiváis, quien es Pacheco, pero detrás no hay nadie.
Hablemos ahora de truculencias. Cabe pensar que el final de la historia nos dejará probablemente huérfanos de escritores con la intensidad de alienación de un Kafka, que nos privará de esos individuos aplastados, de esos seres asombrosos que un día amanecen convertidos en escarabajos por obra de la inexorabilidad político-moral del Estado hegeliano.
Quizás el papel de Leviatán no lo desempeñe ahora el Estado, sino los grandes centros de decisión militar y el armamentismo.
Realmente lo dudo. Tal vez un Leviatán con empaque de software, que nos sojuzgue a través de la informática, de las imágenes, de la nueva mitología…
Yo creo que el Estado, en el sentido menos peligroso de la expresión, es necesario. Es necesario como una virtud para hacer imposible la barbarie.
Ya tenemos un tiempo hablando de literatura, pero hay una pregunta fundamental ¿para qué sirve la literatura? Yo sé que sirve, aunque no sé ciertamente para qué.
Yo creo que la literatura es la expresión del fracaso de la realidad. De hecho, mientras haya gente que necesite del escritor, y en tanto el lector busque alternativas a lo real, está claro que hay una necesidad vinculada al propio fracaso de la realidad.
¿El territorio de lo imaginario?
La literatura no nace como imaginario; nace como testimonio, como memorialismo; nace para memorizar lo que se ha ido contando. Desde el momento en que se deriva a la imaginación, a la invención, quiere decir que hay una quiebra de la realidad; y que mientras haya gente que coge un pedazo de hierro y te hace un tornillo, también hay otros tíos, pues, que te cogen 50 millones de un banco y los cambian a otro y ya ganan 20 millones en dos calles de recorrido. Pero hay mucha gente que necesita meterse en una habitación, a solas con una máquina de escribir y una hoja en blanco, y construir una ficción. Y esa gente no sería nada si luego no hubiera otros que necesitaran leerlos. Yo no creo, sinceramente, en una respuesta elitista de los escritores: “escribo porque quiero y sólo me sirve para mí”. La literatura sin el lector no existiría, o sea, la literatura existe porque la necesita el lector.
Parece que el único sincero es García Márquez, quien dice que escribe para que lo quieran más sus amigos, ¿no?
Eso es una mentira de García Márquez, porque yo creo que el escritor va perdiendo amigos por el camino. En la medida en que tiene éxito y gana el Nobel y todo eso, cada vez le quedan menos amigos. Lo deben envidiar mucho más.
Intento remediar la página agujereada de olvidos. En el naufragio blando de aquella melopea, la simultaneidad desatada, el derrelicto condenado a la mar infinita de la amnesia. Acaso fue así, ¿por qué no? A fin de cuentas, es todo lo que vive de aquella tertulia con Manolo Vázquez Montalbán: gastrósofo, ceñudo, ahora clavado al escorzo de una estancia remota, disuelta, como la luz improbable en este amanecer de domingo. Sin viento, sin certidumbres, sin rumores… l
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Manuel Vázquez Montalbán (Barcelona, España, 1939 – Bangkok, Tailandia, 2003). Escritor español conocido sobre todo por sus novelas protagonizadas por el detective Pepe Carvalho. Personalidad casi inabarcable, se definió a sí mismo como “periodista, novelista, poeta, ensayista, antólogo, prologuista, humorista”. Recibió numerosos premios, entre los que destacan: 1991, Premio Nacional de Narrativa, por Galíndez; 1992, Premio Europeo de Literatura, por Galíndez; 1994, Premio de la Crítica, por El estrangulador. 1994, Premio Internacional de Literatura Ennio Flaiano, por Autobiografía del general Franco; 1995, Premio Nacional de las Letras Españolas.

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