(Sueño de una noche en el invierno tropical)

“A fin de que jamás se repita la tragedia de la esclavitud, las nuevas autoridades decretan que no habrá más plantaciones, sino pequeñas parcelas de tierra para la subsistencia de cada familia; y se prohíbe el establecimiento y las inversiones de los extranjeros…”. (Haití, 1805)

Aunque al abrigo de una cautelosa lejanía, el hundimiento de Haití aún espanta y pone los pelos de punta al mundo civilizado. Acaso flota todavía en la memoria europea aquella sublevación de esclavos en 1791, cuando hordas amotinadas incendiaban las casas de los hacendados franceses con sus familiares dentro.

En la hora presente, como animal agonizante, el pueblo haitiano se retuerce y da tumbos dentro de un tristísimo cenagal de miseria y abandono. El derrumbe del gobierno, de un lado, ha impedido desmontar la trama que culminara en el asesinato del presidente Moïse. Nada ni nadie, asimismo, es capaz de detener las pandillas armadas que secuestran y asesinan, a la luz del sol, en las esquinas de Puerto Príncipe.

Tras dos siglos de ardua y trágica vecindad, el destino marcó la separación efectiva (digamos, ontológica) de los dos pueblos asentados en la ínsula Hispaniola. No obstante, dos millones de haitianos deambulan hoy en territorio dominicano. Empresas de zona franca, grandes plantaciones cercanas a la frontera y construcciones diversas en las principales ciudades facilitan millares de empleos a esa muchedumbre desahuciada.
Provenientes de Haití se cuentan, además, oleadas de parturientas en nuestros hospitales y enjambres juveniles que, con familiaridad serena, asisten a las escuelas y universidades dominicanas.

Hemos desplegado, hasta el momento –solos, sin ayuda—, un esfuerzo desmedido para mitigar la penuria de aquel conglomerado. En una intensa oratoria ante la Asamblea General de Naciones Unidas, el presidente Abinader reclamó la participación internacional en el salvamento haitiano. Las palabras del mandatario, con justeza, han vivificado una irrebatible noción: “No hay, ni habrá jamás una solución dominicana a la crisis de Haití”.

Lo cierto es que tampoco existe una razón legítima que justifique, siquiera, lo que hoy hacemos en favor de un vecino (como lo demuestra la historia) hostil, salvaje y sanguinario. Así los hechos, y en el contexto del discurso del presidente Abinader, nos asiste plena razón para demandar apoyo a favor de una Alianza Transnacional que ofrezca socorro piadoso a un pueblo extraviado, en este momento al borde del abismo.

Dada la magnitud del trance, es imperativo que el diseño y la gestión de este pacto corran por cuenta de la Organización de Naciones Unidas. El plan habría de contener, por lo menos, acciones de emergencia en seis dominios: el Político, el Militar, el Económico, el Ambiental, el Social y el Migratorio. A modo de pauta, se esboza aquí una plataforma mínima, con iniciativas que apuntan todas al rescate de la trastornada población aledaña.
En lo Político

• Suspensión durante veinte años de elecciones presidenciales y de los cuerpos legislativos.
• Formación de un Consejo de Regentes de la Alianza Transnacional, integrado por cuatro personajes de notoriedad mundial y tres haitianos de la más alta reputación. Con el objeto de componer esta Junta apreciamos los perfiles de individualidades altruistas como Barack Obama (expresidente de EE. UU.), Felipe González (expresidente de España), Ricardo Lagos (expresidente de Chile) y Mario Vargas Llosa (peruano, Premio Nobel de Literatura). La representación haitiana sumaría tres notabilidades provenientes de la academia y del aparato judicial de ese país.
• Establecimiento de programas educativos que, en diferentes niveles, instruyan a la población acerca de los valores y el funcionamiento de las instituciones democráticas.
• Aplicación de un sistema para dotar de cédulas de identidad a la vasta población indocumentada.
En lo Militar:
• Instalación de una guardia multinacional de veinticinco mil efectivos.
• Disolución de grupos sediciosos
paramilitares vinculados a regímenes anteriores.
• Disolución de bandas de delincuentes que aterrorizan el ámbito haitiano.
• Formación de un cuerpo de policía con el propósito de mantener el orden público y auxiliar al sistema judicial.
En lo Económico:
• Apertura a la inversión extranjera en agroindustria, turismo y manufacturas, con una tasa impositiva única de 10% sobre beneficios anuales.
• Formación de Alianzas Público-Privadas para gestionar la infraestructura de energía y transporte (centrales hidroeléctricas, puertos, aeropuertos, carreteras, caminos vecinales).
• Creación de un fondo de cooperación multilateral que anualmente proporcione mil doscientos millones de dólares, destinados a mejorar y ampliar la infraestructura de irrigación, suministro de agua potable, saneamiento urbano, hospitales y escuelas.
• Implantación de un sistema que permita regularizar el registro de tierras y dotar a sus usuarios de títulos de propiedad.
En lo Ambiental
• Se ha calculado que en Haití solo queda en pie un 2% de los bosques primarios. Ante tal catástrofe, será forzoso acudir a programas especiales de recuperación forestal auxiliados por la FAO y otras entidades envueltas en la preservación ecológica.
En lo Social:
• Distribuir masivamente alimentos, ropas y calzados a los sectores más desvalidos.
• Emprender una campaña destinada a reducir el analfabetismo y a elevar la cobertura del sistema de educación primaria.
• Realizar programas de desparasitación, vacunación y prevención de enfermedades infantiles.
En lo Migratorio:
• Gestionar el aumento de las visas de residencia que Canadá, EE. UU. y Francia otorgan a los haitianos.
• Sumado al destrozo de sus recursos naturales, Haití carece, además, del capital humano mínimo necesario para inducir y sostener un desarrollo socioeconómico estimable. Sólo una inmigración selectiva podría incorporar, en breve plazo, la masa crítica del recurso humano imprescindible para estimular la exhausta economía de esa nación. En una fase inicial se considera la incorporación de veinte mil familias europeas. Este grupo selecto de inmigrados ocuparía funciones y espacios sociales básicos: maestros, médicos, ingenieros, agrónomos, veterinarios, técnicos industriales, artesanos, orfebres, agricultores… El ‘shock’ originado por este súbito incremento del acervo público –en el marco auspicioso creado por la Alianza Transnacional– contribuiría a elevar la productividad social, con la perspectiva de un auge económico equitativo y sostenible.

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Este pacto multinacional abrigaría un objetivo básico: adelantar los primeros pasos hacia la transformación del pueblo haitiano en una colectividad civilizada, próspera y consciente de su destino. Desde otra perspectiva, el proyecto apuntaría a desintegrar los cepos del oscurantismo que, sin tregua ni término, perpetúan la esclavitud física e inmaterial de la nación de Toussaint L’Ouverture.

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