Trujillo era cabo de lo que quedaba de la temerosa y arbitraria Guardia de Mon, cinco años después de su muerte y cuando el Presidente Woodrow Wilson le ordenó al capitán Harry Samuel Knapp que juntara sus hombres, se montara en el Olympia y ocupara suelo dominicano. Así lo hizo el 29 de noviembre de 1916, todos en fila, sin rostros ni alma.
Por primera vez, después de Boyer, habíamos tenido visitantes individuales que dejaran un testimonio de sus “penúricas” vivencias, pero nunca una invasión de 7 mil marines y menos un jablador tan grande como racista, como Arthur J. Burks quien desembarcó del Henderson de la Marina de USA cinco años después que Knapp, cuando ya Trujillo era segundo teniente y con un ascendente prestigio que Horacio se encargaría de culminar en el tope.
Tanto Samuel Hazard, que se aventuró por los 70 decimonónicos aquí y en Cuba, como el soldado francés Paul Dhormoys, que visitó la inmunda y miserable choza de Pedro Santana en la Hostos con General Cabrera, o el soldado Flint Grover que acompañó, junto a otros americanos, a Máximo Gómez, describieron, con su sentido testimonial e histórico, todo lo que vieron por aquí.
Claro que ya el embajador inglés Charles Mckenzie había hecho su recorrido desde Puerto Príncipe hasta nuestro territorio para su libro y que John Reed había cabalgado con Pancho Villa antes de irse a Rusia y por aquella “Revolución de Octubre”, que cambiaría el mundo, de la misma forma que Ernest Hemingway testimonió la Guerra “Civil” Española que Franco, cegado por la envidia y con un cerebrito proporcional a la vocecita de ñiquiñaqui, la misma de Trujillo y Vargas Llosa, repleto de odio nazi, dominó la España de finales de los 30 como preámbulo a la ll Guerra Mundial.
A ellos le sumo yo a Joseph Podezwa, un marine que vino en el 65 y que regresó en el 70. Viajamos en el mismo carro de la Línea Duarte que me traía de mi segundo viaje a la Capital y a mi retorno de California. Él descubrió un país lleno de vida entre las muertes de su recuerdo y pobreza, o la culpabilidad que no lo dejaba dormir. Se casó con María, analfabeta, pobre, humilde, de barrio, crió sus hijos con lo único que sabía hacer: dar clases de inglés… que ya no estaba en los molinos.
Pero Burks no, él buscaba acción, quería vivir situaciones que les sirvieran para futuras narraciones que vació en 35 libros y 1,200 cuentos. Pero de esa jabladuria natural y esencial para escribir aventuras, el hizo uso desmedido a tal punto que su cuento chino, pero americano, embaucó hasta a los bibliófilos quienes no solo pusieron en su lista de “libros históricos” sino que lo inflaron en una biografía majestuosa que lo compara con el mismo Hemingway, no ya en el plano de las aventuras, sino en el de las letras.
En los primeros capítulos se inventa una cacería de caimanes en el lago Enriquillo cuando estuvo, junto a otros 30 marines, de puesto en Barahona dibujando mapas que luego le servirían a su gobierno en su afán de dominio geopolítico por el mundo entero. Esa cacería me hizo recordar la narrativa de Edgar Rice Burroughs autor de Tarzán, quien se inscribe casi en el mismo género si no es porque los mejores ilustradores de la época lo convierten en historietas gráficas o “Comics”. Pero también me hizo pensar en aquellas anécdotas de Dato Pagán cuando nos encontrábamos en la imprenta Alpha & Omega, donde nunca faltaba una pelea con tiburones, a lo Chanoc, y que él con una juventud esplendorosa, podía darse el lujo de entrarles a pecosá a y hacerlo salir juyendo.
No entiendo cómo en la presentación de la obra no se habla del racismo de Burks, ni de la misoginia que saltan a la vista por sus exageradas expresiones discriminatorias.
Muy “ingenuamente” se tragan el cuento en el capítulo en que Burks se hace pasar por un médico alemán buscando información de contrabando de armas. La manera que escapa en un carro Ford que lo saca desde Las Charcas de Barahona hasta Santo Domingo, es propio de quien elabora guiones mediocres para rellenar los espacios de una radio y/o televisión en su génesis.
La aventura con Luisa Palmer es otro episodio de un precursor Indiana Jones o Jim de la selva.
Alfonso Bustamante y su ayudante García son dos caracteres interesantes en sus narraciones que tiene de fondo nuestro paisaje sureño y capitalino que él maneja bien.
¿Qué valor histórico tiene el libro que hizo que los Bibliófilos lo editaran? Tres o cuatro datos que ya se sabían por otras fuentes:
•Que la Fortaleza Ozama era un bunker de la ocupación.
•Que en Barahona había 30 marines.
•Que estos marines se ocuparon de hacer mapas para dominar mejor todo el continente.
•Que el rio Ozama era el rio Ozama.
•Que el avión que lo llevaba de Santo Domingo a Santiago o a Barahona era marca De Havilland
•Que las aduanas estaban controladas por ellos para recaudar ocho veces lo que se les debía y que se le quiere achacar a Lilis y no a Juan Isidro Jimenes y al mismo Mon.
Por otro lado, el mismo título del libro “Land of checkerboards families” se mal tradujo como “El país de las familias multicolores” cuando en realidad él hace referencia a un tablero de ajedrez, blanco y negro. La traducción busca eliminar el racismo de entrada.
Este libro, que más bien en una novelita tipo Marcial Lafuente Estefanía, se inscribe en ese género que los norteamericanos llamaron “pulp magazine” o “pulp fiction” que era una literatura de baja calidad, morbosa, sensacionalista, publicaciones baratas y de escasa calidad material. Fueron populares desde el 1896 al 1950 cuando el comic las desplazó. Lo de pulp viene de pulpa de madera que es la materia prima para hacer el papel. En este caso un papel malo como el que nosotros conocimos como papel periódico.
Según la propia descripción de los norteamericanos, estas novelas eran de “cheap printing, cheap paper and cheap authors”, de impresión mala, papel barato y autores mediocres tal y como lo fue Mister Arthur J. Burks.
En el caso de su “libro dominicano” es llamativo, en el rango de la mediocritad, que ni siquiera aparece en la lista de sus obras, todas novelitas de bolsillo.
En definitiva, Arthur, como manipulador de sombras, se desliza por encima de ellas, apunta y dispara con el mismo tiempo que Justus Barnes en “The Great Train Robbery” de 1903 y que no pocos se agacharon para evitar un plomazo en plena sala de cine.