La siguiente reflexión me tomó 50 años para entenderla. Es posible que muchos de mis lectores no la compartan, quizás necesitarán 50 años para entender cómo se manipula a los pueblos. Es parte de una serie sobre el “Arte Contemporáneo”.

Según uno de los profundísimos postulados del “Arte Contemporáneo” cualquier cosa que un “artista” determine que es arte, lo es automáticamente. Es decir que es mucho más que un Rey Midas que todo lo que tocaba se convertía en oro. Ahora tenemos Dioses Midas autoproclamados artistas. Esto es importante entenderlo para poder comprender esa corriente que ofusca hasta al más analfabeto e ignorante de los seres vivos. Por ello queda claro que cuando dicen que 50 etiquetas de sopa es arte, no discuta compadre, eso es arte. Y que, si ese mismo artista dice que un inodoro viejo es una gran obra del ingenio contemporáneo, lo es. Decir lo contrario es pasar por bruto y atrasao. Desde el punto de vista artístico, la mayoría de las viejas estatuas que rinden homenaje a personajes oscuros de la Historia, presenta una factura de profesionalidad y calidad estética que de haberlo sabido las hubiesen convertido en arte cuando eran un bloque de mármol o un amasijo de barro para ser moldeado, sin tener que trabajarlas, sin tener que buscar proporciones, parecidos y otras pendejadas que los Midas de hoy obvian. Si ellos lo hubieran sabido, cuánto trabajo no se hubieran ahorrado y a esos materiales crudos simplemente hubieran declarado como grandes obras artísticas. Pero sigamos con la comparación a ver si aparece alguna luz. Las estatuas al belga Leopold ll, Francisco Franco, Robert Lee, Cristóbal Colón, etc. corresponde a ese trabajo inútil que hicieron los artistas antes de ser Midas.

Es importante decir esto para que cuando llegue el momento de la rabia y los derrumbes, a nadie se le ocurra agarrar un marrón y destruirlas. Lo correcto, desde la mira artística sería preservarlas, pero desde la dignidad de los pueblos es otra cosa. Para salvarlas habría que quitarlas de donde están porque se ha comprobado que no fueron ni héroes ni nada. Hoy deberían ser llevados a museos de historia donde se le explique al público el verdadero rol nefasto que tuvieron en el momento que tuvieron vigencia. ¿O no hubiera sido mejor que los artistas, sin trabajar la materia hubieran determinado y declarado “Tú eres Colón, tú eres Bonaparte, Tú eres Leopold?

Tienen en común con el arte contemporáneo estas estatuas, a pesar de la calidad, que su destino final va a coincidir.
Porque durante muchos años estas estatuas han estado colocadas rindiendo homenaje a un heroísmo fraudulento e impuesto por la fuerza del ganador. El que gana “tiene la razón” e impone las reglas, la moral y los héroes y hasta se roba las reliquias culturales de otros. No se llevaron las pirámides porque pesaban mucho. Lo impuesto a la fuerza, sin razón ni lógica llega hasta un día.

Como todo es falso, en un momento se derrumban y se restablece lo justo. Adela sigue dando consejos.

No tiene que ver en lo absoluto “con dobleces” y nada que se le parezca. Un hecho histórico es uno, no dos. No se puede ser héroe y villano al mismo tiempo. Quizás en tiempos diferentes y lo que vale es lo último de su accionar. Lo de Colón no tiene nada que ver con esas “dobleces de la Historia”, más bien con esas imposiciones que ocurrieron cuando España quedó en la nostalgia de nuestros intelectuales que lo aceptaron como un descubridor y no como un masacrador.

En el mundo del arte no se impuso la regla del triunfador, se impuso la regla del comercio y la manipulación con la comunicación. El arte se convirtió en una mercancía cuyo valor dejó de ser la estética para darle paso a la “marca”, al sello más publicitado. Como una marca de whisky de moda que ajuma a todos, un Picasso fue un Johnny Walker, y sigue caminando después de muerto.

Las reglas de ese nuevo mundo del arte necesitaron un acuerdo entre los nuevos componentes dominantes. Es así como se asocian los directores de museos, directores de Galerías, y las casas de subastas quienes eligen a sus “artistas” o creadores de la nueva mercancía a tal punto que hasta establecen un rating igual que en la Bolsa. Porque están en la Bolsa. El aspecto mercadológico lo realizó el nuevo ejército de “críticos” y “curadores” con las nuevas revistas especializadas en dar a conocer los productos de artefactos. Y Joseph Beuys fue uno de esos “elegidos” de ese mundo cuyos objetivos eran:

1. Obtener riquezas a partir de un producto que ellos denominaron arte para lo que no necesitaban ningún talento artístico. El término arte, ya era ampliamente conocido por lo que agarrarlo como marca de fábrica para los artefactos, fue un robo perfecto. Y así fue.

2. Tratar de matar al Arte, aquel que hicieron y hacen los artistas, los que desarrollaron un talento mediante su formación. Esto no ocurre solo en las artes visuales. En la “música” de hoy encontramos que casi todos esos grupos de analfabetos de “música” urbana son patrocinados por el narco para mutuo beneficio.

3. Poner este “arte” o nueva marca, al servicio del capitalismo y usarlo en contra del socialismo. Específicamente convertirlo en un arma de la Guerra Fría entre Los Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas en sus inicios.

Joseph Beuys nació en Alemania y se educó en un momento en que la corriente Nazi o la política del Partido Nacional Socialista de Adolph Hitler cobraba fuerza. Beuys estuvo de acuerdo con los planteamientos aberrantes de la superioridad racial y de acuerdo con la eliminación de los judíos, negros, chinos y los viralatas latinoamericanos por ser “razas inferiores”. Estuvo de acuerdo que había que hacerle la guerra y eliminarlos. Por eso se “enrola” en la aviación donde llegó a ser uno de los temerosos pilotos de la Luftwaffe, responsable de numerosos bombardeos a civiles indefensos y la destrucción de ciudades enteras en Inglaterra y otros territorios enemigos. Eran tan mortal como Erich Hartmann.
Su avión, un Stuka, fue derribado y fue a parar a unos campos de Crimea donde cayó golpeado, herido e inconsciente. El copiloto siguió volando solo hasta la puerta de San Pedro. Pero al joven Beuys lo recogió un grupo de nómadas tártaros que le salvó la vida.

Cuando logró regresar a Alemania, esta ya había perdido la guerra en una acción en que los rusos llegaron hasta el mismo Reichstag, el famoso edificio de gobierno. Reincorporado a la normalidad y la reconstrucción de su país volvió al arte de la escultura. La guerra psicológica entre la Unión Soviética y Occidente ya era un hecho y uno de los presupuestos importantes era el de la propaganda por lo que le asignaron, al aspecto artístico, un buen porcentaje. La idea era demostrarle al mundo que en Occidente había libertad y en la URSS, con sus estrictos programas de arte en las academias, lo que perdura hasta hoy por suerte, “solo existía represión”.

En Occidente todos creímos esta propaganda porque no se permitía oír la otra campana. Fue tan contundente esa propaganda que incluso hoy, con una Rusia no comunista, rechazamos las vacunas Sputnik V solo porque las fabrica Rusia.

Es así como Jackson Pollock y De Kooning, entre otros, tenían luz verde para embarrar, chorrear todas las telas que quisieran. ¿Quién puede demostrar más libertad que saltarse todas las reglas y producir las “obras más libres” del universo? Ni el burro de Fredé.

En Europa hicieron lo mismo y a Joseph Beuys le tocó ser uno de esos “artistas genio” de la nueva moda.

Beuys partió de Marcel Duchamps, como modelo y guía, a quien le cambió el “orinador” por una silla llena de grasa, un trineo con una frazada amarrada, un overall o mono de pintor colgado con una percha en una pared o un piano forrado con una cruz roja, lo que inspiró a Christo a envolver todos los disparates que se le ocurrieron para pasarlo como arte. Tenía su salario asegurado y los nuevos críticos, pagos también para que le diera publicidad y vendieran el producto insignificante que fue elevado a “obra genial” del arte moderno.

Acapararon tanto todos los mecanismos de comunicación que a los verdaderos artistas se le creó una confusión y al público se le instaló el cliché de que el arte “es una cuestión complicada que no todo el mundo entiende”. Muy parecido con la venta del paraíso que ofrecen las religiones, con la venia de los doctores en Teología y otras ciencias ocultas.

Nadie quiere pasar por ignorante como lo demostró el efecto Dunning-Kruger y más que rechazar la enorme cantidad de basura transformada en “arte”, la gente se rindió y siguió la moda. El dominio de los medios fue total. Beuys, acomplejado hasta de su calva, la que cubría peinándose hacia delante o usando un sombrero que lo acompañó siempre, era el genio que salió de una lámpara. Las borracheras, el cigarrillo y el sombrero empezaron a ser parte de la simbología para detectar “artistas”.

Beuys se metió en el Partido Verde, el Bündms 90 Die Grünen, para borrar su pasado nazi cuyos postulados defendió hasta su muerte en el 1986. En una ocasión buscó 7 mil vigas de robles, alquiladas a un aserradero, para amontonarlas y presentarlas como una “obra de arte”, gesto que se ha venido repitiendo por otros “genios”. Montón de gomas viejas de carro, un camión volteo de piedras o de escombros, chancletas viejas de todos los colores, todos eso, al igual que las estatuas que siguen justificando el racismo irán al mismo lugar y no valdrá maquillaje ni palabritas rebuscadas que los salve porque la Historia no perdona. Tarde o temprano el zafacón lo recibirá con la boca abierta sin importar las gruesas capas de maquillaje.

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