La República Dominicana se ha desarrollado al amparo de la tradición católica que nos ha legado como figura principal al Dios creador del cielo y la tierra en la Trinidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
El mito, la tradición y cosmovisión aborigen han quedado latente en la memoria histórica,así como la herencia africana producto del proceso de colonización y conquista. Sin embargo, el catolicismo ha primado, a pesar de que en los últimos años el politeísmo ha permeado en el colectivo.

El arte ha sido una de las herramientas más efectivas para el proceso de evangelización. Se debe agradecer a la religión la presencia de las primeras obras de arte que empezaron a llegar al suelo criollo para decorar los templos.

La representación de la realidad por medio de pinturas y esculturas hizo más fácil el adoctrinamiento en la población aborigen ya asentada en La Española y, más tarde, entre los africanos que llegaron en condición de esclavos. El sincretismo ha tenido efecto de forma inmediata ante la convivencia de varias culturas.

En los tiempos actuales, la iglesia, en tanto institución, ha perdido autoridad, los intereses humanos han contaminado la esencia de la tradición y, por tanto, se está más pendiente de lo material que de lo espiritual. La religión, en sentido estricto, ha perdido la diplomacia que le arropaba, quedando en evidencia que siempre ha sido un medio para un fin.

Quiero centrarme en la figura del Jesús abandonado; así, porque se presume la figura del creador de forma abstracta, nos autodenominamos cristianos y, cuando el prójimo precisa de nuestro apoyo, nos alejamos o pasamos el hecho desapercibido.

Jesús está en todas partes y se hace presente a través de quien menos nos imaginamos. A veces solo se precisa de una sonrisa o compartir un pedazo de pan. Debemos rescatar la humanidad y reconocer al Jesús abandonado, esto lo recuerda el artista Thimoty P. Schmalz con la réplica de la obra: “Homeless Jesus” discretamente ubicada en el extremo derecho del Convento de los Dominicos, espacio que albergó una de las principales órdenes religiosas fundadora de la primera Universidad del Nuevo Mundo.

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