Como si existiera un programa global para reducir a la banalidad toda temática intelectual, sobre todo la que tiene que ver con la vida de figuras que llegaron a ser influyentes por sus obras imperecederas, ahora le toca el turno al Premio Nobel colombiano Gabriel García Márquez, con un melodrama de mal gusto sobre una supuesta “hija desconocida”, que haría sugerir que la especie es más importante que “Cien años de soledad” y sus demás libros impresionantes.
Solo en América Latina podemos referir que hace tiempo las redes y los medios que se interesan en la cursilería divulgaron la historieta del supuesto lesbianismo de Gabriela Mistral, la primera figura hispanoamericana, en ambos sexos, reconocida con el máximo galardón de la literatura universal.
Mistral, poetisa chilena con la que muchos nos iniciamos en el amor a la lectura, y a quien los niños de muchas generaciones tuvieron como una perfecta matrona de las letras, se percibe hoy como un ser humano que llevó doble vida, con una prédica que contrastaba con la práctica cotidiana. Y no es que el hecho de que tuviera preferencia por su propio sexo empañe su obra, pero su autenticidad queda indiscutiblemente dañada.
Del también nobel chileno Pablo Neruda circulan reportajes que hablan de las precarias condiciones en que fue distinguido con el codiciado lauro. Sostienen que su militancia comunista tuvo mucho que ver con una entrega relativamente tardía.
Ahora la cantaleta llega a García Márquez, con la saga de que “tuvo una hija fuera del matrimonio, llamada Indira, cuya existencia, desconocida hasta ahora”. La misma habría sido procreada con la periodista y escritora mexicana Susana Cato, y su edad actual es de 30 años. Llegan a reseñar que fue “el más sagrado e íntimo secreto de García Márquez”.
No hay dudas de que ha tenido razón el nobel peruano Mario Vargas Llosa cuando define la época moderna como la “civilización del espectáculo”. Y es a esa banalidad colectiva que también parecen rebajar a García Márquez.
