Pedro de Alvarado pasó a la historia por un famoso salto que en realidad fue un brinco al que se le sigue llamando salto. El salto de Alvarado. En el libro de historia que estudiamos en bachillerato se lo describe como uno de los grandes acontecimientos de “la conquista y evangelización de América”. El rubicundo Alvarado estaba siendo perseguido por los mexicas en Tenochtitlan, una banda de maleantes, unos pelafustanes inciviles o salvajes que lo querían probablemente desollar vivo. Se vió de repente acorralado, casi atrapado, pero el valor de seguir huyendo no lo abandonó. Le echó mano a una lanza, no para morir peleando, sino para usarla como pértiga o garrocha y atravesar volando, de un salto olímpico, uno de los tantos canales de la fastuosa ciudad.

Lamentablemente las cosas no son en realidad tan bonitas como las que pintaba aquel manual de historia apologética en el que los españoles representaban la civilización y los indígenas la barbarie.

Alvarado llegó a Tenochtitlán el 8 de noviembre de 1519 con las tropas de Hernán Cortés, a quien el emperador Moctezuma recibió como si fuera un Dios, lo colmó de honores y le dio alojamiento en su palacio. Cortés le pagó semejantes honores haciéndolo prisionero, tomándolo como rehén en su propia casa, junto a un grupo de nobles, y apoderándose de sus cuantiosos tesoros.

Un año después, Cortés se vio precisado a salir al encuentro de los hombres de Pánfilo de Narváez, que venían desde Cuba con órdenes de arrestarlo y dejó a Alvarado al mando, a pesar de los consejos de algunos de sus más cercanos colaboradores. Alvarado era abusador y era cruel, era un incontrolable y no le tenían confianza, pero Cortes no hizo caso.

En su ausencia, los nobles empezaron a hacer preparativos para celebrar una fiesta sagrada en el templo mayor. Alvarado recibió o se inventó noticias de que la fiesta no era más que un ardid para darle muerte o iniciar una sublevación y ordenó una matanza, la conocida matanza del templo mayor, una feroz carnicería contra hombres desarmados, y provocó la insurrección de los mexicas, también llamados aztecas. La insurrección que supuestamente había tratado de evitar.

Cortés volvió en su ayuda, pero ya no había nada que hacer. Los mexicas se habían cansado de los abusos, las violaciones, las rapiñas, y atacaban por todas partes. Los españoles se batieron heroicamente en retirada, según dice la historia que escribieron los españoles, o se retiraron simplemente a la carrera y sin batirse.

Alvarado se encontraba en la retaguardia y fue el único que salvó la vida gracias a su ingenioso ardid o quizás por haber abandonado a sus tropas. Nadie vio lo hizo o lo que dijo que hizo cuando se vio acorralado: “solo e mal herido, e el caballo muerto e viéndome de esta manera, pasé el dicho paso por una viga, e no me lo habían de tener a mal ni dármelo por cargo, pues fue milagro poderme escapar, e no lo pudiera hacer si no fuera porque uno de caballo estaba de la otra parte, que era Cristóbal Martín de Gamboa, que me tomó a las ancas de su caballo e me salvó”.

O sea, que Alvarado dijo que clavó su muy larga lanza en medio del canal que le impedía el paso y tomó impulso y logró salvar la distancia de una a otra orilla y salvar la vida. En realidad lo que lo salvó fue la mentira.

En fin, que el heroísmo de Alvarado es un chiste, puro heroísmo verbal, si acaso hubo heroísmo.

El famoso salto de Alvarado es insignificante, en definitiva, un acontecimiento sobrevalorado en exceso, sobre todo en comparación con otro salto verdaderamente genial que la historia dominicana registra. El salto de la nunciatura, un prodigioso salto de más dos metros de altura protagonizado el día 17 de enero del año 1962 por el entonces agilísimo doctor Joaquin Amparo Balaguer Ricardo.

Balaguer era presidente de mentirillas, presidente putativo, verdaderamente putativo, desde el 3 de agosto de 1960, desde cuando Trujillo decidió ponerlo en sustitución de su hermano Negro Trujillo.

Después mataron felizmente a Trujillo el día 30 de mayo de 1961 y el país quedó en manos de Ramfis y Petán Trujillo, pero Balaguer siguió siendo presidente putativo, todavía más putativo de lo que era. El papel que le habían asignado en ese momento consistía en gestionar una transición del trujillismo al trujillismo sin Trujillo, algo que la oposición interna y la presión internacional no permitía.

Así las cosas, frente al desbordado crecimiento de las fuerzas vivas del país, la caverna trujillista, encabezada por Petán Trujillo, urdió un complot que daría al traste con el régimen de las apariencias y ahogaría en sangre al país. Los líderes de la oposición y multitud de seguidores serían ejecutados, encarcelados, torturados, desaparecidos. Familias enteras serían exterminadas. El mismo Balaguer sería suprimido… Se habló de una lista que comprendía varios miles de personas.

Pero el complot fue abortado por la llamada conspiración de los pilotos, la iniciativa de un grupo de pilotos que tuvo lugar en la mañana del día 19 de noviembre de 1961 y que fue encabezada por el comandante de la base aérea de Santiago, general Pedro Rodríguez Echavarría. Ese luminoso día fueron bombardeadas las fortalezas de Mao y Puerto Plata, la base aérea de San Isidro y otras instalaciones militares.

Lo que se produjo entonces fue una estampida. Una colosal estampida. El barco se estaba hundiendo y las ratas empezaron a salir en desorden. Salieron los Trujillo, en su mayoría, y salieron muchos de sus cómplices y algunos de los más connotados asesinos.

Balaguer ordenó o se le ordenó que abriera las arcas de los bancos del estado para que los hijos y hermanos y otros familiares cercanos de Trujillo se llevaran en maletas todo el dinero que pudieran. Antes de partir, el vesánico Ramfis Trujillo torturó y ejecutó a los implicados en el ajusticiamiento de su padre que permanecían en prisión.

De cualquier manera, aquel día fue de fiesta, una fiesta nacional no declarada, una fiesta inolvidable con multitud de gentes en las calles, celebrando el fin de la tiranía.

El complot de la caverna y la inesperada conspiración de los pilotos precipitó de esta suerte la salida de la familia Trujillo del país y convirtió a Balaguer en presidente más o menos de verdad, pero con una férrea oposición.

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