Ruth Herrera es editora de libros, además de escritora, se graduó de periodista en la Universidad Católica Santo Domingo y trabajó en diferentes medios de comunicación, entre ellos Última Hora y el Listín Diario. Se desempeñó también como editora en la reconocida Editorial Alfaguara y es autora de varios libros, entre ellos Las viudas de los doce años, reportajes a las mujeres que perdieron a sus esposos en ese ominoso periodo represivo que vivió el país, ha publicado también obras de literatura infantil, como El niño y el limpiabotas, y El regreso de las tortugas.

¿Dónde naciste y dónde cursaste tus primeros estudios?
Nací en Santo Domingo, pero de muy pequeña nos fuimos a vivir a Bonao, porque mi papá empezó a trabajar en la minera Falconbridge. En aquella época, principio de los años 70, irse a vivir a Bonao era como irse a un pueblo pequeño, muy cercano a la vida del campo, apacible y seguro. Llegamos a un barrio que había construido la Falconbridge para sus empleados, ahí vivían todos, desde obreros, supervisores e ingenieros, hasta los puestos directivos más altos. En aquel entonces no había en el país la especialidad de ingeniería de minas, así que la empresa canadiense trajo gente de todos lados, ingenieros que eran de Chile, Perú, Colombia, México, Estados Unidos, Noruega, España, China… Y nos manejábamos en español y en inglés, y nos juntábamos por afinidades. Fue una experiencia multicultural muy enriquecedora, en ocasiones intimidante.

En la escuela que estuvimos, una excelente escuela, contamos con una biblioteca (rica en libros para niños, jóvenes y adultos, con área de periódicos y revistas), un laboratorio de química, salón de arte y otro de música, canchas deportivas, en un campus bellísimo, muy amplio y con muchas áreas verdes, al pie de la montaña y muy cerca del río Yuna y del Masi Pedro, y todos estos ingredientes hicieron parte de mi formación.

Yo terminé allí el bachillerato y vine a la capital para entrar a la universidad. Aunque me llamaba la carrera de Letras, seguía indecisa por lo que me inscribí para hacer un secretariado ejecutivo y empecé a trabajar, y después entré a la Universidad Católica Santo Domingo a estudiar periodismo, que llevaba en mis venas.

¿Cómo recuerdas tu juventud, los grandes descubrimientos que hiciste en esa etapa universitaria?
En esa etapa me tocó dar el salto de la vida pequeña en el pueblo, cerca de mis padres, a la vida de estudiante en la capital, con otros familiares, más independiente, haciendo nuevos amigos, tomando decisiones y abriéndome a otros mundos.

Cuando me gradué de secretaria, comencé a trabajar en Codetel, pero claramente eso no era lo mío, sino solo un medio para entrar a la vida laboral y productiva, así que cuando me hablaron de la carrera de periodismo, no dudé en apuntarme. La carrera de periodismo me interesó bastante por las materias de literatura y las de redacción, había que escribir, investigar, comprobar, contrastar, y eso también me gustaba. Al poco tiempo decidí acercarme al ejercicio y fui al periódico Última Hora, agoté primero una etapa como asistente del director, que era Aníbal de Castro, y luego pasé a la redacción.

¿Cuándo empieza tu acercamiento a la lectura?
En la casa siempre hubo muchos libros, mi abuelo, mi papá tenían las suyas propias, mi madre los suyos de temas religiosos, y desde pequeños nos regalaban cuentos infantiles.

A la escritura, pues era buena en lengua española, participé, y quedé finalista, en un concurso de cuentos en la primaria; escribía diarios… También tenía que ver con mi personalidad, era introvertida, tímida para la interacción con otras personas, y cuando se es tímido los libros y los anaqueles son un refugio.

¿Empezaste con poesía?
No. Llevaba diarios personales desde niña y luego comencé escribiendo reportajes, me gustaba escribir sobre la realidad, los problemas sociales, la cotidianidad, me identifico con las historias reales, entonces en el periodismo me sentía muy cómoda con lo que tenía que hacer. En esos primeros años comencé en una sección que se llamaba “La tarde alegre”, junto a Carlos Batista, que incluía temas de cultura, del hogar, del espectáculo. Trabajaba mis notas y también hacía de correctora y editora.

¿Cuáles son los primeros autores que leíste y que te despertaron esa vocación de escribir?
Yo empecé con los clásicos infantiles y nos llevaban a comprar libros en las librerías y en las ferias. Puedo recordar a los Hermanos Grimm, Julio Verne, Enid Blyton, Mark Twain, Louisa May Alcott, pero igual están los grandes latinoamericanos ya en la adolescencia, García Márquez, Vargas Llosa, Rulfo, Gallegos, Cortázar, Benedetti, los cuentos de Bosch, también leí a grandes autores norteamericanos, europeos, rusos… Es difícil escoger a unos pocos, porque hay infinidad y desde niña leí mucho. En la adolescencia llegué a leer libros de temas considerados para adultos, ensayos diversos, y fui armando mi propia biblioteca de temas y géneros muy diversos. En la universidad, por la carrera, me fue interesando el periodismo literario, las historias humanas, libros de reportajes, dígase Capote, Norman Mailer, Wolfe.

¿Qué otras cosas leías que te llamaran la atención?
Yo tenía libertad para leer lo que quisiera. En la escuela, por ejemplo, me dio por leer la revista Ahora, que se recibía cada semana en la biblioteca, y en aquella época denunciaba las persecuciones, desapariciones y muertes durante la época de los doce años de Balaguer. Ese tipo de periodismo me impactó mucho.

¿Qué otros trabajos hiciste que recuerdas de aquellos años?
Los reportajes que hice de mi viaje a España y a Burkina Faso, sobre los dominicanos en el extranjero. Y una serie de entrevistas a las viudas de los doce años, es decir a las mujeres que perdieron a sus esposos en la represión de esos años durísimos del primer gobierno de Balaguer. Se iba a publicar en el Listín Diario, Balaguer todavía estaba en el poder, era año electoral, 1996. Se publicó la primera entrega, pero el mismo día vino alguien del Palacio Nacional, del llamado anillo palaciego, a hablar con el director, así que me dijeron que eso ya no iba a salir y, cuando protesté, que yo era muy joven para entenderlo. Eso generó un escándalo entre los lectores y la gente de izquierda, incluso una de las viudas me reclamó que por qué no salía. A los pocos días me llamó José Israel Cuello y me pidió las entrevistas para publicarlas en un libro, y así fue.

¿Cómo fue tu etapa en la editorial Santillana?
Salí del Listín a ocuparme de las ediciones generales en Santillana. Era un trabajo de edición y comercial. Distribuimos obras de Alfaguara, Taurus, Aguilar, publicadas en México, Argentina y España, y aquí publicamos a muchos autores dominicanos, sobre todo de novela, y también fue pujante la publicación de literatura infantil local para promocionar en las escuelas. Años después, yo había salido de Santillana, escribí el cuento “El niño y el limpiabotas”, basado en una experiencia que viví con un sobrinito mío en Higüey, y se lo presenté para publicación en Loqueleo. También escribí por encargo de una editorial de Texas, Estados Unidos, dirigida a escuelas de niños bilingües, de origen hispano, “El regreso de las tortugas”, inspirado en un hecho real de tortugas que desovaron en la playa de Manresa. Ellos trabajan con muchas especificaciones, hay que presentar el esquema del tema y de la trama, los personajes, la acción, capítulo por capítulo. Supe que lo estaban leyendo en una escuela de New Jersey por una madre que me dejó un mensaje por Instagram. Entonces he descubierto este nicho que puedo trabajar con historias tomadas de la vida real, me gusta mucho.

¿Cuáles son tus autores favoritos?
No me gusta hablar de favoritos, hay tantos excelentes, y tantos por descubrir. A los mencionados ya, añado los poetas Alix, Rueda, Incháustegui Cabral, Mieses Burgos, René del Risco. Por mencionar algunas, me llegan Marcela Serrano, Laura Restrepo, Julia Álvarez, Ayn Rand, Marguerite Yourcenar, y como periodistas y novelistas Elena Poniatowska y Rosa Montero. En poesía, Salomé Ureña, Aida Cartagena, Emily Dickinson, Maya Angelou; en ensayo, Irene Vallejo, Jeannette Miller, todas fabulosas. Y son solo una muestra, pienso que tenemos autores favoritos en cada edad que vamos viviendo.

Una reflexión final para los jóvenes que están empezando el camino de la literatura.
Si tienen ese deseo, que lo suelten y escriban mucho, y que tengan alguna persona a quien dárselo a leer, no alguien que solo te vaya a decir qué bonito escribes, sino a una persona que tenga una formación, un criterio, y pueda dar una opinión fundamentada. Y también leer, leer y seguir leyendo, es la única manera de aprender a escribir bien, y de seguir haciéndolo.

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