Máximo Vega nació en Santiago de los Caballeros, donde tuvo una infancia feliz, aunque no muy tranquila, pues creció cerca del Río Yaque del Norte cuando se construía la Avenida Circunvalación, por lo que fueron desalojados de su casa. Esto provocó que la familia se mantuviera mudando por todo Santiago, e incluso fuera de la ciudad. “Esa vida nómada creó un desapego y también un desarraigo”, indicó Vega, cuyo inicio en la literatura estuvo marcado por los escritores del boom latinoamericano, pero también por dominicanos como Pedro Peix, Juan Bosch y Pedro Henríquez Ureña. Además, Vega es un técnico del video, que alguna vez pensó en ser director cinematográfico, pero que al final entendió que su destino era Literatura. “El video me sirve para ganarme la vida, y que aunque he presentado mis trabajos en algunos festivales fuera del país, soy un escritor, una parte muy importante de mi vida es la literatura”.
¿Qué género escribe y qué es lo que más le satisface de su labor?
Escribo cuento, novela y ensayo. Escribir en sí mismo provoca una gran satisfacción, es una vocación. Vocación significa “llamado”. Puedo decir sin temor a equivocarme que me llamó la Literatura, que escucho su voz cada vez que leo un libro o se me ocurre una historia, y a través de ese llamado he encontrado el sentido de mi vida.
¿Escribe para un determinado grupo de lectores?
Escribo para lectores con un cierto conocimiento lectorial. No puedo decir que escriba para cualquier nivel educativo. Podría decir que escribo para todo el mundo, pero eso no es posible. Podría decir que escribo para los dominicanos, pero en este país apenas se lee y estoy seguro, tengo pruebas de ello, de que me lee un público más internacional que dominicano. Pero también puedo decir sin lugar a dudas que, aunque mis lectores no sean del todo dominicanos, las historias que escribo y sus personajes sí lo son, e incluso parte del lenguaje con el que escribo es puramente dominicano.
¿Influyen las creencias políticas, sociales y filosóficas en el éxito o fracaso de la una obra?
Claro que sí. Eso tiene que ver más con el terreno publicitario, mercadológico, pero es así. Los libros que más se leen en nuestro país son los ensayos históricos y políticos. Las memorias, sobre todo de la era de Trujillo o de los doce años de Balaguer. Quien no escriba sobre esos renglones podría pasar desapercibido. Pero la Literatura es otra cosa, y lo bueno de escribir en el país, de ser un escritor anónimo, es que uno tiene la libertad de escribir sobre cualquier cosa, no tiene ataduras publicitarias, mercadológicas o editoriales en ese sentido.
¿Qué tanto beneficia a la producción literaria que el Gobierno se interese en la industria cultural?
Eso es muy, muy importante. El Estado no debe subsidiar a los artistas, sino que debe promover el arte y la cultura. El Gobierno no tiene que comprarles libros a los escritores, sino promover la lectura entre los ciudadanos. Lo demás viene por sí solo. Mientras ese tiempo llega, existe un Ministerio de Cultura que debería funcionar, pero no lo hace. Cuando hablamos de cultura, nos referimos a dos fenómenos diferentes: el primero es el aspecto estético, el creativo, el tema artístico, y el segundo es el mercadológico, el de la promoción del arte. En los diferentes estamentos del Ministerio de Cultura, en las ferias del Libro, en las direcciones de promoción del libro, de las artes plásticas, la cinematografía, el teatro, la música, la danza, todas las direcciones que promocionan el arte debería haber mercadólogos, publicistas haciendo planes de promocionarlo. A partir de esa promoción constante, y de una inversión económica importante se crea una industria en una sociedad capitalista, que es la que vivimos en este momento.
¿Qué es lo más hermoso que le ha dejado el mundo literario?
Los lectores. Un narrador es un creador de espacios imaginarios. Las historias que uno crea no existen, son invenciones. Los personajes, las situaciones, etc., son ficticias, son imaginarias. Entonces cuando un lector me dice que tal o cual personaje parece real, que es como si lo conociera y hablara con él, o cuando me dicen que les gustó uno de mis libros, que quieren hablar conmigo, es decir con el escritor, sobre uno de esos espacios que ha creado mi imaginación… es un sentimiento incomparable. También el aspecto de la gestión cultural. Soy el fundador del Taller de Narradores de Santiago, que se convirtió en el primer grupo literario del país dedicado exclusivamente a la narrativa, y uno de los primeros del Caribe. Hay pocos escritores y narradores de mi generación o más jóvenes que no haya pasado por ahí. Pero lo importante en ese grupo ha sido la formación de escritores que han trascendido en nuestro país.
¿Qué relación tiene con los personajes de sus historias?
He llorado por alguno de mis personajes. El Departamento de Cultura del Banco Central me va a publicar en el mes de abril de este año mi novela “La vida de las estrellas”, y el personaje principal, que es un joven que quiere ser poeta y astrónomo, hace algo que no voy a confesar porque estropearía la historia para los posibles lectores. Cuando lo escribí y me puse a pensar en ello, me pasé la noche llorando por él, pensé incluso en quitar esa parte porque no quería hacerle daño, como si fuese un personaje real, un amigo al que tenía que cuidar y defender.
¿Qué sintió al ver su obra traducida al inglés, alemán, francés e italiano?
Ha sido una felicidad. No escribo para eso. Escribo porque me gusta, porque pienso que tengo cosas que decir, y para los lectores. Poco a poco, porque aquí todo es lento, pausado, aquí todo llega tarde, hasta la tarde, como dijo Manuel del Cabral, se han ido traduciendo mis escritos, o me piden directamente algún texto, como sucedió con un libro sobre el Genocidio Armenio en el que participé, y que menciono mucho porque me ha dado muchas satisfacciones y porque me gustó escribir ese texto, que hice por encargo. Es extraño ver algo que uno ha escrito en otros idiomas.
En armenio, por ejemplo, tiene un alfabeto diferente al español. O en ruso, con el alfabeto cirílico. Saber que una historia que transcurre en Santiago de los Caballeros la va a leer un italiano, un gringo, un armenio o un ruso es extraño, pero satisfactorio, porque uno piensa que algún valor debe tener lo que uno escribe si eso le sucede.
Satisfacción
Puedo decir sin temor a equivocarme que me llamó la Literatura, y a través de ese llamado he encontrado el sentido de mi vida”.