El 21 de abril de 1993, André Corten puso en circulación su obra El Estado Débil en una franca referencia a la República de Haití y su forma inusual de administrar la cosa pública. Entre las falencias del Estado Haitiano, referidas en su obra, lista lo referido a la educación inclusiva, ciudadanía, desarrollo, mujeres, seguridad social, violencia, migración, género, comercio sexual, pobreza, desigualdad y una relación asimétrica con el Caribe. Con estas palabras describe al país más pobre del hemisferio occidental. Faltó a André Corten basarse en una realidad antropológico-cultural que se teje desde el Rito de Bois Caiman, hasta el juramento que el Rito implicó.
El 14 de agosto de 1791, los esclavos insurrectos de Haití se reunieron en Bois-Caiman para prestar juramento de que se levantarían para abolir la esclavitud. A partir de esta realidad, la iniciativa del jefe rebelde Dutty Boukman, permitió a los insurrectos superar el mito de la invencibilidad del hombre blanco que los esclavistas mantenían y alimentaban meticulosamente.
Una inestabilidad inusual se inicia desde que la sacerdotiza Cécile Fatima, recurriendo al Vudú, sacrifica un jabalí y los participantes beben su sangre para convertirse en invencibles. El hecho de pertenecer los esclavos a culturas y creencias diferentes los llevó a inventar ceremonias y ritos nuevos que nunca les permitió consolidar una unidad auténtica. Aunque la ceremonia fue el primer gran movimiento de unidad de los esclavos, los Marrons y los otros esclavos no lograron unificarse en contra del Sistema Esclavista.
A partir de la Revolución, Haití no pudo unificar su forma de Gobierno, dividiéndose el norte y el sur. Ya antes, Toussaint Louverture no había podido ejecutar su proyecto de liberación y Jean Jacques Dessalines termina asesinado.
Con solo unos ejemplos, nos abocamos a hacer un recorrido por los eventos que llevan a las tendencias de los tratadistas estadounidenses a declarar a Haití como un Estado Fallido.
Cuando aún no se recupera del terremoto del 12 de enero de 2010, que había dejado más de 250,000 víctimas, donde todavía hay personas que sobreviven en carpas o a la intemperie, fruto del estado de indefensión en que dejó la tragedia al pueblo, sin haberse curado aún de las heridas y, sin haberse resarcido los daños que las tormentas y huracanes han generado en los últimos once años, la realidad los enfrenta a situaciones iguales de crueles a las vividas anteriormente.
La vida del pueblo haitiano ha sido un drama histórico que va desde la independencia hasta hoy. Dictadores, vedettos, luchas entre grupos internos; negros y mulatos, negros entre sí mismos, regiones vs regiones, pillaje internacional, puente de narcotráfico, tráfico de armas y otras prácticas ejercidas por grupos han convertido a Haití en un Estado Débil, o Estado Fallido desde la mirada geopolítica vecina.
Si se describe la historia de Haití como un viaje, la República Dominicana es el copiloto compañero de andanzas, pues el hecho de compartir un mismo escenario como es la Isla Hispaniola, les hace compartir sus problemas y oportunidades, a pesar de que el lado haitiano, producto de su devenir histórico, ha tenido que convertirse en un escenario desertificado, deforestado, con carencia de fuentes acuíferas y planeación efectiva. Los problemas ambientales y sanitarios no tienen fronteras y se transmiten por efecto de la dirección del viento, o por el contacto entre las poblaciones de ambos lados de una frontera que es una entelequia. Históricamente ha existido una relación ríspida entre ambos pueblos, con una diferencia edificada por una historia oficial manipuladora y tirante entre dominicanos y haitianos, que ha generado conflictos relacionados con la posesión de la isla y con el proceso de independencia de la República Dominicana.
La República de Haití es un país huérfano de la solidaridad y asistencia internacional, sobre todo, del primer mundo, que se cebó con los grandes recursos que siempre existieron en la isla. Muy a pesar de la animadversión entre ambos pueblos, producto de la aporofobia, es República Dominicana el único pueblo que sale en soporte de Haití cuando llega la desgracia.
Más de setecientos mil haitianos viven y trabajan en República Dominicana, la asistencia humanitaria segura hacia Haití llega de República Dominicana, la frontera entre los dos países es imaginada, porosa e infuncional. Los negociantes que se ocupan de su vigilancia son unos vulgares trúhanes, traficantes de personas, armas, productos agrícolas, productos industriales falsificados y auspician el desguace de vehículos convirtiendo a ésta en una inversión insegura del lado dominicano.
Con una magnitud de 7.2 grados en la escala de Richter, un nuevo terremoto impacta al pueblo haitiano. Lo tétrico y dantesco se apodera de este pueblo, mil novecientos muertos, sesenta mil viviendas destruidas, más de setenta mil averiadas y una carencia casi total de medicamentos, insumos de soporte al servicio médico, alimentos y ausencia de los servicios básicos; así toca la naturaleza a este empobrecido pueblo.
Por efecto de la tragedia, y a través de sus organismos supranacionales; ONU, OEA, BID y CEPAL, la comunidad internacional sigue sin encarar de forma seria y sincera la asistencia humanitaria que hay que enviar a Haití. Este Estado y país es el Rogue State de la Zona Caribeña, parecen ser los “Condenados de la Tierra”.
No es con un like en las redes que se ayuda y salva a este pueblo. No es con una crónica rosa, ni un We Are All in Solidarity with Haiti, es acciones reales para asistir a la comunidad haitiana lo que se necesita.
Después de la destrucción generada por el terremoto de 2010 salieron todos los anuncios de filántropos, empresarios, políticos y celebridades prometiendo ayuda que enviarían para Haití. Muy poca apareció. La tragedia parece perpetuarse con el paso del tiempo. Se extiende un drama que no cura con el tiempo. Este drama está relacionado con su pobreza, con el color de piel, con lo que Adela Cortina ha denominado aporofobia. Se les margina por ser pobres y negros. Se les invisibiliza porque no tienen oro, plata, petróleo, y otros metales que despierten las ambiciones imperiales. Tampoco los haitianos son una amenaza ideológica, un problema de geopolítica para el primer mundo capitalista. Esa indiferencia de la comunidad internacional delega en la República Dominicana la responsabilidad de sobrellevar la situación haitiana. Todavía, y ahora más, el Masacre se pasa a pie y las hordas tiene como única alternativa a su vecino del este. Las fuentes acuíferas que todavía se conservan en el este, las tierras productivas y las oportunidades de empleabilidad que todavía existen son el espacio de sobrevivencia para la comunidad haitiana.
Con la caída de Jean Claude Duvalier en 1986, grupos militares que se aposentaron en su régimen, empezaron a gravitar en el devenir histórico de Haití. Casos como los de Henri Namphy, Raoul Cédras- El Caucásico-, Prosper Avril, impidieron que personas como Leslie Manigat y Jean-Bertrand Arístide formaran las estructuras para institucionalizar y democratizar Haití. La comunidad internacional encabezada por Estados Unidos intervino en Haití con el propósito aparente de contribuir con la democratización de este pueblo. Nada se mejoró. Esa no era la intención real. Como caso fuera de la norma, Arístide fue vuelto y sacado del poder por las mismas fuerzas. En 1994 llegó por instancias de la OEA y fue sacado en el 2004 por la MINUSTAH, (Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití) misión de la ONU que solo soslayó la dignidad y el pudor de este pueblo, que en vez de mejorar la situación, la empeoró cuando se reforzó con los Cascos Azules en el 2010, pues estos se dedicaron a violar niñas, dejándolas en estado de preñez e infectadas de enfermedades que se entendían erradicadas de la isla, como fueron los casos de cólera y otras enfermedades y virus que complicaron más la habitación en Haití y su vecino República Dominicana.
El magnicidio de Jovenel Moïse no había sido superado, cuando un nuevo terremoto pone en evidencia las precariedades de este país caribeño. Se profundizan las precariedades, sobre todo, cuando algunos fanáticos atribuyen el drama de Haití a su inclinación por la práctica de Vudú. Esta afirmación muestra los instintos más bajos de los seres humanos. Lo que debió convertirse en un espacio de solidaridad, es una realidad de especulaciones y conjeturas esotéricas que sólo siembran ignorancia, maledicencia y comportamientos libertinos, libidinosos e impúdicos.