Seguimos compartiendo las interesantes memorias del doctor Héctor Read, publicadas por la Universidad Nacional Pedro Henriquez Ureña como homenaje a este gran profesional y dominicano ejemplar.

“Presenté mis pruebas de examen de quinto curso de la Facultad de medicina, a finales de julio del año 1918, aprobando todas las materias. En la preparación final, tenía que leer libros de hasta mil páginas, como la Medicina de Urgencia de Oddo, la Tropical de Manson-Bahr. Aunque son obras de una lectura fácil (mis conocimientos de francés me permitieron leer a Oddo “de corrido”), son excesivamente largos. Entonces formé el criterio de que unas 300 páginas son una buena medida para un manual de estudio.
Mí título fechado a 30 de julio de 1918, me fue entregado sin ceremonia. No se utilizaba hacer investidura solemne. El diploma lo firman el Rector, Dr. Ramón Báez y el secretario, Lic. Eduardo Vicioso. Papá y mamá, estaban de fiesta, esa era también la fiesta mía. Abrazos de todos los hermanos, tíos, amigos y amigas, vecinos y lejanos… Ahora las diligencias cerca del Juro Médico, para la autorización para ejercer la profesión de médico. Después, las gestiones cerca del Poder Ejecutivo para obtener el Exequátur de Ley y, la publicación en la Gaceta Oficial.

En el mismo año 1918 en que me gradué, terminaron varios compañeros de estudio: Tomás Antonio Brea, Gontrán Marión Landais, Prof. Ernesto Valverde G., Alcides Rodríguez, Enríque Martínez Peña, Manuel González Suero, José R. González, José A. Marmolejos y José Manuel Lizardo. El primero completó sus estudios en Francia, en años posteriores.Gontrán M. Landais y Ernesto Valverde, venciendo las dificultades de la guerra y el estado de ocupación militar se marcharon a Harvard, en EEUU. Después, Valverde se trasladó a París. Allí murió en 1930, luego del Ciclón de San Zenón. Marión Landaís regresó al país. Una mujer lo mató. El sexto de la lista, estuvo en la universidad de Lausana y allí fue víctima de una enfermedad constitucional: M. González Suero era muy inteligente y ameno. El noveno, Lizardo, pocos meses después de graduado, fue víctima de la epidemia de influenza, del 1918-19. Vivía solo, en una habitación del “Casino de la Juventud”, sus familiares lo trasladaron, cadáver, a Baní.

En la nota debía figurar José Antonio Miniño: hizo defección en víspera del último examen. Amparado en una autorización legal del Gobierno de Ocupación Militar, ejerció durante años en Baní, su pueblo, hasta su muerte muchos años después. Me tocó debutar en la práctica médica durante la mortífera epidemia de la influenza o “Gripe Española”, que como un huracán se abatió sobre Santo Domingo durante la época de Adviento de las Pascuas del año 1918 al 19. Había entonces unos 30,000 habitantes. La pandemia afectó no sólo nuestro territorio, sino los campos de guerra de Europa. También en Norte y Sudamérica, la epidemia hizo hecatombe. En los Estados Unidos, algunos creyeron encontrar en los esputos un diploestreptococo. Quiere decir cadenas de diplococos. Nosotros lo observamos también aquí. No pudo demostrarse que era la causa sino probablemente un acompañante del virus causante, tampoco bien identificado, por entonces. “The Journal of American Medicine” publicó varios trabajos, relativos a las causas etiológicas de esa “peste”.

Era una broncopnuemonía casi fulminante que no daba tiempo al organismo de los afectados a reaccionar. Se usó mucho de los metales coloidales: desde luego, del alcanfor y los empaques trementinados. Una buena dosis de aceite de ricino, oportunamente, parecía efectiva, ¡El producto se agotó en muchas farmacias!”

Este relato nos muestra el quehacer médico en 1918 y arroja datos sobre la pandemia de influenza de hace cien años.

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