La tumba de don Pancho era un simple hoyo rectangular como el que describe Tolstoi en su cuento “Cuánta tierra necesita un hombre”

¿Quién mató a Israel?
Israel Languasco era muy conocido en su pueblo, aunque nadie sabía quién era realmente.
-Es que cuando me llevaron a registrar, el escribiente se equivocó. Por eso mi papá me llamó siempre Ismaelito.

No tuvo suerte Ismaelito, como al final se le quedó, o más bien Ismaelito el de Pancho, porque no pudo ir más allá del 8° que es a lo que llegaba la escuela de su pueblo.

A don Pancho nadie lo conocía como Juan del Carmen Languasco, un hombre tranquilo campesino, pero culto.

Su mayor fuente era la radio.

-Yo no oigo las noticias, ¡qué me importa a mí que Antonio García, oriundo del sur, soltero y dedicado a vender leche, le diera 13 puñaladas a su vecina porque no le hizo caso dizque por feo, sangrú y tacaño! Ni que, a Fulano de Tal, que no sé cómo se pronuncia, le dieran el Nobel de Literatura, y maña fuera que así no fuera, ¡¿No era sueco?!

Pero a mí lo que me deleita es la voz sonora de los locutores, que pronuncian hasta la H y la D final con una claridad, con sus pausas perfectas, las eses en sus sitios y no como Juanita que cuando viene de Nueva York las mete donde quiera privando en fina.

-“Ridíscula”, fue lo mejor que le dijo su prima.

Pero Ismaelito no oía la radio de don Pancho. A él le gustaba oír la pelota.

-No hijo, no se dice TUBEY, el español tiene DOBLE. Y ese era el mayor tema entre padre e hijo: el idioma.
No hubo forma, don Pancho terminó diciendo jonrón y no cuadrangular, debol y no pelotazo, béisbol en lugar de pelota, chulo, maipiolo, cuero y no mariposa nocturna, jumiadora, lengüemime por cuchillo, churria, coño, coñazo y guachimán, y una retahíla de palabras que, de no usarlas, no lo iba a entender nadie, ni siquiera el radito de pila.

Cuando murió don Pancho lo llevaron al cementerio. Aunque él hubiese querido una lápida con una escultura como esa de los que no se quieren morir y le hacen una de mármol y la acuestan encima, o se congelan. La tumba suya era un simple hoyo rectangular como el que describe Tolstoi en su cuento “Cuánta tierra necesita un hombre”.

Lo que sí le gustó, por lo que sonreía a sus anchas en su caja, era el panegírico de Bruno Deechoso, el poeta del pueblo. ¡Cuántos elogios!, ¡cuántas hazañas que él nunca realizó!, ¡cuántas aventuras se inventó Brunito y que los presentes creyeron!

-Con tal de quedar bien y que el muerto se vaya contento, pensó Bruno.

Lo que más disfrutaba Pancho era la buena voz, casi como la de sus locutores.

-Papá, te prometo seguir siendo un hombre honesto como me enseñaste y no voy a defraudarte. Iré muy lejos, adiós padre querido.

Y, efectivamente Ismaelito llegó lejos… hasta la Capital, que quedaba lejísimo de donde había vivido hasta su juventud.

Ismaelito consiguió un trabajo en una carnicería. Tenía que descuartizar los puercos tal y como lo hacía Jack “the Ripper”, por las calles de Whitechapel en Londres y que Koldo insiste en llamar el “destripador”. Lo que más repugnancia le daba era dividir la cabeza, cortar las orejas, el hocico y, lo peor, la lengua.

-Qué bueno que te ubicaste aquí, le dijo Bruno, un día que se encontraron frente a frente porque si hubiese sido espalda a espalda no se reconocen.

-Yo estoy dando clase en la Universidad, soy catedrático, le soltó su compueblano con un aire de autosuficiencia y superioridad.

Él le tenía respeto, por su infancia juntos, sus escapadas de la escuela para ir al río o vagar en los montes y, sobre todo, por aquel panegírico inolvidable. Él era el único que sabía que la mitad de lo dicho era falso y también que a don Pancho le agradó profundamente su discurso.

-¿De dónde te sacaste que papá peleó en la Restauración?

-No es invento, él mismo me contó que le entró a trompá a un tipo que se puso de freco en la Calle Restauración.

A Bruno lo galardonaron por “hacer uso correcto” de la lengua, como decía el periódico que Ismaelito usaba para envolver dos lenguas de vaca.

-Él usará bien el idioma en los periódicos, pero él no habla así. ¡Qué hipócrita! Pensó. ¿Quién impide que se usen las palabras que se inventa la gente?

-Ahorita lo llevan a la Academia que nunca se ha ocupado, como lo hacía papá, de corregir el palabrerío en inglés que ya no es solo de la pelota. Cinco de diez letreros están en inglés y después dicen sentir orgullo del legado de Colón.

Después de la carnicería, Ismaelito llegó a la cocina de un restaurante, donde se topó, también frente a frente, mientras almorzaba, con Brunito.

-Ven, jala una silla, cuéntame de tu vida…

-Todo bien, todo bien. Imagínate que ahora me quieren proponer para la dirección de la Academia de la Lengua.

-Ja, ja, ja, ja, ja, po’tamo iguales, respondió Ismaelito. Aquí me quieren poner de Jefe del “departamento de lengua”. Nadie prepara una lengua mechada con una maldita salsa, como yo, ni una lengua a la plancha… eso dice el Chef.

A Bruno se le subió la sangre, no soportó la ironía, agarró una enciclopedia de 915 páginas y de encuadernación dura, y le dio un librazo a su amigo que lo mató. Nadie lo vio.

En el panegírico, la única verdad que dijo, que ni el nombre verdadero sabía, era que estaba muerto.
Ismaelito gritaba en su caja:

-Ábranme eta vaina que me afisio, ausilioooooo.

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