Entre nosotros, el Impresionismo vino a través de las revistas que traían láminas de Sorolla y de aquellos pintores que vieron ese París explosivo, que revolucionó todo el arte. Yoryi Morel y Mario Grullón se identificaron con el impresionismo que aquí consiguió el mote de costumbrismo.

En París, sin embargo, Jules Pascin, rumano, y Giacometti, de origen italiano, fueron los que con más libertad y belleza integraron la nueva forma de pintar en ese tránsito que quiso anular lo que hasta entonces se hacía. Pascin es la fascinación de la luz, que parece encontró en un viaje a Cuba, cuando se ganaba la vida haciendo caricaturas. Y Giacometti, que se le conoce más como escultor, hace de sus retratos un amasijo de líneas que, al parecer, no tienen rumbo, pero que terminan definiendo el rostro del modelo magistralmente. Muchas veces, su hermano Diego. Y de esa combinación de Pascin y Albert Giacometti, surge, sin que Cestero lo sepa, la obra más espontánea y realista que se ha expresado en el arte dominicano. Pero, no venga nadie a decir que Cestero es el Giacometti dominicano, como han dicho de Goico respecto a Van Gogh, o de los muchos Picassos que han pasado por nuestras galerías. Porque Cestero es Cestero aunque tardaría tanto tiempo en que se le reconociera, no solo su talento, sino su calidad y buen arte.

El arte y sus posibilidades
Obviamente que las posibilidades del arte son infinitas, tanto en pintura como en música y literatura; pero siempre aparecen disfraces y teóricos que nos quieren vender la idea de que artistas somos todos, cosa que he venido combatiendo para que el arte no siga en ese rumbo hacia la desintegración por quienes nunca entendieron ni un cojollo de ello. Y hay que incluir en ese paquete a muchos pintores, que no son artistas, que se acomodaron en encontrar la fórmula, que más que estilo, deviene en artesanía, porque la repetición no termina. No es el caso de Cestero, en que la inventiva es parte de su genio. Pongamos al Quijote de ejemplo. ¿Cuántos Quijotes ha hecho José Cestero? Cada vez que veo uno nuevo, es siempre diferente. Esa es la clave de no sembrar el arroz con el mismo sombrero. Y claro, la libertad del artista lo puede conducir a crear series que nunca pueden llegar al infinito hasta saturarnos, que hacen que el artista se ancle y se copie a sí mismo, como son los casos que no tengo que citar porque son pan nuestro.

Y no pocos quisieran imitar a Cestero, porque su técnica es menos complicada que la de Melchor. Y sí, hay que imitar al artista como el ser bondadoso que es, con la honestidad en que aborda su tarea, con la solidaridad hacia otros jóvenes y colegas. Eso sí hay que imitar, pero su arte no, porque su arte es de él únicamente. Un arte que tiene a la bohemia como filosofía, porque ve más allá que los políticos y los necios.

La Bohemia
Cuando se habla de bohemia, inmediatamente los jóvenes pensamos en la cerveza, y los más viejo en la canción de Aznavour, que recoge las vivencias de la miseria de los pintores de alrededor de 1900, agrupados, muchos de ellos en la Ruche, un espacio parecido a una colmena. La Ruche fue creada por el escultor Alfred Boucher con sobrantes de l’Exposition Universelle de 1900 de París para ayudar a artista pobres, lo que es una contradicción, que no hay artista pobre. Por ese espacio pasaron Modigliani, Fernand Léger, Chaïn Soutine, Marie Laurencin, Chagall, Brancusi, entre otros. Pero en Santo Domingo es pensar en Carlos Goico, Alejandro Alsina y, principalmente, en José Cestero.

Retrato de Clara Ledesma.

La vainosidad de la vida de Cestero cayó del cielo el día que se le derrumbó el librero en la cabeza con Las Cartas de Van Gogh a Théo, El jardinero de Jersy Kosinsky, las aventuras de Giacometti dibujando a su hermano Diego, y luego esculpiéndolo con un estilo de flaquedad que da pena, los paseos de Monet y sus novias para desayunar sobre la yerba, o las acechanzas de las gordas de Renoir, bañándose como Dios las trajo al mundo; los tratados de dibujo de Da Vinci, que al golpear te hacen un chichón explicado en la página tal, en sus numerosos dibujos anatómicos; sin olvidar los volúmenes sobre Picasso, Matisse, Cezanne y toda la literatura importante. Es así como nace el paralelismo de Cestero con el Quijote de Cervantes.

Esa bohemia, errante, solitaria, no es tan nómada en Cestero. Basta con que nos aventuremos por el Conde y veremos inmediatamente los molinos frecuentados por él: La Cafetera, la “librería” ambulante , aunque estacionaria de Daniel y Máximo, quienes le advierten de los grandes peligros, como aquel maligno escritor que caminaba como Pedro el Grande y por su casa, con la moña más grande que Guinnes; con la sorciere de grandes vicios que te hipnotiza con su voz en cámara lenta; con los seminatori di grano, salidos de una canción de Jean-Maria Testa, que se pasean disfrazados de turista; con el Gordo Oviedo que se hace pasar por una Gargantúa garabateada por Botero. Y todos, como murciélagos de algún sueño de Goya, sin razón, van a depositar su vagancia al pie del Cristóbal Colón (de Lilis, donde Arquímedes de la Concha colgó su dibujo del general Hereaux), y al Palacio de la Esquizofrenia.

Y es que sin esquizofrenia no es posible crear ni encontrarse jamás, en ese mismo Conde, desolado y triste, con la belleza de Jane Fonda, alias Carmen Rosa, ida a destiempo, me refiero a la belleza de la primera. Tampoco podrás practicar tu inglés de muelle con la dear Cher, quien, en más de una ocasión, ha invitado al maestro a más de una luna de miel en Chavón. La princesa Diana y Carolina de Mónaco son de las que se pelean por el pintor hasta que Dora, con toda su calma, ojos a media asta de madonna raphaeliana, las echa a todas a escobazo limpio.

Otro de los molinos del maestro Cestero

La Plaza España es otro de los molinos del maestro Cestero, donde fue bautizado por la espada del Vice Rey Eugenio Montás, quien lo montó en su galeón privado por el Ozama para que admirara sus encomiendas, herencia del Gran Almirante, cuando la ceiba no se había secado y no había los flotantes que hoy adornan, junto a las nenúfares y que saltan a la vista, en su serie Humedales del Ozama.

Después de Doré y Daumier, nadie ilustró con tanto ingenio al caballero de la ¿triste figura?, porque fue él mismo quien cabalgó junto a Sancho por numerosas ínsulas en pos de Dulcinea. Más, en su andar, se refugió en el Castillo de Mateco, abandonado a su suerte frente al cementerio de la Independencia, desde donde veía todos los fantasmas, vivos o muertos que intentaban desalojarlo a la fuerza.

En el 2015, se le dio el reconocimiento merecido, por todas sus andanzas, lo que no le varió su rumbo. De esas locuras interminables, nos regocijamos hoy en la Escuela de Bellas Artes de Santiago. Aquí, de seguro, habrá más Dulcineas que lo inspiren, a menos que Agrimea lo suba al Monumento, le corte las alas y lo empuje desde el pie del Ángel Guardián. Pero no, en esta ocasión, la felicidad relumbra el rostro del maestro; a su lado Chiqui Mendoza, cual Sancho, de nuevo lo ha conducido por la buena vereda…bienvenido hermano mío.

Posted in Cultura

Más de gente

Más leídas de gente

Las Más leídas