La mansión de Cravenmoore se convirtió en un infierno poblado de muñecos diabólicos

¿Vivimos en una era de luces o de oscuridad?
El escritor catalán Carlos Ruiz Zafón (1964-2020) le dedica al tema el último cuento de “La Trilogía de la Niebla” y que no tiene nada que ver con las de Unamuno. La tituló “Luces de Septiembre”.

En el umbral de la ll Guerra Mundial y poco después de la Guerra Civil Española, los alemanes, con Hitler en el tope, lograron transformar a la casi totalidad de la población en verdaderos autómatas que repetían como muñecos fabricados, por el mismo que hizo a Chucky, toda la línea elaborada por esa maquinaria que amenazó a toda la humanidad con una dictadura total y planetaria de la sinrazón y la locura, y gracias al concurso de Joseph Goebbels, psicópata acomplejado y negador de sus propios orígenes judíos.

Esa maquinaria le lavó el cerebro a la mayor parte de los alemanes y los llenó de un odio irracional contra los judíos y contra los negros lo que luego continuaría contra los chinos, mongoles, rusos, japoneses, latinos… hasta quedar ellos solos.

Los alemanes le vendieron su alma a Hitler de la misma forma como el personaje alemán de Ruiz Zafón, Daniel Hoffmann le compró la sombra a Lazarus Jann, lo que le impedía ser feliz, como un ser normal, al lado de su amada Alexandra Alma Maltisse.

La mansión de Cravenmoore se convirtió en un infierno poblado de muñecos diabólicos.

En la página 827 aparece el título de un libro del escritorio de Lazarus, el residente de la mansión, Doppelgänger, que tiene que ver con la sombra que se desprende de su dueño y actúa en su contra, una imagen de la genial imaginación del escritor. También se usa para definir el doble fantasmagórico o sosias malvado de una persona viva. Del alemán, doppel o doble y gänger, andante o el que camina al lado. Sosias es el que tiene mucho parecido o similitud con otra, sin existir parentesco o relación entre ellas.

Los personajes de Carlos Ruiz Zafón

El pacto es tan absurdo e ilógico en la magnífica historia de Zafón, que no puede tener éxito. No podía Hitler, tampoco, conseguir que la gente se transformara en una máquina de matar niños inocentes, mujeres, viejos porque más que por religiosidad, cualquiera que fuese, se interponía una fuerza biológica mayor que no lo permitiría, como ocurrió. No me refiero al triunfo del Bien sobre el Mal, hablo de leyes sociales, lógicas y biológicas: lucha por la supervivencia.

La gran metáfora de ceder, de dejarte llevar al plano de la manipulación, nos aparece magistralmente en la lucha de la pareja de jóvenes, Ismael e Irene, como si fuesen el Ejército ruso que llegó al Reichstag de Berlín, aquel mayo de 1945 para ponerle fin a la pesadilla nazi, y, para alivio de todo el planeta.

La atmósfera que se respira a través del camino de cada página es la persecución, el acecho, el odio, tal y como el que se vivió en España cuando Franco arbitrariamente, le robó la alegría a la juventud y Europa, toda, esperaba lo peor en cualquier momento. O como el odio sembrado en Argentina que impulsa a jóvenes a constituirse en banda terrorista y atentar contra la vida de Cristina Fernández de Kirchner.

Pero ese mismo fenómeno que Zafón llama doppelgänger lo vivieron los dictadores de América latina.

Ese convertir a la gente en sombra que repite automáticamente cualquier gesto de su procreador, es peligroso y al final todas se vuelcan contra el opresor, como ocurre en todo fenómeno social impuesto, casi siempre, en nombre de la libertad.

¿Qué salvó a Ismael e Irene? el amor, esa fuerza biológica que es producida por la necesidad de reproducción que proporciona un bienestar que no se puede comprar ni vender, porque no tiene un valor material. En cambio, el odio genera malestar, angustia, celo, división y destrucción. Así también lo entendió Nietzsche.

Existe, sin embargo, un segundo matiz de la doppelgänger, cuando los gobernantes ponen su confianza en un equipo de ministros que al final no responden ni al Gobierno ni al partido. La corrupción los obliga a romper “el pacto de compromiso”, el mismo en el que cada ministro le vende el alma a la sombra. Al desprenderse “del pacto” y cometer robos imposibles, no solo se alejan como la sombra del cuento, atacan, enlodan, arropan e incluyen a todos y muchas veces se hace en completa complicidad. La traición a Pedro Castillo en Perú, es un ejemplo en que hasta su vice se vendió como ya lo había hecho Moreno Lenin con Correa.

Pero la modernidad no te compra la sombra para meterla en un frasquito y obligarte a su obediencia.

Más que quitarte la sombra te roba las luces, tu inteligencia, talento, creatividad, y la libertad. Las luces se ríen de la banalidad, se mueve en plena luz del día, ataca de frente, se desnuda y te desvía. La luz de la modernidad es intensa y te ciega como el parpadeo led de una moto. Te engaña porque nunca sabes quién es, su máscara esconde los propósitos, no tienes escapatoria, ya no serás nunca una luciérnaga en la noche, no podrás tener tu propio vuelo. La modernidad paró el tiempo, borró el paisaje, mató el amor, encarceló la amistad. La luz es el engranaje que hará mover sus pasos, ella te guía por los senderos de las marcas, ella te enseña los rostros que ella fabrica para que los elogies y elijas, ella te indica el camino por donde nunca has ido y nunca recordarás. La luz te llevará al pasado, a donde en medio de la claridad del fuego te quemaron y te volverán a quemar. Las luces te dirán el camino hacia lo oscuro y ahí quedarás atrapado en redes de noticias falsas, de promesas falsas, de riquezas fáciles, de ruidos bautizados como música, de paraísos inexistentes.

Esa luz fatal de la modernidad va contigo, la llevas en tus manos, en el bolsillo, no puedes permitir que se descargue; te acompaña a todos lados, te persigue en el día, de noche, en la casa, en el mismo medio de la calle, se interpone en la conversación, te impide hablar y oír, pero no es tu sombra, es tu luz vendida.

La luz es un veneno contagioso, aparte de que te roba tu presencia, se queda con tu alegría.

Esta trilogía, que es anterior a la tetralogía de “el cementerio de libros olvidados”, esboza inequívocamente la obra que Zafón puede escribir como una pieza de la literatura universal y que demuestra, para los mediocres que viven al acecho para plagiar, que la creatividad es infinita en el ser humano. Lo demuestra Elena Ferrante, Almudena Grandes, Zafón y muchos otros que han preferido seguir el camino de la pasión más que el del dinero. Ellos no escriben a todo vapor para satisfacer las arcas de las editoriales.

Los tejemanejes sicológicos de sus personajes, en sus historias sencillas y entretenidas, son capaces de dejar a cualquiera sin cerrar un ojo en toda la noche y continuar sin parar hasta llegar al fin de la trama.

¿Cómo hacen estos escritores que en sus primeros párrafos te sueltan unos datos y te dejan con el deseo de seguir y averiguar las incógnitas presentadas? Es quizás la técnica de las tramas detectivescas que se inician con un muerto y que un policía debe averiguar quién lo hizo. Es lo que hizo a Sherlock Holmes de Conan Doyle lo más leído al igual que las misteriosas historias de Agatha Christie. Pero a diferencia de aquellas, tanto Zafón, Almudena y Ferrante educan, hacen reflexionar, no son una simple historieta de bolsillo como las de Corín Tellado o Marcial Lafuente Estefanía. Los tres son grandes críticos a la actitud machista, a las arbitrariedades de los padres con los hijos, a los psicópatas, a las creencias sin fundamentos. Aportan al crecimiento de la humanidad y asumen una defensa soterrada sobre la honestidad, sin caer en la simpleza del argumento hollywoodiano del bueno y el malo.
La tecnología es siempre buena, siempre que se use debidamente.

Con Zafón estamos frente a un escritor de verdad. Por supuesto que lo ideológico importa, a menos que te dediques a escribir ciencia ficción.

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