Para la época en que Eugenio Marcano nació, los caminos quedaban heridos bajo las pisadas de los caballos de la ocupación en retirada.

Don Jesús María y Doña Clemencia le dieron la crianza que pudieron en ese rincón que puede ser de Licey como de Tamboril, con vista, por encima del cacao, a las lomas que sirven de cortina para que no veamos el mar y que han estado ahí desde antes de los españoles.

Marcano aprendió de su madre que cualquier dolorcito de barriga se curaba con un juguito de limón agrio y que una buena tisana de hojas de tamarindo aseguraba una noche sorda a los grillos y a los gallos que se multiplicaban como si tuvieran algún contrato con alguna compañía de ecos. También se sabía que la flor de campana era un alucinógeno venenoso; que la tuatúa con orégano quitaba los gases y curaba el mal de amor; que la yerba buena con miel y agrio de naranja daba buena suerte y era necesaria para los jugadores de rifa. Pero para los riferos, amarrar una piedra en una mata de jigüero, aparte de espantar la lluvia, les servía para que nadie se llevara el premio. La sábila aliviaba, al instante, las quemaduras y servía para los callos que producían las “guaimamas”y “calzapollos” que se vendían en los ventorrillos.

Eso lo acercó a las plantas y ya de jovencito y haber terminado su primaria en la escuela de Amantina López, a orillas de los rieles del tren, conocía todo tipo de hojas que cubrían, como mantel verde, conucos, tierra baldía, cañadas, callejones, patios y hortalizas.

Para llegar al pueblo (Santiago) se podía, y era lo más fácil y común, irse a caballo y dejarlo amarrado en los solares que para esos fines existían cuando todavía no se había construido el Monumento y los conchos eran dos carros que venían hasta La Junta, doblaban frente al colmado de Emiliano Vásquez y regresaban hasta el Parque Ramfis manejados por un señor bajito y calvo, de bigotes tupidos, y el otro, por un personaje alto y oscuro que le decían Lafonten (probablemente Lafontaine, hijo de algún haitiano que se quedó cuando Boyer gobernó la isla de “arribabajo”, indivisiblemente.

Es posible que Marcano usara de vez en cuando el tren de Lilis y que dejara la montura en los solares de los Hernández, por donde Trujillo construyó la Escuela Sergio A. Hernández frente a la estación. Ese solar tenía el mismo aspecto que parte del mismo, que queda hacia el cruce con la avenida Juan José Domínguez, poblado de vacas y una yerba que parece que la cortaron a máquina. Diagonal vivía luego, el Dr. Rafael Peralta por los “laos de los Vega”.

Aprovechó Marcano esos viajes para estudiar en la Escuela Normal y Comercio en la Academia Santiago de Antonio Cuello. Eso le sirvió, como si fuese un título de Administrador, para trabajar como contable del Banco Agrícola en Sabaneta, por la Línea y allá fundó El Instituto Comercial San Ignacio de Loyola.
De su matrimonio en 1947 con la señora Consuelo Martínez, dejó cinco descendientes.

Ya estamos en el 53 para cuando consigue un puesto como profesor de Botánica en la Escuela Normal Emilio Prud’Homme que quedaba “pegao” al liceo, pero por atrás. Y ese mismo año lo nombraron profesor en el Ulises Francisco Espaillat y en la Academia Santiago.

La pasión por la Botánica fue una atadura que lo amarró junto a los doctores Santiago Bueno, José Jiménez y Federico Lithgow. Recorrieron tanto el Cibao descubriendo todo lo que creciera del suelo, que parecían Atilas, pero con el propósito contrario.

Por el año 55 se podía llegar a Santo Domingo por la Carretera Duarte, por donde transitaban los camiones GMC de Trujillo que sustituyeron el tren y los viajes a caballo que le tomaban al general Vásquez, desde la cinco de la madrugada hasta las once de la noche hacer el recorrido a partir de la Casa Presidencial a Estancia Nueva, en Moca, donde tenía su residencia materna. Por esa misma ruta viajaban los carros Hillman e Impala de Juan Polanco cuando Publio, Chichí, El Vale, El Eléctrico… repartían a los pasajeros con la rapidez del que no tiene tapones.

Y allá, ocupó Eugenio la cátedra de Botánica en la Facultad de Farmacia en La Universidad de Santo Domingo, todavía sin autonomía, con estudiantes de camisa blanca, saco y corbata y con un empeño por estudiar como si fuera un compromiso matrimonial.

Llegó hasta el Loyola de San Cristóbal sin descuidar su búsqueda de plantas y especies de insecto y todo tipo de animales, como si buscara el Elixir de la Eterna Juventud. Solo le faltó clasificar los de los cuarteles.
Allí se unió a la trilogía de “Indiana Jones” para barrer la Capital y sus zonas cercanas que extendieron hasta el sur con Félix Servio Doucoudray, el biólogo Federico Echavarría y el ingeniero agrónomo Abraham Abud Antún, más conocido como Bambán el de Ana Silvia Reynoso, que dirigió Cultura en el PLD.

Marcano fue autodidacta para impartir las cátedras universitarias lo que, su falta de diploma, no impidió que se le reconociera su formación y capacidad incuestionable para enseñar, como ocurrió con el mismo Bosch en literatura. Es una categoría que el MAP tiene que contemplar para que puedan ser útiles a la sociedad muchas personalidades que le llevan gabela a muchos diplomados y “licenciados” y son rechazos por temor, quizás, a sus sombras.

Dos anécdotas retratan la inmensa humanidad de Marcano:

1.Se dice que en una ocasión que pasaba por la Carretera Peña hacia Tamboril, alcanzó a ver a un campesino dispuesto, hacha en mano, a cortar la enorme ceiba que hoy se preserva como patrimonio natural. El señor le decía que el haría bastantes sacos de carbón, con lo que ganaría unos $300 pesos, “un viaje e cuaito”. Marcano sacó de su faldiquera los $300 pesos para que no tocara el árbol y, así lo salvó.

2.Contaban los estudiantes que algunos alumnos suyos, muy pobres, que venían del interior a la capital, muchas veces no tenían qué comer y Marcano les aconsejaba ir al Mercado porque casi siempre había vegetales de desecho que se le podía aprovechar alguna parte. Los vendedores ya estaban acostumbrados a las visitas de esos jóvenes y hasta le regalaban alguna fruta en buen estado después de preguntarles, ¿ustedes también vienen a buscar lechuga para los conejos del profesor Marcano?
Un insectívoro fósil descubierto por Eugenio lleva el nombre de Solenodor Marcanoi, un sello internacional que lo reconoce y lo homenajea.

Se dice que en los cuadros de Yoryi, donde aparece el Diego de Ocampo, él le hacía dos rayitas para representar a los dos botánicos inseparables con aspecto de misioneros en África o policías de tránsito en la Era de Balaguer: Marcano y el Dr. Jiménez.

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