Basado en los testimonios orales de los guerrilleros del Movimiento 14 de Junio Fidelio Despradel, Marcelo Bermúdez y Germán Arias “Chanchano” se recrea este dramático y casi cinematográfico episodio de la historia dominicana, acaecido en las montañas de la Cordillera Central durante al alzamiento guerrillero al mando de Manolo Tavárez en diciembre de 1963 contra el gobierno de facto del Triunvirato; el mismo que derrocara a Juan Bosch siete meses después de iniciar su legislatura.

La última columna en pie ya desfallecía por inanición, agotamiento y por el mal estado físico de muchos guerrilleros. A la desesperada, Manolo organizó una misión con cuatro de sus mejores hombres para bajar hacia el pueblecito de Los Montones con un doble objetivo: conseguir abastecimientos en uno de los colmados previamente concertados; y establecer contacto con la Dirección Central del Frente Urbano para organizar la evacuación de los guerrilleros más deteriorados.

Los cuatro designados convenientemente afeitados y pelados, tomaron sus armas y marcharon, esta vez sin sus pesadas mochilas, para rendir mejor en la travesía.

El comando compuesto por el “Guajiro” como guía, “Chanchano”, Marcelo Bermúdez y Fiedelio al mando, comenzó un rápido descenso. Una hora después alcanzaban una carretera abandonada. Pero era más ancha de lo que parecía de lejos, y como medida de seguridad caminaban con unos cien metros de distancia entre uno y otro procurando no perderse de vista. Abriendo la marcha, como siempre, iba el “Guajiro”, seguido por Fidelio, tras él Bermúdez y cubriendo la retaguardia “Chanchano”. De esa forma, en el caso de un mal encuentro con la guardia, solo caería uno de ellos.

Al atardecer. “Guajiro” les convocó para mostrarles a lo lejos un trasiego inusual de camiones militares en La Diferencia, lo que les indujo a sospechar que, tanto allí como en Cabirmal, la Guardia había establecido campamentos antiguerrilla. A partir de ahí, decidieron dirigirse a su objetivo por el bosque donde ya la oscuridad era total, debiendo ir muy cerca uno de otro para no perderse. Finalmente encontraron un trillo campesino y lo siguieron hasta detenerse a eso de las diez de la noche en un solar que estaba unos metros más arriba de un sendero en el que había un colmado aún abierto, supusieron que por la proximidad de la Navidad. Allí, en la penumbra se sentaron en círculo a debatir. El “Guajiro” comunicó con honestidad que luego de haber atravesado el bosque en total oscuridad, necesitaba acercarse al colmado y preguntar para estar seguro de la dirección que debían tomar. Fidelio se negó rotundamente porque eso podría poner en peligro la misión. Pero “Guajiro” aseguró que sabía cómo manejarlo para no levantar sospechas. Después de escuchar en susurros sus argumentos y sopesar las opciones en medio de aquella oscuridad, aceptaron de mala gana la propuesta, porque no parecía haber alternativa.

Antes de salir de la penumbra, cuenta Fidelio que le entregó al “Guajiro” una camisa de cuadros que llevaba en un bolsillo para disimular en lo posible el aspecto de guerrillero. De manera que salió al camino y se introdujo con naturalidad en la bodega. No había pasado ni un minuto cuando los tres guerrilleros escucharon un tumulto en el interior que terminó a gritos llamando a la guardia. Los guerrilleros supieron que le habían descubierto y sin pensarlo, corrieron hacia el establecimiento. En primer lugar, iba Fidelio pistola en mano, luego “Chanchano” con su fusil Fal y Marcelo con la ametralladora Cristóbal; este último, tropezó con una raíz y se desprendió el cargador de su arma haciendo un gran estruendo que alertó a los del colmado provocando que cerraran la puerta un instante antes de que llegara el primer guerrillero. Fidelio agarró a un campesino que estaba allí y le puso la “cuarenta y cinco” en la cabeza ordenándole que dijera a los de adentro que era la guardia; así consiguió que quitaran el cerrojo. En cuanto se entreabrió la puerta, el guerrillero la empujó violentamente y en un rápido vistazo advirtió a un grupo de campesinos tras el mostrador, otros junto al “Guajiro” que lo tenían amarrado a una silla con visibles signos de violencia y también reparó en un hombre fornido junto a la puerta, pero los campesinos retrocedieron al ver irrumpir a los guerrilleros armados.

Durante la entrevista, Fidelio se emociona al contar que en ese momento su compañero, que permanecía amarrado le gritaba “Mata a estos hijos de puta. Mátalos a todos”.

Fidelio se limitó a tratar de desatarle cuando por el rabillo de ojo vio que el fulano de la puerta se le venía encima, puñal en mano, dando un salto antes de asestarle la puñalada, pero fue lo último que hizo, porque Fidelio le descerrajó un tiro en corto que lo detuvo en el aire. En ese momento “Chanchano” disparaba al techo con su Fal y Marcelo lanzaba ráfagas de ametralladora por encima de las cabezas de los del mostrador para mantenerlos a raya.

Allí en un momento se armó una barahúnda ensordecedora y a continuación… un silencio mortal. Fidelio cortó las ataduras con su cuchillo y ordenó a Bermúdez salir primero para asegurar que nada obstaculizaba la huida, luego salió él mismo sujetando al “Guajiro” mientras que “Chanchano” cuidaba las espaldas dando cautelosos pasos en retroceso sin perder de vista a ninguno de los presentes. Pero al recién liberado no le sujetaban las piernas y ya estaban afuera cuando se dieron cuenta que había recibido una puñalada en el vientre que le comprometía los intestinos y parecía que le llegaba al hígado.

En cuanto se alejaron un poco, le amarraron la herida con una bufanda, pero ya perdía el conocimiento y solo balbuceaba palabras inconexas. Aun así, hicieron una especie de parihuela para ayudarle entre dos mientras el tercero vigilaba; sin embargo, ya no podía siquiera mantenerse y cayó al suelo. En ese momento supieron que estaba mortalmente herido. Fidelio, como responsable de la misión, debía decidir rápido. Calculó que la guardia ya estaría alertada por los estruendos del tiroteo y que en breve tratarían de cortarles la retirada, por lo que urgía moverse a prisa tomando la decisión más dura de su vida al ordenar a sus compañeros seguir mientras él cargaba el cuerpo de su camarada y lo llevaba hasta la puerta de un rancho, lo arropaba como podía y llamaba voceando que dejaba a un hombre herido antes de correr hasta reagruparse con sus compañeros y ascender en medio de la oscuridad, en un intento de llegar hasta el lugar donde esperaba la columna, antes de que la fuerza antiguerrilla, que ya les iba a la zaga, les alcanzara.

A partir der ahí ya nada fue igual. Hambre, fatiga, frío y peligro son elementos cotidianos en la vida guerrillera, pero era muy diferente afrontarlos con la determinación que otorga la razón y la fe en la victoria que con la sombra del fracaso colectivo horadando la voluntad.
La derrota estaba servida.

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