Cuando la guerra naval de El Lepanto, Cervantes se sintió afortunado de perder solo una mano de un arcabuzazo

Para el mundo y para los españoles, el gran mensaje de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha reside en su fuerza contra vientos y mareas, aunque su batalla la libró en tierra firme, contra los molinos que simbólicamente representan todos los obstáculos de la vida, los que hay que vencer a como dé lugar. Una lucha quijotesca se convirtió, en cualquier idioma, como un esfuerzo inútil y sin sentido.

Miguel de Unamuno entendió que en “La vida de Don Quijote” este representaba la valentía y un ejemplo para todos los españoles.

En el primer libro de la trilogía “Dos Amigas”, de Elena Ferrante, aparece esta frase: “El exceso de malas novelas de caballerías, Lenú, hacen un Don Quijote; pero nosotros, con todo respeto por don Quijote, aquí en Nápoles, no necesitamos batirnos con molinos de viento para saber qué es malgastar esfuerzos; necesitamos personas que sepan cómo funcionan los molinos y los hagan funcionar…”

Para entenderlo se requiere de varias lecturas que nos obliguen a reflexionar sobre cada frase de ambos, porque Sancho, aunque escudero, no es el eco del Gran Caballero andante, él es el pueblo, la plebe, la chusma.

Habría que remontarse a la niñez y juventud del escritor, cosa que Giovanni Papini intentó al adentrarse en aquel “manuscrito” que Míster Gog  le envió después de adquirirlo de un tal Lord Everett que habla de las “mocedades del Quijote”. Pero no sabía Papini que la parte más importante del documento se lo había robado el vecino de Everett donde se habla de la niñez de Cerbantes (así se escribía en la época).

Y que lleva la firma de Luisa Cervantes, su hermana que lo escribió en sus largos y aburridísimos días enclaustrada en el convento de las Carmelitas a donde fue a parar al írsele su prometido a otra de las tantas guerras absurdas y sin sentido del Reino español.

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