Pei-Shen Qian es un artista chino que vivía en New York en los años 70. Él, como casi todos los artistas en sus inicios, copiaba a los maestros, algo parecido a lo que hacen los actores cuando se meten en los pantalones o faldas de alguien, llegan a creerse el personaje que representan a tal punto que su actuación deslumbra y a ellos se les instala en el subconsciente para aparecer en la vejez en el umbral de la decrepitud. Johnny Weismüller se la pasaba gritando estruendosamente en su silla de ruedas en un hospital de Los Angeles, California pensando que todavía era Tarzán. A Alfred Hitchcock le daba con espantar cuervos imaginarios. Ronald Reagan seguía disparándole a los indios que amenazaban con cortarle la cabellera y aunque sus dedos índice y mayor no humeaban, él los soplaba al descargar las 6 balas del cilindro inexistente. Y así, 500 veces sucesivamente.

Pero Qian no solo imitaba a los maestros clásicos con la facilidad de un reencarnado, él podía imitar a los pintores que la moda impuso y que los grandes coleccionistas legitimaron apropiándose del Arte y falsificándolo. De esta manera el falso arte contemporáneo fue validado por una clic de farsantes millonarios con ambiciones sin límites con “artistas” fabricadores de artefactos en serie que ellos valoraron en el tope de su falsa escala o “ranking” desde la acción teatral y esnobista de las falsas subastas de Christie’s, Sotheby’s y otras.

Cuando el español Carlos Bergantiños detectó la maestría del pobre chino Qian, envió a la mexicana Glafira Rosales con el cuento, que era lo único que no era chino, de pintarle una lista de cuadros y que los firmara con el de su autor de origen, “…porque eran unos clientes que soñaban con esos pintores”. Glafira le pagó a Qian cientos de dólares por cada cuadro, pero nunca más de 7 mil, que era más o menos su tarifa.

Cuando Glafira, con su cara de mexicana, llegó a la Galería Knoedler de Londres, le contó, ahora sí, un tremendo cuento chino a la directora Ann Freedman que le gustó tanto que pidió que se lo contara una y otra vez para podérselo aprender. De esta forma ella les contó tan bien a sus compradores que vendió por más de 80 millones de Libras Esterlinas, las falsificaciones que ingenuamente había hecho el pobre chino Qian.

Qian chorreaba las telas sin ninguna dificultad como lo puede hacer cualquiera, incluyendo los niños o mis alumnos de Bellas Artes, y el resultado eran “magníficos” Pollock que firmaba tal y como se lo había pedido la mexicana del cuento.

Por su pincel desfilaron Picasso que Qian hacía con los ojos cerrados, aunque ya él los llevaba cerrados por una mutación milenaria de su chinitud; Matisse, de una “colección acabadita de descubrir de una familia que no se puede revelarse el nombre” (otro cuento chino); Modigliani; Motherwell aún más fácil que Soulage que era un solo brochazo en negro y ya. Pero lo que más alegraba al chino Qian era con los pedidos de Rothco que él hacía con un poquitito más de facilitad que cuando imitaba a Velázquez y a Rembrandt. Y les quedaban tan bien que “los expertos” en Rothco llegaron a declarar como falsos los verdaderos y a reconocer como verdaderos los Rothco de Qian.

Muchas veces, el problema, más que saber si era falso o real, era saber si estaban boca arriba o boca abajo. De ahí que uno de los trabajos de Rothco se bautizara como “upsidedown”. Las carcajadas en las caras serias eran evidentes. Pero de eso el artista chino no sabía ni pío. El asunto se “descubrió” cuando todo el mundillo sabía de sobra la estafa que hacían, pero que había ciertos privilegios con ciertas galerías. La estafa no se repartió en cantidades de galerías diferentes y las que no tenían parte del tesoro, denunciaron el robo. O comemos todos o nadie.

La cuota de falsificaciones que las subastas permitían con el descaro y aval de sus “críticos expertos” y cómplices, se excedió y tuvieron que cerrar la galería Knoedler que venía funcionando desde 1840 y pico.

Vaya uno a saber cuántos cuadros falsos vendió en ese largo periodo.

Pei-Shen Qian se enteró del escándalo y él mismo se escandalizó al saber que el Jackson Pollock que hizo por 3,500 dólares fue vendido por varios millones.

Por eso quizás es que doña Eridania Mir, directora de la colección de Aduanas, me convocó para reafirmarme que ellos sabían de las falsificaciones que se hacía a nivel nacional e internacional y por tanto quería que yo hiciera un escrito para declarar, lo que todo el mundo sabe, por la honestidad de Miguel Cocco y las compras directas a los artistas, que las obras de esa institución son todas originales, incluyendo los dos trabajos que me compraron.

En la época en que los Rothco eran Rothco, las subastas no pasaban de los 3 millones de dólares lo que le dio una buena posición en el ranking del arte por una “obra” que el pintor hacía en menos de 10 minutos con un rolo de pintar paredes. Después los ayudantes los hacían por él como si fuera una industria que los coleccionistas apreciaban porque el cálculo era que todo museo del mundo debía tener uno de ellos. El precio siempre era negociable… total que era más fácil hacer 50 obras 30 x 40 pulgadas que pintar 10 edificios de 20 pisos que no pagarían ni medio millón. Lo gracioso es que en el cuento chino, uno de los argumentos para descalificar los verdaderos falsos es que en ellos no esta el espíritu (soul) del artista lo que al parecer en la fabricación de los ayudantes sí está. Warhol no hizo un solo trabajo en toda su vida de manera que el soul de sus amantes de “la Fábrica” es el que aparece cuando uno vez sus horrores en los museos.

En los tiempos en que los críticos anunciaron que una colección sin Rothco no era gran cosa, los Rothco de Qian fueron comprados a razón de 8 millones de dólares y pico cada uno.

Al final todo resultó ser un cuento chino millonario que a pesar de descubrirse no hicieron gran cosa porque la señora Ann Freedman sigue en el negocio, y el FBI no le pudo echar el guante al chino que salió juyendo para Shanghái, sabiendo que al chino to’ se le pega, si no hay un negro de por medio.

MORACERCA: en cualquier cuento de negocios, siempre gana el dinero, que es más fuerte que todos los héroes juntos más el sindicato de sus guardaespaldas. El negocio sigue con sellos gomígrafos de autenticidad de cajeta para el que quiera un verdadero cuadro falso de quien sea.

Si usted cree que esto es un cuento chino, confírmelo con el documental “MADE YOU LOOK” de Netflix, pero a mí no me vengan después con otro cuento chino.

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