La sencillez del verso de don Tomás Morel no es sinónimo de simplismo como lo atestiguan escritores de reconocimiento internacional

Tomás Morel es sin la mínima duda, uno de los escritores y poetas dominicanos más auténticos por la demostración de creatividad, sencillez y correspondencia con lo nuestro, a lo largo de su existencia en su República del Cibao. Era un poeta cibaeño asumido.

Porque Don Tomás no andaba alardeando de su “genialidad”, que la tenía, y menos ensalzando a figuras políticas sin brillo, ni publicitar productos inconsumibles, que afectan el hígado o los pulmones, venenos de la modernidad y símbolos de machismo.

Cuando la gente, de cualquier nivel social, se escondía para disfrutar las ocurrencias de un merengue típico en boca de Ñico Lora, Guandulito, Tatico o el Cieguito, don Tomás, no solo lo hacía públicamente, sino que exponía y defendía su valor como parte de nuestra cultura de la que se sentía orgulloso.
Y no vaciló en escribir sus principales poemas en el idioma que todos hablaban en los campos y montañas de la parte norte de la isla: El Cibao.

La mayoría de escritores que hacían citas de frases campesinas lo hacían, mas que para dejar el testimonio textual, para brindarnos un dejo de burla del que desprecia a los humildes e idolatra un origen tan lejano como la casualidad de los primeros españoles llegados, en su invasión, y que ellos mismos, adulónicamente, convirtieron en “descubrimiento”. De hecho, ningún escritor dominicano, ninguno, ha demostrado en sus textos conocer el cibaeño. Salvo Alix.

La sencillez del verso de don Tomás no es sinónimo de simplismo como lo atestiguan escritores de reconocimiento internacional. Don Tomás no fue un elemento externo en sus estudios de la región cibaeña, de sus pregones de marchantes, su música única, cotidianidad, precariedades, arcaísmos, autenticidad. Él era parte de ese mundo particular del que “la crema” de la sociedad, reunida en sus clubes exclusivos, rechazaba. Fue un gran admirador del poeta Juan Antonio Alix y es el más estudioso de su obra junto a José Ramón López y a pesar del prólogo, buenísimo, de Balaguer.

“Juan Antonio Alix – dice Tomás Morel, citado por el doctor Salomón Jorge – fue, sin saberlo, el auténtico creador de nuestro romancero popular. Yo, prosigue Morel, no he hecho otra cosa – por cierto muy diferente a la suya – que trabajar con las voces de la conversación del pueblo. La labor es distinta. (…) ningún libro como el suyo exhala ese olor a tierra nueva, ese perfume a Cibao… donde se habla el más lindo castellano arcaico en todo el mundo. (…) Hay, pues, a pesar de su tono menor, algo cósmico en este poeta, que no se encuentra fácilmente en los demás. (…) Santiago ha dado al Cibao y al país sobresalientes intelectuales y escritores que han descollado en la poesía y el ensayo, en la narración y en la oratoria, pero entre sus poetas ninguno como Tomás Morel ha posado sus ojos y sus oído, su inteligencia y su corazón en el manadero de lo popular, en el rico filón del folklore criollo, en la copiosa veta del lenguaje y las vividuras campesinas, en el corazón límpido y prístino de nuestro pueblo humilde con esa apasionada entrega como lo ha hecho el destacado autor de “Del Llano y de la Loma”.

Decía Tomás Morel por el año 1936, desde un campo de Licey, cuando justamente Trujillo se movía para promover su reelección:

“…Nuestros campesinos son grandes líricos. Poseen una extraordinaria facilidad versificadora. Yo los he oído, en Las Velas, haciendo el panegírico del difunto, y a la décima, que comenzó por la tardecita, la sorprende el alba, sin que la haya fatigado la noche. Cuando el lugar exige comedimiento, saben proceder con cordura, expresando sus ideas con una llaneza conmovedora, que es, ¿no tengo razón acaso? la verdadera poesía… ¿Y no es esta sencillez de cosas blancas, la que buscan los elegidos del verso puro?

El sitio en que el idioma cibaeño conserva todo su esplendor es en la sierra. Allí sí que es sonora la metátesis. A veces, cuando el oído no marca la exactitud del compás en la medida de la cuarteta, quitan una sílaba o recurren inconscientemente a la diástole… (…) Hay dos Cibao: el de la loma, supersticioso y arcaico, pletórico de consejas nocherniegas, por donde la Ciguapa alarga en torno de los bohíos, sus voces entrecortadas; y el Cibao de la llanura, roto en pedazos por la carretera civilizadora… (…) Ven los papeles impresos con un respeto tímido; se santiguan cuando pasa el cura, y creen, a puño cerrado, en el brebaje de un curandero, con tal que le haya sabido decir que aprendió su herejía un Viernes Santo. En cambio, rezan la “Magnificat anima mea” y queman palmas benditas, cuando el trueno repercute sordo, y el relámpago es como un foete que se enreda en el cielo, veteando las nubes…”

Cuenta el Dr. Salomón Jorge, en su libro “Espigas” sobre el susto que pasó don Tomás cuando vivía en la calle Beller porque “El Jefe lo andaba buscando”. Se escondió hasta que le dijeron que querían que él leyera un poema en un acto en el Centro de Recreo. Cuenta don Salomón:

“…Sus amigos se encargaron de conseguirle un traje azul oscuro, una camisa inmaculadamente blanca y una hermosa corbata de un encendido color rojo cereza.

-Ensaya muchas veces tu poema, le aconsejó el coro de amigos. Y no bebas ni te comas las palabras.
El espectáculo no podía ser más impresionante. Dos imponentes mesas de honor se hacían frente. Personalidades y representantes de todas las ciudades del país se apretujaban en el inmenso salón.

El país todo estaba pendiente de los versos del poeta elegido. Ya se le había advertido que la suerte de Santiago estaba ligada a los efectos que su inspiración surtiera en el ánimo de Angelita y de su progenitor.

Al concluir la lectura de su hermosa pieza poética, de pie, la enorme concurrencia le tributó un vibrante y prolongado aplauso.

Todos aplaudían frenéticamente, todos, ¡ay! Menos Trujillo. Hierático, inmóvil, permaneció el mandatario inmutable, con las manos cruzadas, sin esbozar el más leve gesto.

-Me fuñí, pensó Tomás, mientras un sudor frío recorría toda la extensión de su espinazo. Al hombre no le gustó mi trabajo. Ahora sí caí en desgracia de verdad.

Entregado a rumiar estos desalentadores pensamientos se encontraba, luego de descender de la tribuna desde donde había leído sus versos, cuando se le acerca un emisario y le comunica que Trujillo quería verlo en su mesa.

Al acercarse a la mesa Trujillo se puso de pie y visiblemente emocionado, extendiéndole los brazos le dice: (…)estamos profundamente agradecidos por su hermoso poema. De ahora en lo adelante usted será “mi poeta”…

Rechazó un puesto en la embajada de Francia, lo que cambió por la petición de que liberaran a “un amigo”. Muy diferente al lambonismo expresado por Tulio Cestero, autor de “La Sangre”, al pedir el mismo “carguito” al general Ulises Heureaux, quien lo rechazó.

Don Tomás se concentró en el estudio de su tierra, al margen de la politiquería y si accedió a leer el poema en el Centro de Recreo lo hizo por Santiago y para enfrentarse a Trujillo. De negarse no solo hubiera sentido el acoso y persecución de la tiranía, sino que Santiago entero hubiera pagado un gesto de indiferencia del poeta.

De los vocablos y frases del cibaeño que resalta don Tomás recordemos los siguientes: ajolá, embute, la vide pasai, embabucai, biejo e porra, jumiadora que alusa, cuando te laigue diaquí, taita me aguaitaba, me jieibe la sangre, se murió de jambre, lo sojo como do lusero, va llovei poique ei burro se ta reboicando, la frequesita e la madrugá, la morocota econdía en la botija, se casó tra de la paima, lo sombre que maitrantan la mujei e jun sinajute y le claba un chifle un buei, ei pipo ya sie veidá…

En el 1962 fundó su museo folklórico el que finalmente se fue cayendo a pedazo por la sencilla razón de que los gobiernos y sus ministerios de cultura, sus títeres mondongueros, no les interesa el arte, la cultura y menos El Cibao.

“Hay que hacerle juego a la vida, hacer creer que uno cree y vivirla” parece haber filosofado don Tomás cuando el obispo murió y agregó como epitafio: “tanto que predicó la vida eterna y aquí lo llevamos al cementerio como a cualquier mortal”.

En el 1992, justo en el V Centenario de la invasión de Colón, don Tomás se esfumó para siempre, al igual que el obispo de su panegírico. Hacía ocho décadas que fuñía por los caminos del Cibao.

Testimonio
En 1992, en el V Centenario de la invasión de Colón, don Tomás se esfumó para siempre, al
igual que el obispo de su panegírico”.

Opinión
Don Tomás no fue un elemento externo en sus estudios de la región cibaeña, de sus pregones de marchantes, su música única, cotidianidad precariedades…”.

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