Remington, además de ser el nombre de un gran pintor y marca de un famoso rifle, más tarde fue la marca de una máquina de escribir

Las generaciones pasadas conocían una serie de marcas de rifles, escopetas y revólveres gracias al cine norteamericano de los años 50 y 60: Winchester, Remington, Colt, Smith & Wesson, Sharp, Henry, Derringer, Schofield. Aquí, a lo más que llegamos fue a un cachafú calibre 38 como el que portaba Lilís y Mon Cáceres y con el que los mataron a ambos a finales y principio del siglo XIX y XX respectivamente. Una réplica se puede ver en el segundo espacio del Museo de Mon en Moca.

Pero Remington, además de ser el nombre de un gran pintor y marca de un famoso rifle, más tarde, fue una máquina de escribir mucho después que se inventara la Underwood con la que casi todos los intelectuales, banqueros y funcionarios públicos aprendieron a escribir colocando los dedos donde corresponde, sin mirar el teclado y como enseñaba don Antonio Cuello en la Academia Santiago.

Frederic Remington era de Canton, New York, y le tocó vivir la expansión del territorio norteamericano hacia el oeste con el Pacific Railroad o caballo de hierro, como le decían los primeros habitantes de las praderas. Remington tuvo el privilegio de una buena formación académica en la Universidad de Yale y en la Liga de Artes de New York. Gracias a su desempeño como dibujante pudo trabajar en la revista Harper’s Weekly. Aquellos dibujos tenían que adaptarse a los métodos de impresión en blanco y negro y a línea, que son los precursores para las historietas futuras.

Con solo 19 años viajó al oeste, que era otro mundo muy diferente al “burgués” en el este del continente. En las películas de vaqueros siempre se burlan de los señoritos de las 13 colonias iniciales al este del país como aquel “niño” (Lou Castel) en “Yo soy la revolución” conocida también como “Una bala para el general” o “El Chuncho” con Gian Maria Volonté y Klaus Kinski.

Remington tomó la silla que su abuelo fabricara y se la puso al penco de la familia. Se subió en la empalizada y de ahí dio un saltito para iniciar una de sus cabalgatas en solitario cuando todavía quedaban bisontes silvestres. Como Frederic era un muchachón regordete, sus paseos no eran tan largos, salvo cuando iba con alguna caravana y aprovechaba la comodidad de alguna carreta.

Cabalgó el joven Remington con la 3ª. Caballería que tenía como objetivo exterminar a los indígenas. Las reservas también eran una forma de extinguirlos. Y de estas excursiones el muchacho tomaba apuntes, bocetos de soldados borrachos, balaceras en cantinas por trampas descubiertas, o simplemente por armar un lío a plomazo limpio.

El Arte Moderno tenía rato que hacía estragos en Europa y todavía el fotógrafo Alfred Stieglitz no había traído la muestra que lo introdujo a América. Remington no le hizo caso ni a Matisse y menos a Picasso para poder expresar todo lo que estaba viviendo. Él era de la escuela de Singer Sargent, lo que le permitía una obra grandiosa sin más influencia que sus propios conocimientos y métodos. De hecho, cuando Stieglitz expuso a los europeos en su Galería 291 de la Quinta Avenida de New York, ya Remington vivía en el lejano infinito que queda justo encima del lejano oeste.

Estudió como nadie el caballo en movimiento como lo atestigua “dash for the timber” (huida hacia el bosque) y al igual que Charles Russel creó, sin quererlo, el dúo de artistas que mejor retrataron la realidad en ese oeste salvaje. No por los indios, sino por los salvajes vaqueros.

Los estudios fotográficos y kinéticos de Eadweard Muybridge confirmaron la precisión de los pintados por Remington. A este dúo habría que sumarle el fotógrafo Edward Curtis que sabía que retratando a los jefes y tribus dejaba un recuerdo, que por ley, se estaba extinguiendo, “un indio bueno lo es solo cuando está muerto” o dicho con las palabras del presidente Theodore Roosevelt “an indian is good only when dead”.

A Jim Thorpe, después de ganar el pentatlón y decatlón en las Olimpíadas de 1912, lo despojaron de sus medallas con un pretexto poco creíble. La verdad era que Jim Thorpe, indio al que le quitaron la identidad en su nombre, fue humillado hasta más allá de su muerte. Thorpe, en kikapú, se llamaba Wa-Tho-Huk.
Gracias a la obra de estos tres artistas, la Historia cuenta con escenas únicas de cómo se vivía en aquella época y como se creó el mito del cowboy héroe a expensa de matar a inocentes seres que pululaban en las praderas y bosques con una cultura ancestral de respeto a la naturaleza.

El cine tiene ese poder de crear rivalidades y obliga al espectador a identificarse con el “bueno”. Ese cowboy limpio, aunque en la escena anterior rodara por el lodo como John Wayne, se multiplicó en héroes sosos pero que conquistaba a la muchachada. Y el mas soso y destemplado lo fue Gene Autry que hizo millones lo que luego le permitió adquirir el equipo de pelota Los Angelinos. Roy Roger, con su cuadro familiar, su esposa Dale Evans, Tigre (en inglés Triggers = gatillo) su caballo y Bullet (Bala) su perro educados, fueron parte del sueño del niño americano al que se le sumó Rin-Tin-Tín.

Más que el completo dominio de las técnicas usadas por los impresionistas, es el sentido de la composición que Frederic logra. El que sabe de dibujo puede entender perfectamente el grado de dificultad que da la representación de un caballo al galope. Frederic fue un maestro y un apasionado de su realidad.

Frederic Remington es de la escuela del arte vivo, y su propuesta emociona al espectador con sus pinceladas justa en el lugar propicio, con sus colores mágicos que maravillaron a más de uno en las exposiciones organizadas. Los impresionistas pintaban al aire libre temas estáticos, Remington y Russel pintaron al vaquero a todo galope.

Aunque hubo mucho interés en cerrarle el paso, al igual que hicieron con John Singer Sargent o con Sorolla, porque ya no estaba de moda el arte figurativo, no pudieron impedir que sus obras se expusieran a petición de la gente. El éxito es propio del arte realizado con criterio y minuciosidad producto del dominio completo de lo que hacía.

En la pintura de Remington no es tan evidente quién es bueno y quién es malo, como en el cuadro “Fight for the waterhole” donde cinco vaqueros se refugian en una hondonada que les permite defenderse del ataque de los “salvajes” que defienden su territorio.

Frederic Remington era primo de Eliphalet Remington fundador de la Remington Arms Company que es considerada la más vieja compañía fabricante de armas.

Su padre, el coronel Remington, estuvo muy ocupado en los primeros cuatro años de existencia de Frederic lo que puede explicar su libertad de elegir la carrera de su gusto: la pintura. Como en los años mozos fue un buen deportista y malísimo como estudiante, su padre aprovechó para convencerlo de ir a West Point, el joven se dedicó más a dibujar que a repetir los ejercicios ridículos militares.

Cuando asistió a la Universidad de Yale, se involucró en el periódico de los estudiantes con sus dibujos. En la escuela de arte de esta universidad recibió instrucciones académicas importantes de John Henry Niemeyer, un alemán que se pasó más de 30 años enseñando dibujo y probable pariente de Oscar Niemeyer el arquitecto brasileño.

Cuando su padre murió, él se fue a trabajar en el periódico del tío Mart.

Después de muchas aventuras en el oeste decidió regresar para casarse con su eterno amor, Eva Caten, cuyo padre había impedido los primeros intentos del joven Romeo lo que no duró mucho. Volvió a los estudios de arte en la Art Students League of New York donde refinó sus conocimientos y lo convirtió en el maestro que fue.

Antes de su primera exposición individual de 1890 ya Remington había ilustrado cientos de páginas del Harper’s Weekly y le encargaron 83 dibujos para el libro de Theodore Roosevelt “Ranch Life and the Hunting Trail”.

En 1997 fue enviado a Cuba como corresponsal de guerra e ilustrador para el New York Journal del famoso William Randolph Hearst que luego se convirtio en The New York Times. De regreso, en el barco P&O steamer Olivette, Frederic conoció a una tal Clemencia Arango, quizás pariente de Pancho Villa, quien le inventó una historia que el joven ilustrador no desaprovechó. El periódico publicó una ilustración de Remington con la Arango desnuda, amarrada en un barco donde cuatro españoles abusaban de ella. Ese sensacionalismo fue practicado por años para manipular al público. Con ello se pintaba a los españoles de malos y los americanos de buenos. Era casi el fin de la guerra en Cuba contra los españoles. Era el mismo método que usó Arthur Burks en sus novelitas “Pulp Fictions”.

Museo
Después de su muerte, su rancho y su casa fueron convertidos en museos donde se aprecia una cantidad enorme de dibujos, pinturas, un espacio que es una réplica de su estudio y si usted es curioso y se fija bien se dará cuenta de que Frederic solo usaba pinceles marca Remington, de repetición”.

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