Entonces el general Pedro Santana tenía unos 50 años

El general Pedro Santana engatusó a Bobadilla y a los trinitarios para quedarse con el poder, desde donde se constituyó en un ogro y sangriento dirigente de peones descalzos y hambrientos, matones
capaces de cualquier cosa que le fuera ordenado.

En 1855 un joven oficial francés de la artillería, desembarcó en el este de la isla después de quince días en el mar procedente de Saint Thomas. Se trataba de Paul Dhormoys cuyo objetivo real era visitar al “emperador” Faustin I, o simplemente Soulouque, que gobernó Haití 12 años entre 1847 y 1859. Al final de su dominio, Dhormoys publicó el libro “Une visite chez Soulouque” por la curiosidad que despertó en Francia el personaje, ridiculizado en extremo por los caricaturistas Cham y Honoré Daumier en las revistas de humor Charivari y L’Eclipse. De hecho, Cham realizó un álbum completo solo con el tema de Soulouque y que se vendió como pan caliente.

El libro de Dhormoys fue reeditado en 2015 bajo la dirección de Michel Soukar en los talleres de mi amigo Ángel Matos, Editora Mediabyte. En realidad imprimió una serie de libros que nos dan una visión tanto de la historia como de la literatura haitiana que es imprescindible para entender la nuestra manipulada. También para eliminar la visión estereotipada que prevalece y que pinta a los haitianos como campesinos sangrientos, soldados descalzos con un rifle y una bayoneta en la punta, analfabetos todos y dispuestos a tirarse a un charco de lodo, “montados”, con los ojos viraos, en “un ritual vudú de salvajes” incapaces de escribir un texto literario, crear una obra pictórica y menos relatar su historia apegada o los hechos. Todavía sirven de pretexto a la politiquería barata e hipócrita cuando se sabe que son esclavos en los campos de Constanza y en las construcciones.

Los libros, todos en francés, son bastante abundante y se destacan los siguientes: “Essai historique sur la révolution de 1843” del periodista Horace Pauléus Sannon, “Haití et la restauration de l’indépendance dominicaine” escrito en tres partes por Pierre-Eugene de Lespinasse, Jean Price-Mars y Agustín Gerrer Gutiérrez; “Le conflit haitiano-dominicain dans la littérature caribéenne” de Elissa L. Lister; “Littérature haïtienne 1980-2015” por Ives Chemla; “Cent ans de domination des États-Unis d’Amérique du Nord sur Haïti” por Michel Soukar. Hay que agregar “Notas sobre Haití” de Charles Mckenzie y “El cacoísmo burgués contra Salnave”, ambos publicados por el Archivo General de la Nación. Pero los haitianos no se quedan solamente con sus historiadores. Dentro de esta lista ellos tradujeron al francés “Du racisme et de l’anti-haïtianisme” de Franklin Franco.

Me llamó la atención, en los apuntes de Dhormoys, la descripción que hace sobre Santana quien vivía en la hoy esquina Luperón con Hostos en Santo Domingo. Después de pasar la Puerta de San Diego e instalarse en el único hotel existente, el Comercio, a dos “piastres” por día, se preparaba para su visita al Presidente.

Dice Dhormoys en la página 114, quien se encontraba acompañado del canciller M. de Terny de Francia, cuando, a su vez, Santana tenía a su lado a Pelletier y Labastide:

“…El general Pedro Santana era un individuo de unos 50 años. Con una tez verde oliva de ojos chiquiticos bajo unos pesados párpados plegados, un narizón aplastado, con una boca retorcida y de labios finos que le daba el aspecto más desagradable que se pueda imaginar. En su expresión había una mezcla de orgullo, bajeza y ferocidad, como el que presentan los antiguos hateros (criadores de bestias, bovinos) que se convirtieron en los principales personajes de su país, que tiembla de pensar que lo van a tumbar del poder y que sacrifica, sin piedad, a todo el que le dé sombra (…)

Vi condenar a muerte un niño de 12 años acusado de conspiración y la sentencia planteaba que quedaría prisionero hasta que alcanzara la edad legal para ser fusilado. Pero lo que distingue sobremanera a este presidente, es una avaricia que alcanza límites increíbles. Nunca deja pasar una ocasión para que le den, a título de recompensa nacional, sea una casa, una propiedad o un caballo. Tuvimos, ese mismo día, una muestra de su economía (…)

En unos cuantos segundos, estábamos frente a la habitación del dictador. Era una gran barraca que no brillaba ni por su apariencia ni por la limpieza. Los centinelas que vigilaban la puerta recibieron la orden de no dejar pasar al interior a nadie salvo al cónsul, el canciller, los ministros y nosotros tres. Nos hicieron entrar a una gran sala. Los muebles consistían en tablones de pino apoyados en taburetes y algunas cajas (…) al cabo de una hora estábamos a mitad de la faena y empapados en sudor.

-Apuesto, dijo el cónsul, que no nos darán nada de beber.

En efecto, el presidente, absorbido por la contemplación del esmalte azul y dorado (un regalo de porcelanas finas) ni nos miraba.

-Joder, dijo M. de Terny, voy a tener que pedir un vaso de agua, ya no puedo más.

Le dijo algo a un centinela el que desapareció para regresar al momento con una vasija de barro que el joven canciller vació de un trago.

Nosotros amagamos con imitar al canciller pero ya el soldado volvía con más agua. Después de una breve conferencia con el general M. Labastide, se fue.

-Esperen un poco señores, nos dijo, con un aire prometedor, les vamos a traer otra cosa para beber.
En efecto, M. Labastide mandó a buscar a su pulpería, una botella de vino pensando que debía aprovechar la ocasión de activar su comercio. Éramos 12 y cada uno recibió medio vasito.”

Podría parecer banal, pero estos detalles, más los hechos históricos documentados de la crueldad de los fusilamientos a esa humilde e infeliz mujer, la valiente María Trinidad Sánchez, y al patriota, cabeza de los trinitarios, su hermano, son imperdonables.

De Santana se tiene varias imágenes: una foto de autor desconocido, un óleo en el Museo del Prado por Juan Francisco Wenceslao Cisneros Guerrero y varios dibujos aparecidos en la revista Mundo Militar de España realizados por el ilustrador Jacques François Llanta.

Sobre Santana se creó una serie de mitos elaborados por aquellos que le servían incondicionalmente y que los historiadores repitieron como ecos en todas las historias escolares. Eso ha sido lo peor de borrar porque viene de muchas generaciones anteriores que han repetido el cuento de Santana, “el héroe antihaitiano”. La realidad es otra. Por ejemplo, se sabe por testimonios de periodistas de la época que cuando el ejército de Charles Riviere Hérard avanzaba por Azua con unos 30 mil soldados, este se enteró de los conflictos conspirativos contra su gobierno en el sur y oeste de Haití. Este hecho hizo que Hérard desistiera de la unificación territorial y se retirara. Nuestros historiadores, racistas, antihaitianos y pro España catalogaron como un gran triunfo de Santana y lo nombraron “el marqués de Las Carreras”.

Hérard no duró un año en el poder después que Boyer había sido destituido.

Es importante decir, y repetir, lo nefasto que fue Santana para este país y lo que urge que sea sacado del Panteón donde reposan los restos de grandes personalidades de nuestra Historia. Santana fue nuestro Wessin.

Otro Pedro, poeta, espera su lugar.

Opinión
Es importante decir lo nefasto que fue Santana para este país y lo que urge que sea sacado del Panteón donde reposan grandes personalidades de nuestra Historia”.

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