Es una historia de Navidad que inició con nostalgia por la separación del país que te vio nacer y que se ha convertido en una historia de amor por el país que te ve crecer.
Justo hace 25 años llegué al Aeropuerto Internacional de las Américas con dos maletas cargadas de recuerdos de Colombia, el país que me vio nacer y al cual llevo en mi alma. Me coloqué un gorro de Navidad porque llegaba de retirada a República Dominicana, el lugar que acogió a mi padre que laboraba en una industria textil llamada Marquillas Tejidas Dominicanas.

Arribé en el último vuelo de la noche desde Panamá tras unas cuantas horas de escala en el Aeropuerto Internacional de Tocumen. En esa época, las calles de Santo Domingo, capital dominicana, eran distintas a lo que se observa ahora. Desde aquel 22 de diciembre de 1996 hasta el 2021 mucho ha cambiado, se pasó de la construcción de los túneles y elevados hasta tener Metro y Teleférico.

Al principio cuando te encuentras en un nuevo país en el que vas a vivir te sientes desubicado, pero, aunque estás tímido, pasas a ser resiliente y aprendes a andar. Me subí en las guaguas del transporte público llamadas “la voladora” y hasta una vez tuve una confusión de carrito público, porque no me sabía adecuadamente la seña de los dedos del chófer y, en vez de tomar el transporte para la avenida Sabana Larga, cogí el de Sabana Perdida.

Ese momento fue tan gracioso porque veía el paisaje diferente y le dije al chofer “mire yo voy a Sabana Larga” y me dice “ay… estás en Sabana Perdida”. Imagínate uno desorientado, la suerte es que aquí se habla español y con un par de instrucciones pude regresar a mi hogar en el ensanche Ozama.

Pasé también por el proceso de aprendizaje de todo extranjero que reside en otro lugar. Aparte de desplazarte, tienes que entender las palabras locales que se dicen como zafacón, habichuelas, pariguayo, chichigua o chinola, entre otras, y vas conociendo a la gente que te va llevando de un lugar a otro.

Aquí en la “República de los colores” me conecté con personas estupendas como mi profesora de Historia del Arte Universal, Juana Guerrero, en la Universidad Católica Santo Domingo. Con ella conocí mis primeros destinos en el país, Las Cuevas del Pomier, en San Cristóbal, donde observas arte rupestre creado por los primeros habitantes de la isla llamados los taínos; luego fuimos a la Vega Vieja, lugar donde Cristóbal Colón construyó uno de los primeros asentamientos de los españoles que llegaron al Nuevo Mundo; y la isla Saona, en la que se aprecia una piscina natural gigante en medio del mar mientras tocas con cuidado las estrellas marinas.

Puedo con ojos cerrados, a cualquier visitante que venga del extranjero o que sea local, recomendarle lugares para que visite.
Aquí está Punta Cana, Jarabacoa, San José de las Matas (Sajoma), Santiago, Moca, Miches, Cabarete, Puerto Plata, Bayahíbe, Isla Catalina, Bonao, Constanza, San Cristóbal, Cap Cana, Nagua y Cabrera, entre otros; depende si la persona requiere un paseo en clima fresco, el calor de la playa o si quiere una aventura por las montañas.

No puedo pasar por alto que aquí en Dominicana he visto playas bellas. Mencionaré una que tiene la increíble característica de que aprecias aguas cristalinas, es Bahía de las Águilas, perteneciente a la zona de Pedernales en el sur del país.

48, 442 kilómetros cuadrados en los que habitan personas de buen corazón, donde se encuentran dos bellezas del Caribe: el Pico Duarte, el más alto, y las Dunas de Baní, una zona desértica bien preservada; sin dejar de mencionar que tenemos dos sitios primados de América que son su catedral y la Universidad Autónoma de Santo Domingo.

En la tierra de Duarte, Sánchez y Mella, padres de la Patria, degusté un buen mabí seibano; comí habichuelas con dulce, “chimichurri” o hamburguesa dominicana, telera, mofongo mocano de chicharrones y su plato conocido como bandera dominicana constituida por arroz, habichuela y carne.

Un letrero que se encuentra en la entrada de un pueblo (Bayahíbe) en el que se puede apreciar uno de sus símbolos nacionales de la biodiversidad, la flor llamada Rosa de Bayahíbe.

La colombiana “aplatanada”, como se dice aquí cuando adoptas las costumbres del país, baila merengue y disfruta la bachata; aprecia y respeta los símbolos nacionales que representan la biodiversidad del país como lo son el árbol, la Caoba; su flor, rosa de Bayahíbe; y su ave, la cigua palmera.

Hoy celebro mis bodas de plata en el país que me ve crecer y del cual me siento agradecida por el calor de su gente, por la receptividad, por sus hermosos paisajes y destinos, sus charamicos navideños, sus casitas de madera, su güira y tambora, sus Bidó, Eddy Herrera, Juan Luis Guerra y Toque Profundo; las vírgenes de La Altagracia y Las Mercedes.Aquí en República Dominicana he constituido una familia, laboro y es parte de mi vida. Felices fiestas para todos los lectores.

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